Es innegable. El coronavirus está cambiando al mundo, no por los que enferman y mueren, sino por la mayoría afortunada que sobrevive y se instruye en hacerlo diferente; descubriendo se puede interactuar, sonreír, sobrellevar, estudiar y soñar en un chinchorro quedándose en casa. Los que de su aislamiento saldrán a las calles, no para hacer lo de antes, sino a ensamblar un mundo distinto, que, por cierto, ya tenía elementos para irrumpir y establecerse, del cual nos deleitábamos profetizar e imaginar. Sin embargo, la pandemia, sus restricciones, cuidados y protecciones, han dejado el campo libre para surgir, y lo está haciendo. Un mundo activo, pleno de vida e innumerables novedades, listo para que nos convirtamos en impulsadores y parte integrante de su evolución.
Expertos en negocios observaron sus empresas estrecharse, marginarse y desaparecer, pero en su conjunto mayoritario no las dejaron fallecer. Las adaptan a nuevas realidades, estudian opciones y justiprecian dificultades para la apertura en caminos desconocidos. Por ejemplo: agonizan las salas de reuniones, pero, crecen y se fortalecen las videoconferencias. La tecnología comunicacional continuará difundiendo chismografía, necedades, pero al mismo tiempo robustece la difusión y discusión de ideas e intercambios intelectuales entre países lejanos con inmediatez instantánea. ¿Recuerdan cuando afirmábamos orondos que la aviación comercial a reacción había hecho más pequeño al mundo? Pues el avance tecnológico en las comunicaciones, igual que a la tinaja cuando se tiene sed, ha puesto el mundo en los hogares y a cada uno de nosotros donde quiera estar, sin salas de espera, aduanas ni ceñudos empleados de inmigración.
Hoy se lleva el mundo en un bolsillo, suficiente un celular inteligente, se conversa con quien se quiera, esté donde esté; se realizan viajes, visitas, celebran cumpleaños, nacimientos y matrimonios se escucha e intercambia, hasta se transfiere dinero, en segundos. Es como cuando una mujer con gracia menea la cadera y hace que los hombres pierdan la razón.
El régimen venezolano lo sabe, pero no logra poner la tecnología al servicio ciudadano, no alcanza comprender la vital importancia política, económica y social de Internet, la relevancia estratégica de la telecomunicación fuerte, de vanguardia y avanzada; porque cree equivocado, que, con una tecnología pretérita, vetusta, no se puede chismear, hablar tonterías y boberías. La diferencia está en la rapidez. Lo que no termina de razonar en detalle el represor, embustero y suspicaz, es que los habladores de estupideces tienen paciencia, los chismosos no.
Empeñados en hacerlo todo ellos mismos, incluido robar, caen en los retrasos y fallas de su característica incompetencia; mientras niños del progreso usan celulares para llamar, saludar a sus abuelos a miles de kilómetros de distancia, y los torpes leales ocupan días en destruir lo que se pone en sus manos porque siguen viendo al mundo y su país con cristales enrojecidos de asesores castro-cubanos que solo han sido exitosos en conservar a Cuba con hambre, insuficiencia y estancada en el pasado ignorante.
Democracias libres, los verdaderos, poco o nada pueden ocultar. Los ciudadanos lo saben casi todo, juzgan bien o equivocados en segundos. Venezolanos, cubanos, nicaragüenses y otras víctimas del anclaje en lo antiguo sufren sin saber por qué, y terminan, como muchos, actuando por su cuenta, improvisando, viviendo cada día y noche de acuerdo con su saber y entender, quedando en el aire el régimen y sus alardes, que logra estabilización a través de mecanismos sutiles -y no tanto- de control, códigos de silencio, censura, autocontrol y fuerte disciplinamiento. En lo que sectores disfrazados de opositores ya no buscan movilización hiperpolitizada de la sociedad, sino quietud e indiferencia. Si bien hubo amagues, la tónica fue siempre promover frustración, desinterés y apatía. Las elecciones fraudulentas son un buen ejemplo.
La epidemia nos ha constreñido, alejado socialmente, pero la tecnología abre el mundo de par en par; apertura nueva e infinita, que nos invita a un universo de oportunidades mientras el castrismo venezolano, sigue colocando alcabalas socialistas, empeñado en continuar en el remoto y superado mundo.
Tiempo de miseria, desdicha, infortunio y piojos, que, sin duda, cumple a cabalidad el desgobierno social comunista. Queda claro, lo que ocurre cuando administra la izquierda. La crisis económica hace triunfal debut, la escenografía del desempleo se acrecienta, la música y sonido de los impuestos se amplifican, el tejido social se quebranta y la ciudadanía se profana. Y no, vale la excusa de la pandemia del covid, porque la historia se repite. Es consecuencia de los cernícalos, malas y prescritas políticas públicas del infame populismo. La insolvencia manipuladora y mentirosa son las verdaderas capacidades de la izquierda, con pandemia y sin pandemia.
@ArmandoMartini