OPINIÓN

Más o menos de lo mismo

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes

Cuando eran pocas las novedades y el periodismo era el mejor oficio del mundo, en las salas de redacción de algunos diarios solían barajarse los horóscopos y trasladar azarosamente a Géminis o Tauro los presagios del día anterior correspondientes a Piscis o Aries. Estas y otras travesuras de esta suerte desbordan el anecdotario de cronistas y reporteros. Y en épocas de censura, a fin de suplir el déficit noticioso, no era infrecuente la invención de sueltos inofensivos atinentes, por ejemplo, a un espectro burlón de pantalones arremangados o a un enano nudista apostado en el hoyo 9 del Country Club. Ahora, a merced de la infobesidad, no pareciera necesario semejante proceder; sin embargo, medios de muy bien cimentada credibilidad y reputada seriedad procuran distraer a lectores, oyentes, televidentes e internautas con bagatelas referentes a mascotas infectadas por sus dueños, a la misteriosa aparición del fantasma de Wuhan en la isla de Pascua y el inexplicable brillo por su ausencia en Corea del Norte. Misceláneas y curiosidades en tiempos de peste.

La infoxicación no es producto exclusivo de la barbarie digital enseñoreada en las descreditas redes sociales. Al llegar a esa conclusión, coqueteé con la idea de nombrar estas líneas “Variaciones sobre un tema de moda”, título nada original —la originalidad sabe a soda y es muy común: todo el mundo procura ser único—, pero ello significaba echar leña al fuego de la sobrecarga informativa —information overload fue la expresión en inglés acuñada por Alvin Toffler  en su best seller de 1970 El shock del futuro—, contribuir a la paranoia colectiva y abusar en grado sumo de la paciencia de quienes, hartos del confinamiento social, tengan a bien echarle un vistazo a mi descarga. Sería, creo, como invitarles a una exhibición de postales del coronavirus o a la presentación de la colección primavera-verano 2020 de mascarillas, tapabocas, barbijos, nasobucos y barboquejos de alguna afamada diseñadora.

No es fácil matar el tiempo —en este contexto el verbo matar desconcierta tanto como un chavista en el confesionario—; empero, el manganzón rojo sabe cómo hacerlo a juzgar por un titular de El Nacional del jueves 16, cuando intento ordenar las divagaciones a publicarse este domingo 19 de abril, día de patriótico guardar sobre el cual nos detendremos en passant a guisa de colofón. El encabezado aludido reza: “¡Le sobra tiempo! Maduro ve Netflix en medio de la crisis y recomienda tres series: Bolívar, Así nos ven y La casa de papel, vistas en un maratón con Cilia Flores durante el fin de semana”. En las condiciones actuales, raya en el cinismo la recomendación del zarcillo, pues, afiliarse al servicio de streaming de la plataforma de entretenimiento estadounidense postula la tenencia de una tarjeta de crédito internacional, prerrogativa negada al común de los venezolanos, y exige, además, una regular conectividad a Internet: tal cosa sería pedir peras al olmo… Quousque tandem abutere, Nicolás, patientia nostra?

Después de un mes de cuarentena, férreo control social, ilusoria estabilidad política y una cada vez más aguda depresión económica, no puede sorprender —ya nada asombra en esta nación en ruinas— el desacato de los habitantes de algunas barriadas populares al toque de queda implícito en el estado de emergencia impuesto a trancas y barrancas por el orondo, mondo y lirondo usurpador con el pretexto del coronavirus, sin parar mientes en la extrema precariedad del sistema sanitario. No se necesita ser un lince para diferenciar entre la información veraz consignada como derecho en la bicha bolichavista y la mentira en clave goebbeliana propagada por el aparato comunicacional a cargo, al menos nominalmente, del loquero Jorge Rodríguez, vicepresidente sectorial de Comunicación, Cultura y Turismo y ministro del Poder Popular para la Comunicación y la Información, ¡uf! Y digo nominalmente porque en más de una ocasión su jefe y su hermanita se han encargado de poner los faltantes puntos sobre las íes de sus afirmaciones: hace poco más de una semana, el heraldo de la dictadura pregonó a los 4 vientos que ese día — sábado 11 de abril— no se había registrado contagio alguno en territorio venezolano, milagro debido acaso a los hijos de Buda.

“Agradecemos a la hermana república China y a sus delegados científicos por compartir todos sus conocimientos con nuestro equipo de profesionales de la salud, además de ayudarnos en esta ardua lucha para enfrentar y combatir la pandemia de covid-19 en Venezuela”. Este trino zalamero lo debemos al minpopo de Salud Carlos Alvarado, fisiatra “profundamente humanista” (Nicolás dixit) y ex rector (¿o excretor?) de la Universidad de las Ciencias de la Salud Hugo Chávez Frías (¡¿?!), “institución creada en 2014 con la finalidad de dedicarse a la formación de médicos integrales comunitarios —matasanos en cantidad, sin calidad y en tiempo récord a la manera de Cuba que linda es Cuba, pero Miami me gusta más— en el marco de las misiones Sucre y Alma Mater”. ¡Vaya pa’l Callao tonight!

No bien hizo su deposición el reichsminister für Volksaufklärung und Propaganda, saltó a la palestra televisual Delcy la vicenico, epidemióloga por ciencia infusa, y le refutó, reportando 9 casos, escuálido guarismo que hay que multiplicar vaya usted a saber por cuánto para aproximarse a la verdad. La comparecencia en la caja tonta de “la menina fea” le sacó la piedra al ocupa de Miraflores, quien la reprendió públicamente, reclamándole no haber ordenado la reclusión en hospitales —¿cuáles?— de los presuntos afectados —“Me preocupa este número, señora vicepresidenta, señor ministro de Salud. No quiero ver más este número aquí. Nueve personas en su casa. ¿Qué pasó, por qué esto se estancó? ¿Cuál es el empeño? ¿O es que no hay autoridad?”—. Si tuviese un milígramo de vergüenza hubiese renunciado ipso facto y evitado el efecto dominó de un cucambé al estilo Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga y le echó burundanga. ¡Abambelé!

Los quejicas nicochavistas deploran el masivo deambular callejero de parroquianos de Catia y Petare. Con el mantra del quédate-en-casa, los encargados de la (in)salubridad) nacional no consiguen arrear hasta su hogar a gente tildada prejuiciosamente de obtusa y cerril. No entiende el narcomadurismo de la misa siquiera la mitad. La reticencia popular no es testarudez ni desaprensión; mucho menos rebeldía —¡ojalá lo fuese!—, sino mucho guillo ante la abundancia de inexactitudes, ocultamientos, adulteraciones y estadísticas a todas luces inverosímiles, y, claro, mero instinto de conservación: ante la perspectiva de una prolongada agonía a causa del hambre, la ciudadana quizá prefiera jugar a la ruleta rusa (más bien china) del coronavirus. El covid-19 pareciera vivificar cadáveres insepultos destinados a la fosa común del olvido. Cuando se le agotó el futuro y más necesitaba la narcocracia roja y verde oliva una tabla de salvación, apareció, ¡bingo!, la plaga amarilla y respiró el cogollo bolivariano profundamente aliviado —aunque no por mucho tiempo, porque la DEA y la justicia estadunidense libraron una requisitoria contra sus jerarcas y pusieron precio a sus cabezas. En el ínterin, Mike Pompeo y Elliott Abrams le esperan en el umbral de la bajadita con una propuesta salvavidas, no del gusto de quienes están al borde de decir adiós con flatulencias postrimeras, pero sí de la oposición, el Grupo de Lima, la OEA y, en general, la comunidad democrática internacional—.

Mientras un invisible microorganismo mantiene en vilo al país, la escasez de gasolina amenaza con dejarlo a pie. Ya se sienten en el desabastecimiento los efectos de su carencia. Maduro culpa de esta anomalía a las sanciones impuestas a él y su pandilla, no al colapso de Pdvsa derivado de una gestión corrupta y atroz, y busca solidaridad en México. A lomos del corcel blanco del rescate tarifado y con las pistolas de Bolívar al cinto —adquiridas a precio de oro en subasta de Sotheby’s— el también sancionado naviero Wilmer Ruperti actúa como vértice funcional en una triangulación con AMLO y la petrolera estatal rusa y se gana una boloña sideral con la compra-venta de combustible destinado a paliar la insuficiencia local. Y, paradojas de un pobre país rico, la gasolina en Venezuela, antes prácticamente gratuita, pasó a ser la más cara del mundo —el estraperlo y las trifulcas en las bombas son de órdago—.

En este escenario se cumple un aniversario más de la cívica gesta del 19 de Abril, manipulada por el militarismo histórico chavista. Afortunadamente (las desgracias a veces tienen su lado positivo), tal vez no haya hoy discursos de orden y tampoco inapropiados circos guerreros. Gracias al cuadro de Juan Lovera, El tumulto del 19 de Abril de 1810, sabemos cómo eran y se llamaban los protagonistas del acto primigenio de afirmación republicana de este país en bancarrota, y tenemos una idea de la fisonomía popular plasmada en los rostros de los mirones —Jacobo Borges veía algo de Goya en esas caras—.  Entonces el pueblo no fue protagonista, sino testigo silencioso. Hoy tampoco lo es, a pesar de la segunda guerrita emancipadora del libertador Chávez, devenida, bajo la administración de su rabo de paja, primero en económica y después en catástrofe. Y hasta aquí llego sin necesidad de imaginar noticias y componiendo apenas una cacofónica variación sobre un tema pestilente: Dios ha dado cabello, caballo y cebolla al bellaco.

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