El más reciente episodio de aquel longuísimo, vergonzoso y aterrador rosario de exhibiciones de una violencia tan organizada como cruenta en la Cota 905 de Caracas, ante el que los diligentes y gárrulos acusadores, jueces y verdugos de Roland Carreño y de los demás perseguidos por razones políticas en Venezuela no han movido un solo músculo o emitido siquiera algún ininteligible susurro, solo ha sido superado en la dilatada escala de asombro de los venezolanos por el de la «generosa» devolución de la motocicleta que a la sazón le arrebataron a un médico, en medio de sus desesperados gritos de súplica por el elemental respeto a la santidad de su vida, a la que acompañó la encomienda de hacer públicos tal acto y lo que lo motivó.
Con semejante admisión orgullosa de culpa, en las narices del virus de la peste nacional, este mismo régimen que tanto se ha esforzado también en exhibirse como lo que en efecto es, la peor tiranía de la región y una de las más perversas de la historia conocida de la humanidad, ha quedado asimismo expuesto como la más débil de todas, por cuanto esa dictadura, dura solo es, y vaya de qué manera, con la población inerme a la que sus viles miembros con extremo sadismo oprimen y de mil modos distintos a diario humillan, mientras que con otros malos armados…
Los mismos agentes que, según lo arrojado por las exhaustivas investigaciones de las Naciones Unidas, violan mujeres y hombres, y hacen gozoso uso de la excrementicia materia que tan bien refleja su infecta naturaleza para llevar la tortura ordenada por sus aviesos régulos a insospechados niveles de crueldad, son incapaces de controlar las violentas sacudidas que les genera la sola visión de alguno de los criminales que a sus anchas azotan ciudades grandes y pequeñas de todo el país, aunque ello no debería sorprender si se considera con detenimiento la índole del genitor de esa vil ralea, cuya última morada, ora por la infinita ironía de la vida, ora por los designios al que un cinismo como pocos da constantemente forma, acabó siendo el otrora cobijo de su inconfesada pusilanimidad.
Los unos y los otros, no obstante, constituyen en conjunto aquel «hombre nuevo» que es tanto anhelado logro como indeseada consecuencia para los ruines opresores de la nación, pero, en todo caso, es el ciudadano inerme la verdadera víctima de los orgiásticos accesos de violencia de la hidra que impone esa suerte de anarquía selectiva en la que el «¡azoto como me da la gana!» se mezcla con la consciente procura de la preservación de una estructura criminal compartida por todos los monstruos locales y no pocos de los que llevan a cabo una amplia gama de actividades ilícitas en el orbe entero.
Visto así, no es difícil comprender el que, más allá del temor, no exista en el seno de la nomenklatura criolla el interés de enfrentar y acabar con lo que es tanto partícipe como sostén de un conglomerado generador de cuantiosas riquezas pese a la real amenaza que para ella representa, y que, por tanto, en tan distópico contexto hagan impúdicamente la vista gorda sus miembros ante los escandalosos crímenes de ese engendro mientras con mayor desvergüenza persiguen y luego acusan y condenan a inocentes, como Roland Carreño, en farsas procesales que hacen palidecer a los infames autos de fe.
Sucesos como los que, por ejemplo, con cada vez más frecuencia ocurren en la Cota 905, o como los que ya se han convertido en la principal causa de una masiva huida de Apure y de otras zonas del país, si bien han servido para revelar la debilidad del régimen chavista, son evidencia de la complejidad de aquello que ha sumido a Venezuela en el caos y que no morirá con el chavismo en cuanto sistema totalitario, ya que cuando ello ocurra, la guerra contra ese otro monstruo, su aberrante vástago, apenas estará comenzando.
Por supuesto, el chavismo aún vive y sigue siendo hoy el principal mal a vencer; uno que con cada respiro siega miles de vidas. Y si se cree que esto no pasa de una hipérbole dentro de una metáfora —buena o mala, según el libre y respetable criterio de quien la juzgue—, basta para despertar con dirigir la atención hacia el más reciente despropósito de los miembros de tal maquinaria de opresión, destrucción y muerte —ya vacunados contra la COVID-19, al igual que sus allegados—: la definitiva decisión de impedir la adquisición de las vacunas de AstraZeneca que se le reservaron al país en el marco de la iniciativa COVAX.
@MiguelCardozoM
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