OPINIÓN

Más que razones y disensiones para participar o abstenerme

por Nelson Chitty La Roche Nelson Chitty La Roche

“…Señor, respondió Sancho, bien veo que todo cuanto vuestra merced me ha dicho, son cosas santas, buenas y provechosas pero, ¿de qué han de servir, si de ninguna me acuerdo? De Cervantes Saavedra, Miguel, Don Quijote de la Mancha II, Editorial Sol 90, derechos cedidos a Orbis Ventures S.A.C, Lima 224, pág. 303

Los que aún se pretenden y se tienen como ciudadanos en esta distópica Venezuela, tienen a primera vista una auténtica encrucijada ante sí. Atender el deber constitucional y elegir a los miembros de la Asamblea Nacional, aun a sabiendas de que cursa un proceso de desconstitucionalización de un lado y, del otro, abstenerse y de esa manera protestar por las evidentes falencias que se reconocen, al examinar el establecimiento institucional y los procedimientos pertinentes, conscientes no obstante de que al hacerlo, concedes al usurpador, sin mayores esfuerzos, el control formal del instituto de la representación nacional y, esa gesticulación moral, en ese acto contenido, tal vez no tenga otra significación que hacer más aplastante la derrota, privándote de una colina o al menos de algunos arqueros que, bien que mal, se necesitarán para continuar en la batalla que, no obstante, deberemos aún después de muertos seguir librándoles.

Empero lo anotado, cabe, evocando a Weber, incorporar al análisis que intentaremos hacer y no con fingida humildad, sino con abrigada cautela, dada la complejidad, admitir que el asunto no se zanja éticamente desde las convicciones o no completamente, sino que es menester agregarle responsabilidad. Lo que decidamos y hagamos o dejemos de hacer tiene un impacto sobre los demás ciudadanos y sobre la secuencia histórica que vendrá después.

Y entonces la cosa se nos presenta como un espejismo, incluso, crucial y gravoso. Diríamos, recordando al sureño Rinesi, que nos movemos dentro de una tormenta de arena, un siroco, una suerte aporética nos traslada a un plano, en el que la política que sabemos es la gestión del conflicto, muta y se trastoca en definitivo antagonismo irreconciliable, insuperable y desde entonces, postula una tragedia. Sin política no puede haber dignificación de la persona humana.

Ya tratamos el pasado 14 de febrero de 2020 el asunto, en un artículo que denominé «El dilema ciudadano», que serviría en buena medida y alcance reproducir en esta entrega, pero, como sabemos, las vicisitudes siempre pueden ser peores. Así las cosas, necesitamos más que la remembranza de Antígona para comprender y luego intentar resolver en teoría de los juegos el asunto que nos hemos confiado, cuando trato de racionalizar el asunto y me asumí, a los fines del análisis, como el prisionero.

Lo volví a tratar en otro artículo, el 5 de junio de 2020, al interrogarme así: «¿Qué hacemos entonces?». Afrontamos, como ahora, el irresoluble e irresoluto maremágnum, con el ardor de las saladas y acuosas dudas entre los ojos, para decir que la abstención era la opción más perniciosa.

No ha cambiado mucho el entorno desde hace tres semanas, pero se sigue agriando el vino sin embargo y continuamos sintiendo, pensando, auscultándonos, como corresponde al ciudadano hacer.

Comencemos advirtiendo que estamos y seguimos en un escenario aparentemente político, el que la maniobra burda del opresor, al que por cierto le disgusta que le llamen dictador, ha manipulado y convertido en un teatro de la despolitización. No se aborda el problema sino que se elude el susodicho.

Si lo miramos en grueso y desde arriba, no hay otra vista que focalizar, sin embargo. No se cuida el burdo, basto y chato autócrata para nada. Ordena al TSJ, usurpa la AN y designa un CNE espurio como árbitro, impúdicamente parcializado a su favor.

Ya lo venía haciendo desde enero pasado, con el asalto a la AN y la sustitución por una directiva ávida de concupiscencia, pero no conforme el vampiro, además clavó sus caninos en el cuello de los partidos políticos demonizándolos. Como en el Drácula de Bram Stoker, chupó la sangre libérrima y dejó el carapacho alienado.

Recurre el diabólico poder chavista-madurista-militarista-castrista al expediente de los que, como él, se sabían ilegítimos pero en paralelo requerían de la legalidad, aunque simulada. Hitler, Stalin, los prohombres de Corea o los hermanos Castro, entre muchos más, resultan paradigmáticos de ese sórdido capítulo de la historia de muchas naciones. Prevalecieron sin convencer, pero de eso se trata la felonía.

Pero el drama no concluye allí. ¿Qué hacemos? sigue siendo la pregunta, pues ya sabemos con Rimbaud que “el aire del infierno no tolera himnos” y menos aún, cuando no se trata de una estación, una temporada en el averno, sino que estamos dentro del martirio, sine die, como dirían los latinos?

La política puede tener su momento como poiesis, pero debe para realizarse trascender en la praxis. La gestión del evento interés y conflicto es la esencia de la política hemos dicho y repetido y me lo hace ver, perspicaz, sin embargo, en un sencillo intercambio en el chat, mi fratello Freddy Millán Borges, educador de vocación y un muy completo intelectual.

Me hacía recordar una frase insistente de Oswaldo Álvarez Paz sobre la suficiencia de los diagnósticos, pero reclamaba la acción, la concreción, la hechura, sin la cual no hay política sino imaginación técnicamente proyecto a lo sumo.

Nos abstenemos o votamos son las opciones y no parece haber otras que de nosotros dependan, pero tal vez luce para muchos, demasiada superficial la perspectiva. Un amigo entrañable y talentoso me hace ver que no hay tal dilema y me escribe: “No hay oposición porque no son opuestos sino distintos»; los percibe mi colega y docente universitario como «una camarilla criminal, hampa y nada más que hampa». Piensa que no cabe concurrir porque no hay sino malandrería electoral en ciernes y agrega que ese asunto es de una naturaleza que escapa a las convenciones electorales y releva más de acciones policiales como las que esboza la Convención de Palermo.

Los cuervos de las dudas, desesperanzas, amarguras y comprensibles retaliaciones, con un irrefrenable deseo de punición, vienen como a Prometeo, a horadar las cotidianas conjeturas ciudadanas, o acaso, hipótesis que logramos erigir como un borrador y que no son sino eso. Nunca como ahora, nos sentimos citados por la incertidumbre que nos carcome y picotea inmisericorde.

¿Qué hacer? Celebérrima la respuesta que ofreció Lenin, refiriéndose a la organización de la lucha, yéndose a la hilandera social y con disciplina interior férrea que consagran como centralismo democrático. Lo recuerdo solo como un episodio de interrogante similar, que originó una respuesta y una dinámica. Igual a la otra pregunta, también respondida por el líder revolucionario pero en la revista Iskra sobre cómo empezar. No hacer nada o esperar que los otros actúen es la peor de todas las conductas.

Un sesgo en transversal, sin embargo, está operando y con dos líneas entrelazadas que lo constituyen. Por una parte y tal vez lo más abrumador es el hecho de que la clara mayoría de los venezolanos rechaza continuar con el régimen que todo lo truncó, pero no hay componentes comunicantes porque se instaló cuasi definitivamente la desconfianza y hasta la animadversión endógena.

Bien decía figuradamente, mi amigo y correligionario Oswaldo Álvarez Paz que, en lugar de disparar hacia adelante, donde está el adversario que nos trata como enemigos por cierto, lo hacemos hacia los costados y tal vez, pienso yo, eso se deba al afán no de permitir que la idea lidere sino la encarnación de la misma entre los que se lo disputan todo.

Hay que construir nuevamente una plataforma nacional unitaria democrática PNUD y que, no se nos olvide que la victoria de 2015 se dio con la acción conjunta que se alcanzó con la MUD, a la que despellejaron después, unos y otros, con razones algunas veces para criticar y las más de las veces sin ellas y con propósitos inconfesables o inútiles, de los que se elevan petulantes para convertirse en auténticas nulidades engreídas, como dijo aquel.

Por otra parte y en simultáneo, es menester reconstruir el espacio público, en el que debemos concurrir unos y otros, con respeto de criterios y pareceres que no por diferentes sean inaceptables. Se trata de tejer nuevamente el tramado social y civil que perniciosamente los malos, para llamarlos como lo que son, han dinamitado con todo tipo de tacos explosivos. Sin sociedad civil, sin concurso orgánico societario, sin funcionalidad, sin sindicatos, sin colegios profesionales, se permiten todo y yo sugiero iniciar esta etapa con ese gesto paradójicamente rebelde, que consiste en no aceptar el despojo, la enajenación, la neurosis de nuestro instrumental de mediación y representación.

Podemos y debemos, desde ahora, desde ya, sacar del estado de postración cataléptico a toda una poderosa expresión de la sociedad que, para decirlo de otra forma, muestra una suerte de estupor catatónico, sin reacción, sin emoción, sin articulación alguna. Los maestros, los servidores de la salud, los universitarios, profesores y alumnos pero también, los funcionarios a los que desconocen y pagan salarios de miseria y así a los partidos políticos que tanta falta hacen para este proceso.

Medio millón de maestros tratados como esclavos y pagados como tales no se les escucha más allá del discurso valiente de sus dirigentes agrupados en auténticas entelequias gremiales y sindicales, pero que no ha sido suficiente porque no es seguido de una defensa sistémica del argumento. Lo mismo podemos decir del funcionariado que recibe salarios definitivamente indignos, pero que prefiere reptar acobardado porque se sabe solo y vulnerable, cuando puede ser mucho más que eso. Hasta ahora ha triunfado el miedo a sufrir más. Pero tampoco medrosos sobrevivimos.

Votar o no hacerlo es una de las ecuaciones a despejar, pero dentro de un contexto mayor que yo llamaría la recuperación de la ciudadanía para poder pesar nuevamente y significar, en las distintas áreas, un factor de decisión. Y tan importante como eso es regresar al teatro deliberante en el que nos hemos ausentado y se explica en buena medida por el hecho de que el aguante diario individualizado nos ocupa y nos sustrae de lo común, que no es menos nuestro pero que terminamos dejando en el hombrillo.

Venezolanos de excepción se reúnen para promover la realización de una consulta popular inserta dentro de lo que llaman “Solución humanitaria de carácter electoral” y dirigen una carta solicitud a la OEA, fuera de los canales del CNE por considerar al ente parcializado. Algunos dudan de esa iniciativa, a la que solo reconocen un valor moral y yo me pregunto si, precisamente por eso, no deberíamos apoyarla y en suma, entiendo que la ciudadanización del conflicto, por diversas vías, es precisamente lo que necesitamos hacer.

Votar o no hacerlo es, desde ese ángulo entonces, un falso dilema si se inscribe dentro de una gestión racional y militante que suponga, además, el respeto a las posiciones y posturas de cada cual. Claro que la idea principal es reanimar a la sociedad civil y levantar nuevamente una estructuración unitaria para actuar como colectivo ciudadano.

No permitamos al usurpador posicionarse de la entidad de los partidos políticos que no por precarizada deja de ser indispensable para mantener viva la participación y canalización ciudadana que, sabemos, se ha venido a menos que menos, barrida por el desprestigio y el descrédito coyuntural pero que, sigue siendo un vehículo de expresión y movilización de singularísima importancia.

No se trata de resistir para no morir o hacerlo lentamente sino para mantener la potencia, la conexión, la pasarela ciudadana que nos permita reunirnos y actuar en el proceso de recuperación de nuestra soberanía, hoy comprometida. Ya llegará el momento de hacer valer lo que somos y no como ahora, lo que parecemos.

No le pedimos a nadie que comparta una opinión sobre votar o no hacerlo. Se trata de que lo exprese con consciencia del alcance y significación en la estrategia común, que no puede ser otra que la batalla hasta la victoria, que consiste en la superación de esta calamidad. No permitiremos que muera esa patria que vemos morir cada día, pero que no morirá nunca.

Viene a mi memoria el epitafio que Sansón Carrasco acompañó a la muerte del Quijote: ”Yace aquí el hidalgo fuerte, que a tanto extremo llegó, de valiente, que se advierte, que la muerte no triunfó, de su vida con su muerte. Tuvo a todo el mundo en poco; fue el espantajo y el coco, del mundo en tal coyuntura, que acreditó su ventura, morir cuerdo y vivir loco”.

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