“La exclusión social ha acompañado a casi todos los programa de ajuste en todo el mundo. Las verdades del reaganomics, que muchos economistas corearon desde los años 90, de que todo crecimiento se derrama sobre todos y que la mejor política social es una buena política económica, no tuvieron resultados en ningún país desde entonces y hasta hoy. No puede derramarse sobre todos, un crecimiento económico que no va acompañado de la creación de capacidades humanas para que las personas puedan insertarse en la economía que crece, o un crecimiento que no tiene políticas activas del lado de la oferta que favorezcan la creación de empleos que exijan mediana calificación, o un crecimiento que no se acompañe del funcionamiento de un sistema de seguridad social realmente inclusivo. Donde quiera que el crecimiento haya sido inclusivo, estuvo acompañado de políticas pro-inclusión. Venezuela no tuvo casi ninguna en los años 90 y solo tuvo políticas populistas en el siglo XXI, que no aseguraban ni crecimiento ni inclusión. Werner Corrales
Me he permitido la cita que precede como acápite, convencido de que en su interior, se puede ver, la principal falencia de la democracia que se exhibe por cierto, como reo de todas las inconformidades, insatisfacciones y denuestos por aquellos que le imputan, como sistema político, la falacia de las libertades que pretende asegurar.
Me refiero al reclamo que, como un contencioso recurrente y contumaz, regresa al discurso que le imputa a la democracia, la promoción de espejismos de igualdad, ante la cruda realidad que por el contrario fragua en la desigualdad, en la segregación y en la exclusión.
Mirar el asunto desde el punto de vista de los guarismos que miden, cuentan y pesan, el crecimiento económico y depositan en el fenómeno, una secuencia benefactora para la sociedad, como una conclusión impajaritable además, carece de fundamentación y en la base racional de los abundantes estudios sobre la riqueza nacional y su distribución, como aquel que ponderaba el bienestar societario, utilizando el supuesto del ingreso per cápita, ha sido abandonado, superado, sustituido por parámetros, como el índice de desarrollo humano que apuntan más, a la persona humana como una construcción que lo postula trascendente, como miembro de la sociedad, económicamente defendible y socialmente sereno.
La democracia no anda sola en el mundo de las ideas. Anda con la libertad que como su hermana gemela nace con ella, consustanciadas también pero, no nos confundamos; ambas muestran trazos específicos y definitorios.
La isonomia, la Isegoría y la Isocracia hacían posible una suerte democrática fundada en la convicción de la militancia activa del ciudadano. Su participación, su incidencia, su presencia deliberativa constituían su libertad y, en ese reducido pero suficiente espacio público, en la polis, en el ágora, se hacía patente el ejercicio de su voluntad, de su discernimiento, de su responsabilidad.
Allí pues, anudaba la libertad de los antiguos, recordando a Constant y, no en la ausencia de impedimentos para la expresión, para la actuación, para la inserción tallada en la sociedad. Berlín nos asiste para comprender más, al distinguir como negativa aquella acción adelantada sin tropiezos ni impedimentos, esa que deja hacer pero, señala que será positiva otra, cuando la voluntad consciente y guiada por el esfuerzo que estimula pero que también limita, modele la autorrealización.
Concurren pero no necesariamente coinciden la libertad y la democracia no obstante. La segunda requerirá para su ejecución una concienciación de membrecía societaria, supondrá la concertación para actuar fabricando un marco político y legal. No hay ciudadanía en el que se aleja o se siente fuera de la cosa pública y tampoco obra el espíritu democrático en él.
El asunto se complica cuando queremos separar la libertad de la democracia y ya Orwell dejo ese asunto prístino, a lo largo de su obra. Algunos se pretenden libres porque ausentes del espacio público pero al hacerlo se idiotizan como dirían los griegos y en ese comportamiento solipsista e irreal, pierden el sentido de la trascendencia propia del proyecto humano integral.
Otro aspecto a, brevemente comentar, es aquel que patentiza el carácter segregacionista de los fanatismos. Nada es más antidemocrático que el sectarismo, entendido éste, en sus dos vertientes. De una parte, en la composición de un grupo o porción comunitaria que labora desde una perspectiva que cultiva incluyendo la exclusión o, de otra parte, negándole cualidad y respeto a quienes osan disentir. En Venezuela y mostrando lo profundamente enferma que esta nuestra sociedad política, vemos como se configura peligrosamente una tendencia en esa dirección y sienten que son libres de hacerlo pero, no hay forma de que sean o actúen como genuinos demócratas.
En lo estratégico, la democracia debe asumir la identidad del demos para saber hacer y equilibradamente, el gobierno, el kratos del cuerpo político. Me explico; sin alteridad no hay libertad ontológica ni tampoco ciudadanía. Es un requisito sine qua non para asumir el proyecto de realización humana y política.
Desde ese ángulo; ubico otro elemento capital para forjar una sostenibilidad democrática. Me refiero a la justicia. Nada puede permanecer sin justicia. Y si bien decía Gandhi que la paz era el camino humildemente hago notar que, sin justicia no puede haber paz.
Chile es una experiencia que extrema las cosas y problematiza la reflexión en buena medida. Un país que crece económicamente pero también riega desde esa fortaleza el territorio social, con progreso y redistribución, reducción de la pobreza y movilidad social perceptible, con números envidiables, supo desnudar de súbito desequilibrios de variada naturaleza que explican ese giro violento y desgarrador del que hemos sido testigos.
Pero cualesquiera sea la etiología de ese patológico Chile, atrabiliario y esquizoide, no por ello culpemos a la democracia. Analicemos el por qué y busquemos el restablecimiento de los parámetros de responsabilidad que se postulan evidentes, entre los que justifican sus afanes antisociales, queriéndolos cubrir con el uso, como alibi, de las libertades ciudadanas. Como diría Burdeau, no puede haber libertad en el desorden y como diría Rousseau, la virtud de un gobierno no debe confundirse con debilidad; al ciudadano se le asiste formándolo para la ciudadanía con severidad eventualmente.
El socialismo manipula la democracia y el capitalismo, la pretende reducir al individuo y su solitario esquema de construcción personal. Desagregando el todo democrático e insensibilizando los términos de legalidad, equidad y justicia, no puede localizarse, ni la justicia ni su derivación natural, la paz.
Los pueblos son responsables ante ellos y ante la historia. Disiento del criterio de acuerdo al cual, el pueblo es infalible y siempre tiene razón. Infinidad de capítulos que lo desmienten tiene el libro del devenir existencial del hombre. El pueblo debe saber poner y también revocar al mandatario que lo decepciona, lo engaña, lo despoja, lo ofende, lo desconoce.
La democracia pues, no debe ser nunca un acto de delegación de soberanía. Así como no resistiría un examen de legitimidad y consistencia una propuesta de soberanía absoluta, ni para el cosmos ciudadano, tampoco, muchísimo menos, puede permitírsele al mandatario, quien quiera que sea el personaje.
Karl Loewenstein nos previene al afirmar que el poder es demoníaco y nos quisiera enseñar a domeñarlo, a limitarlo, a controlarlo. De su lado, José Ortega y Gasset nos sorprende al afirmar que, el enamoramiento es un lance de debilidad mental.
El ciudadano debe saber temer y debe aprender también, a confiar para que haya fluidez institucional y a desconfiar, cuando la libertad es la apuesta. Debe estar atento al poder que, siempre está presto a las tentaciones e igualmente, a los conciudadanos que se apartan para no asumir deberes. La democracia es libertad responsable lo que implica el riesgo existencial de resistir y aun más, de rebelarse.
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