Ingenuos llegaron a creer que Luiz Inácio «Lula» da Silva, un veterano que salió de la cárcel por corrupción, que intenta aparentar seriedad y experiencia, recién casado y con solo la mitad del electorado que acudió a votar (aunque prácticamente empató con Jair Bolsonaro en medio de encendidas protestas), desarrollaría una presidencia prudente, juiciosa, cuerda y dedicada al engrandecimiento de su nación.
Sin embargo, no ha sido así. Lula ha quedado estancado en el pasado, viajando a expensas de otros, promoviendo y aferrándose a su arcaico socialismo y comunismo que no interesa a Brasil. Se abraza entusiasta con enemigos de Estados Unidos y de la democracia en Pekín y Moscú, manifestando en senilidad su preferencia por el lado invasor ruso en contra de los ucranianos ocupados, convirtiéndose en un adalid servil del castrismo venezolano, víctima del descrédito y la torpeza de aquellos que, por su inutilidad, se han quedado sin dinero, sin logros más allá de la corrupción e incompetencia, enfocados en la persecución de asociados y hambrientos de una recuperación que pocos encuentran.
En una demostración sin precedentes de sandez categórica y estulticia decisiva, Lula ha calificado el desastre venezolano, incluyendo a los chavistas que sufren escasez, falta de recursos para satisfacer necesidades básicas, hambre, salarios y bonos miserables, como una ficción inexistente, una falsedad, una simple «narrativa» imperialista, elogiando al castro-madurismo por su supuesto buen desempeño. Al apoyar al oficialismo y, a través de él, a la perversión ética y errores acumulados, demuestra al mundo que no hay esperanza, que vive en otro universo, que su ambición añeja lo hace ciego ante la agresión a la libertad y la democracia de los pueblos, incluyendo a su propio país. Está estancado en el infame, viejo y desgastado Foro de Sao Paulo, y aún peor, en el Grupo Puebla. Se ha quedado atrás, mientras Joe Biden muestra signos de envejecimiento y torpeza octogenaria, Lula ha seguido estancado, de rodillas ante sus complejos pasados y la realidad de 2023.
Se apresura en desmentir a aquellos que tenían la expectativa de que hubiera aprendido y reorientado su pensamiento, de que mereciera liderar una nación clave y majestuosa. Sin embargo, ha logrado que Bolsonaro parezca una figura brillante, dejando en claro que Brasil le queda grande y que los tiempos, ya sean buenos o malos, lo han dejado atrás.
A cambio de un apoyo despreciable que nadie quiere, ha presenciado el rotundo fracaso de su cumbre de presidentes suramericanos, tras la cual no se acordó nada y todo el montaje resultó inútil. Incluso la prensa izquierdista se ha puesto en su contra, gracias a la habitual humillación castro-madurista. El mundo se ha dado cuenta de que quien gobierna Brasil ha regresado extraviado, obcecado y totalmente ajeno a la realidad.
El chavismo y el castro-madurismo han estancado a Venezuela y la han dejado con un cuarto de siglo de atraso, con el regreso de Lula da Silva, el retraso de Brasil comienza.
@ArmandoMartini