Las buenas intenciones de Nicolás Maduro y Gustavo Petro se toparán con una empinadísima cuesta cuando intenten restablecer las relaciones bilaterales suspendidas por el cierre de la frontera desde el año 2015. A los dos embajadores les tocará enderezar una buena cantidad de entuertos para poder mostrar éxitos cuantificables en el terreno de lo económico y comercial y, en el escenario de lo político, existe una ristra de escollos de mucha mayor envergadura que superar para poder hablar de una binacionalidad eficiente.
Es preciso partir del supuesto de que dos países fronterizos como Colombia y Venezuela tienen mucho que ganar si consiguen sumar sus potencialidades en el terreno de lo económico, si alcanzan a desarrollar complementariedades y construir fortalezas entre ellos, si logran presentarse como un mercado único ante terceros países.
Escuchar a los ministros e incluso a los gremios de empresarios asegurar que Venezuela y Colombia alcanzarán en breve plazo instaurar un comercio binacional del orden de los 2.000 millones de dólares resulta quimérico, por decir lo menos. ¿Cómo, con cuáles rubros se construye este volumen de intercambios? No existe correspondencia alguna entre las cifras de comercio de importación y exportación de las dos partes. No existen mecanismos de pago ni de financiamiento para sustentar operaciones de comercio binacionales, ni una política cambiaria que favorezca, en el lado venezolano, las operaciones con Colombia. Pero además de ello, la política de gravámenes arancelarios venezolana lo que puede producir es un importante contrabando de extracción si la frontera se abriera mañana de manera libre.
¿Pueden Venezuela y Colombia aspirar a atraer inversiones externas para cubrir el mercado binacional dentro de un escenario como el anterior? Es bueno pasearse por el hecho de que los regímenes normativos para las inversiones en cada país atienden hoy a intereses incompatibles…
Lo anterior es válido para la variable de interacción comercial y económica entre los dos países. Pero si nos acercamos a cada uno de los otros sectores en juego dentro de la instauración de una relación sana, todo tipo de obstáculos juegan en contra de una integración fácil e inmediata. Estos escollos son protuberantes en lo atinente al drama migratorio, a la cooperación militar, a las políticas de energía y ambientales, a las actividades mineras y extractivas, a los asuntos de seguridad ciudadana, al tránsito fronterizo.
Ni qué decir del macroproyecto de Gustavo Petro de la negociación de un acuerdo de paz cuyos principales actores y negociadores se encuentran protegidos bajo la férula del régimen venezolano.
Nada es más deseable que los dos países podamos retornar a escenarios como los ya vividos en los que el eje colombo venezolano era la zona de mayores y mejores interacciones del continente con beneficios cuantiosos para ambos lados.
Un abismo colosal nos separa en todos los terrenos a esta hora, y aunque celebramos la disposición del nuevo mandatario de Colombia de desandar lo andado para acortar esta distancia que se ha instalado entre las dos naciones, lo propio es mirar este propósito con ojos objetivos, medir el tamaño y la complejidad del reto y trazar una ruta desapasionada de acciones para irnos acercando pausadamente y de manera constructiva y para ir tejiendo, paso a paso, una interacción sólida y estable.
Queda mucha tela por cortar para hacerlo posible. La sola expresión de voluntad no basta. Las manifestaciones de intención son útiles para crear un ambiente proclive al cambio, pero los excesos en las expectativas solo conducen al desaliento.