“Era pronto para todo, y tarde para cambiar“
(“Tarde para cambiar”. Amaral)
Me encontraba días atrás manteniendo una conversación filosófica con mis hijos, de esas que, no sabes cómo, derivan por todo tipo de temas, cuando uno de ellos me hizo una pregunta a la que me fue imposible responder.
La pregunta era cuál es mi canción favorita.
Simple, en apariencia. Complicada, imposible, en realidad.
Para mí, la música es mucho más. Mucho más que música, quiero decir. La música es literatura, la música es poesía y la música, sobre todo, es filosofía. No debo de ser el único que piensa así, cuando a Bob Dylan le han otorgado el Nobel de Literatura.
Es por todo esto que yo, por lo general, suelo escuchar música española. Hablo inglés, es cierto, con cierta soltura. Incluso francés; pero la capacidad de entender el sentimiento que un autor quiere expresar, solo me la otorga mi lengua materna. Además, soy un firme defensor de los compositores y autores españoles, los cuales, según mi criterio, alcanzan una calidad extraordinaria. Sé que es poco habitual alabar la creación nacional, al menos en España, pero esta es mi opinión sincera.
Tengo desde niño una especial retentiva para las letras de las canciones. Me atrevo a decir que me sé de memoria cientos de ellas. Si no hubiera sido un vago redomado y hubiera aprendido a tocar la guitarra, sin duda habría intentado estar en el mundo de la música. No todo se consigue en la vida, pero aquí estoy, publicando en diversos medios, sin habérmelo propuesto. Sorpresas te da la vida. “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. (“Pedro Navaja”. Rubén Blades).
Siempre he sentido una debilidad especial por Joaquín Sabina, sin duda nuestro Bob Dylan local, o aún mejor. Pienso que, si bien la Academia sueca es difícil que repita con un cantautor, al menos habría que otorgarle el premio Cervantes. Aquí dejo la propuesta. Son tantas las frases, tantas las enseñanzas, tanta la filosofía de vida, tan apegada a mi querido y añorado siglo XX, que sería imposible enumerarlas. No obstante, recuerdo, en este momento, algunas.
“No abuses de mi inspiración, no acuses a mi corazón, tan maltrecho y ajado que está cerrado por derribo”. (“Cerrado por derribo”).
No se puede decir más en tres frases. Este párrafo, si lo miras bien, es una tesis doctoral. Un manifiesto de un sentimiento que todos hemos tenido alguna vez, de falta de valoración y el dolor y la apatía que ello implica.
“Ahora que tengo un alma que no tenía. Ahora que suenan palmas por alegrías. Ahora que nada es sagrado ni sobre mojado llueve todavía”. (“Ahora”) Sin duda la expresión del sentimiento inverso. La ilusión de un momento nuevo, luminoso.
Esta maestría a la hora de expresar los sentimientos, que muchas veces nos son tan propios, es un don. No solo atribuible a Don Joaquín. Otros grandes compositores han expresado, expresan, lo que su alma esconde, de esta forma tan bella, con la música.
“Esta casa sabe demasiado. Sus paredes escucharon tanto, que han salido grietas en el corazón de ambos y han perdido ya su brillo los armarios. Y las luces del salón ya se apagaron”. (“Corazón de mudanza”. Tontxu).
En lo referente a la literatura, a la escritura, yo bebo de estas fuentes. Para mí, son la inspiración más alta y más pura que puedo encontrar.
“Solo ha sido un sueño. Solo se ha parado el reloj. Por unos momentos, huimos de nuestra prisión. Huyendo de las pesadillas, dormidos los dos. Pero ha sido un sueño, que ya terminó”. (“Solo ha sido un sueño”. Los secretos).
“Que difícil se me hace, mantenerme en este viaje, sin saber adónde voy en realidad”. (“Todo a pulmón”. Miguel Ríos).
Las canciones, en definitiva, nos llenan el alma. Nos cambian el estado de ánimo, o nos lo acentúan. Nos trasladan a otros tiempos y lugares. Gracias a Dios, en un mundo plagado de gente empeñada en destruir, los creadores construyen. Los creadores suman. Los creadores, los autores, los compositores nos regalan un intangible de un valor extraordinario.
Así pues, lean, escuchen música, adquieran arte. Y paguen por ello. El halago es extraordinariamente dulce, pero no paga hipotecas. Démosle al arte el valor que realmente tiene.
“Alguien me contó que llevaba cien días encerrada en aquel bar, pidiendo fuego o alguna pista que le ayudara a encontrar, la luz dentro del laberinto, el mapa donde está escondido el mar, donde arden las promesas, donde solía naufragar” (“Cien días”. Ismael Serrano).
¿Hay algo más valioso que la felicidad?