Las distorsiones que se han producido en las cadenas de suministro en los últimos años, desde la ocurrencia de la pandemia del COVID y el inicio de las guerras en curso en Ucrania y Medio Oriente, han provocado inquietud en los mercados. El fenómeno del “nearshoring” se ha destapado como una solución parcial a estos desacomodos al cumplir con el cometido de acercar el productor de bienes e insumos al consumidor final. Con ello se evitan complejos desequilibrios y se reducen costos. Para los no familiarizados con el término, el “nearshoring” es la estrategia de transferir operaciones comerciales a un país geográficamente cercano de manera de mejorar la eficiencia económica y logística de las transacciones.
De un tiempo a esta parte, los únicos inquietos por acercarse a los proveedores no son sólo quienes importan. Los productores desde el año 2022 vienen haciendo esfuerzos ciclópeos por acortar distancias con quienes usan las materias primas o insumos que son exportados desde sus cadenas de producción Esta es una de las razones- no la única- por las cuales China ha estado relocalizando a sus empresas a lo largo de Latinoamérica, instalando allí sus producciones, invirtiendo en carreteras y vías férreas y construyendo puertos. Sin duda que hay un interés en colocar producciones a lo largo del sub continente; pero, sobre todo, hay apetito por acercarse más a Estados Unidos, particularmente en el instante en que el pulso arancelario entre ambos países los aleja comercialmente.
De allí que la presencia china en países como México y Colombia para atender el mercado norteamericano sea hoy esencial: su cercanía con Estados Unidos y el dominio del comercio de exportación hacia el norte los hacen particularmente valiosos. Pero es que, además, al sur del Río Grande hay países con inmensas masas potenciales de consumidores y una vasta oferta laboral, concomitantemente con abundancia de recursos inexplotados, de materias primas y de insumos industriales. Hay países también para los que el comercio con China reviste una importancia económica inmensa. Su expansión depende en buena medida de ello.
Este es el caso, por ejemplo, de Chile, Perú y Brasil, que para esta hora ya concentran en China una proporción grande de su comercio externo. Chile destina al país de Asia 40% de sus exportaciones, Perú 30% y el gigante brasileño 32%. Por ello el pie chino que ya se adentra dentro de sus fronteras ha sido introducido hasta la rodilla.
Un informe de este año del Centro de Investigación China-Latinoamérica de la Fundación Andrés Bello asegura, por ejemplo, que hay 147 proyectos que se han estado desarrollando entre 2020 y 2023 por empresas estatales chinas por un monto de 43.000 millones de dólares en Venezuela, Colombia Ecuador, Perú y Bolivia. La estrategia de los holdings va desde crear subsidiarias, concertar joint ventures o bien adquirir empresas con actividades ya desarrolladas y bien posicionadas en los sectores que les interesan para el “nearshoring”.
Brasil es una buena muestra. Se cuentan por cientos de decenas las empresas chinas presentes en el gigantesco país para integrarlo en las cadenas globales de valor y dar un paso a favor de su inserción en los mercados latinoamericanos. Allí se fabrican con capital chino y a granel insumos para automóviles eléctricos de terceros mercados, electrodomésticos y maquinaria pesada.
¿Esta relocalización resulta ser un desafío para Estados Unidos? Lo es sin duda. Forma parte de una realidad pragmática. De un fenómeno en marcha que no se resuelve con incremento de aranceles ni otras medidas de restricción comercial.