Le conocí cuando yo apenas estudiaba segundo año de bachillerato en el Liceo José Enrique Rodò de Tucupita, para fortuna y beneplácito del irrompible hilo de amistad imperecedera que posteriormente nos unió por tan múltiples como justificadas razones histórico, políticas, sociológicas y personales.
Yo apenas era un párvulo, que frisaba la tierna edad de la adolescencia, cuando fui “captado” por los dirigentes estudiantiles militantes de la juventud socialista del Movimiento Electoral del Pueblo (Partido Socialista de Venezuela) según la “biblia polìtica doctrinaria” del partido morado, el de la oreja del maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, llamada “El libro morado”.
Martín era el secretario general del MEP en el antiguo Territorio Federal Delta Amacuro a la postre devenido estado número 21 con el topónimo de estado Delta Amacuro. Fue, a no dudarlo, un padre político para la guerrera y combativa juventud socialista del MEP, a cuyas legiones pertenecían los combatientes Orlando Loreto y su hermano “Chede” (los hermanos Loreto nos gustaba llamarle en el seno de la organización juvenil. Los líderes eran, sin que ello implique ningún orden etario, el legendario y ya mítico Juan González, Edgar Genaro Domínguez, Andrés Emilio Cardona, Nelis Jacinta Moreno Palomo, Eduardo José Espinoza Zapata, Nelis Medina, María Zabala, Albert Mota, Wenceslao Ramos, Tibisay Medina, Julio (“el Loco Julio”) González, Juan Jiménez (Palillo), Eduardo “Cabezón” Tablante (+), Juan de Mata, Aníbal “Paleta’e mono” Salazar, Leonel Carriòn, Wilberto Cotùa, Noritza Martínez, Taide Marcano, Sonia e Irma (de Clavellinas) y un sinnùmero de jóvenes combatientes que movilizaban la masa estudiantil del antiguo Territorio Federal Delta Amacuro por las conquistas de reivindicaciones socioeconòmicas y gremiales de la población estudiantil tucupitense.
El MEP, bajo la égida certera de la dirección política de MartÍn Antonio Rangel Giovanetti y el regio equipo que le acompañaba en la Dirección Regional con miembros del Comando Polìtico Seccional (CPS) como el combatiente Luis Medina, Pedro Cotùa, Eudomar Ordàz, Felipe Urrieta, “el Negro Guerrita”, Juan Jiménez, Ramón Martínez, llamado cariñosamente “Ho Chi Ming” por sus rasgos fisonómico faciales, Pompilio Monroy Perales, el combatiente Chencho” Mendoza, José Francisco “el Ñeco Narváez” y una pléyade de hombres y mujeres que bajo la batuta del gran timonel político que a la sazón representaba el líder indiscutible de las huestes moradas en la persona de Martín Antonio Rangel Giovanetti forjaron y fraguaron los “annales de la historia socio-polìtica del Delta Amacuro durante las décadas de los setenta y ochenta».
Obviamente, el MEP de entonces era un equipo heterogéneo pero de un altísimo grado de homogeneidad y disciplina que le confería un envidiable respeto político entre las fuerzas protagónicas regionales. En esa época Martín era el dirigente curtido en las luchas clandestinas de la resistencia antiperezjimenista, el sobreviviente de la oprobiosa cárcel de Guasina, el hombre que estuvo exiliado en México junto con respetados y respetables líderes de la resistencia antidictatorial como el poeta Andrés Eloy Blanco. Recuerdo que Martín siempre congeniaba más con la juventud que con los combatientes de su edad cronológica; siempre se las arreglaba para que los jóvenes le buscáramos en procura de una necesaria y oportuna aclaratoria, sugerencia o una orientación política al momento de tomar decisiones organizativas y políticas que la coyuntura planteaba a los sectores magisteriales, sindicales, estudiantiles donde el MEP destacaba como primera fuerza política de la región deltaica. Guardo por este ícono de la lucha política nacional y regional una respetuosa deuda en lo que respecta a mis primeras lecturas teóricas, filosóficas y políticas. ¿Cuántos conceptos, nociones y categorías de la ciencia política le debo a la singular presencia tutelar de Martín Antonio en mis primeros pasos formativos como ciudadano, como republicano, como hombre de acendrados valores cívicos y civilistas? Sin duda, no son pocos. Sin un ápice de dudas, repito, la deuda espiritual con Martín es literalmente impagable. Son legión las influencias primigenias de su influjo como ductor de toda una generación de hombres y mujeres que adversamos legal y constitucionalmente un modelo de gobernabilidad basado en la partidarquía hegemónica de un sistema bipartidista hasta su ocaso en 1998.
A comienzos de la década de los años ochenta me fui del Delta a proseguir estudios en Mérida y mi vida tomó otros rumbos y avatares políticos; la lucha estudiantil universitaria me aventó hacia la extrema ultraizquierda y la guerrilla urbana. La militancia en las refriegas y los combates callejeros de la “Mèrida ochentera” me hizo migrar hacia organizaciones más radicalmente simpatizantes de la lucha antiparlamentaria pero indefectiblemente regresaba a mi amado Delta cada mes de agosto de cada año y siempre terminaba buscando a mi amigo y natural interlocutor político, al viejo combatiente y compañero de alegrías e infortunios Martín Antonio Rangel. Conversar con Martín significaba toda una fiesta del espíritu. A lo largo de mi dilatada y añeja amistad con el viejo luchador de la vieja guardia siempre hallé a un fraterno amigo dispuesto a debatir respetuosamente los puntos de vista, las perspectivas y los más heteróclitos ángulos de la discusión confrontacional siempre —debo subrayarlo— guardando celosamente los márgenes de respeto mutuo por las ideas del otro. Siempre ha sido, pese a las eventuales divergencias teoréticas e ideológicas, una fuente de virtud y un faro encendido de eticidad.
Ya a estas alturas de su longeva y provecta existencia, 92 años, Martín ha regresado a su organización que le brindó la oportunidad de iniciarse en la vida política nacional, Acción Democrática. Nacido en 1928, en plena dictadura de la oprobiosa tiranía de Juan Vicente Gòmez y testigo presencial y protagónico de las más señeras fechas históricas del siglo XX y XXI, es “el “ùltimo guasinero vivo” que sin dudas alberga una cauda invaluable de conocimientos de trascendental relevancia histórica y sociopolítica que hicieron posible la construcción de un nada desdeñable tramo de nuestra republicanidad venezolana.
Pergeño estas cortas líneas con el expreso propósito de ponderar su personalidad y vasto itinerario abridor de brechas y senderos que otros hombres y mujeres de singular estatura ética e intelectual transitaron junto con él la forja de la democracia, hoy agonizante a manos de los nuevos bárbaros que portan las banderas del socialismo del siglo XXI que prometieron acabar con los males de la democracia y terminaron enterrando el mejor sistema de convivencia civilizada que la especie humana ha podido darse a lo largo de la historia.