“Como podrías renacer sin antes haber quedado reducido a cenizas”. (Nietzsche).
A mis 52 años, a mi pesar, he de reconocer que no soy un gran conocedor de numerosas materias; a fin de cuentas, la mayoría de las personas vamos adquiriendo conocimiento de aquello que nos es afín y, sin embargo, en la mayoría de los casos, desdeñando otros conocimientos que, cuando por casualidad o porque tenía que pasar, llegan a nosotros, pueden dar lugar a reflexiones tan extemporáneas como necesarias.
Es cierto que yo procuro aprender; si es posible, cada día. Si bien no es menos cierto que muchas veces este aprendizaje, esta adquisición de nuevos conocimientos, no es sino paja para conversaciones de café.
De cualquier modo, hace unos días y por pura casualidad, ya que no pensaba acudir y un amigo generoso me invitó, tuve la oportunidad de disfrutar del musical Malinche, de Nacho Cano. He de decir que el espectáculo es majestuoso y muy bien ejecutado, pero lo que me trae a estas líneas es ese conocimiento breve, nimio, que algunas veces tengo la suerte de adquirir y que se queda grabado en mi ya escasa memoria.
Como decía antes, mis conocimientos en materia de culturas indígenas mexicanas son, si no nulos, escasos, siendo generoso en la valoración, pero entre las cosas que pude vislumbrar de estas culturas a través del musical, hubo un dato que me resultó interesante. Podría parecer nimio, pero tiene explicación.
Este dato, que para otros no dejará de ser paja, llegó hasta mí en el momento adecuado. No es otro que los mayas medían los ciclos vitales en los 52 años. Es más, sostenían que la verdadera vida comienza a los 52, lo cual no deja de ser paradójico en una época en la que la esperanza de vida no podía ser muy superior a esa cifra.
¿Por qué este dato me pareció significativo? Pues, si son observadores, la respuesta está en el texto y no es otra que esta es, exactamente, mi edad actual.
Pueden pensar que, influenciado por este dato, o más bien estos dos datos, solo estoy elucubrando, pero resulta que, si lo analizo, estoy totalmente de acuerdo con tal teoría. A nivel personal, este periodo de mis 52 años está suponiendo un cambio de ciclo en muchas de las materias que componen mi horizonte vital, a nivel personal, profesional, intelectual e incluso místico, entendiendo por mística el sentido religioso y espiritual de mi vida. Un cambio que, en la mayoría de los casos no tiene vuelta atrás, marcando, de tal manera, el final de un ciclo vital y el comienzo de otro.
“Hoy dijo la radio, que han hallado muerto al niño que yo fui”. (“El diario no hablaba de ti”. Joaquín Sabina).
No quiero entrar en personalismos, así que no voy a relatar aquí los diversos acontecimientos que me llevan a esta conclusión, pero este año se me han muerto las certezas que había acumulado en los 51 anteriores. Este año se me han caído del pedestal algunos ídolos de barro, que ya no se recompondrán salvo en el respeto pasado que perdura en la memoria. Créanme, además de ser un eslogan, “mata a tus ídolos” es una máxima, no ya en su significado literal. Más bien, tus ídolos se te van muriendo, en sentido figurado o en toda su realidad.
Yo me he dado cuenta de las grietas que tenían ciertas estatuas, de los defectos de ciertas maderas y de la fragilidad de determinados materiales, que han hecho que estos ídolos se desmoronen. Esto no es necesariamente malo, sino que te obliga a cimentar lo que te queda no en la búsqueda y adoración de nuevos ídolos, sino en la ausencia de ellos. Y puede que esto sea positivo desde el punto de vista que, a esta edad, te das cuenta que no has de buscar reflejarte en nadie, sino en aquel que te devuelve es espejo, el verdadero reflejo de lo que eres en realidad.
A esta edad, he entendido que el horizonte que miro, si bien físicamente es el mismo, sin embargo ha cambiado radicalmente. Empequeñeciéndose, es cierto, pero también acercándose a una velocidad tal que, créanme, da vértigo. Es cierto que el niño que fui, incluso el adulto que fui, está muerto y enterrado, en los lugares que amó y, a veces, voy a verle, con el anhelo de volver a mirar lo que él miraba, con los ojos de entonces y me doy cuenta de que aquello que ese niño amó, que ese hombre amó, murió con él.
Así pues, parafraseando a Nietzsche, solo se puede renacer, como el ave Fénix, si antes te has visto reducido a cenizas. Y este renacimiento obliga a nuevos conceptos y a nuevas aptitudes. Hay que abandonar los lastres aunque para ello tengas que priorizar tus deseos y anhelos, tu felicidad y tu libertad, sobre la posibilidad de hacer daño a quienes siempre has querido proteger. Porque esa protección ha sido la cadena que te ha impedido avanzar, en numerosas ocasiones, hacia el horizonte vital que hubieras deseado, haciéndote conformar con el que te ha tocado, en determinadas materias, evidentemente.
Por tanto, ha llegado el momento de dejar de plantearse si el paso que se va a dar perjudicará o beneficiará a otros que, por otro lado, no se lo van a pensar en lo referente a ellos; de buscar la aprobación de los que no se merecen tal honor y de que deje de afectarnos lo que otros puedan pensar de nosotros y nuestros actos.
Ha llegado el momento de matar a nuestros ídolos, y buscar un nuevo horizonte, libre de cargas emocionales y de autorrepresión.
Mata a tus ídolos.
@elvillano1970