OPINIÓN

Markolino, el eslabón perdido

por Argenis Gadea Argenis Gadea

Siempre he contado con mi eterna buena suerte y, gracias a ello, nací en un barrio plebeyo y escandaloso de Venezuela llamado Maracay. Para ser un poco más específico, en El Toro (Las delicias), muy cerca de la casa del pez que escupe el agua, es decir, de la residencia de Juan Vicente Gómez. Allí conocí muchos aspectos de la vida, pero sobre todo la música. Conocí algo que sonaba en todas las casas los fines de semana y que lo llamaban “Salsa”. ¿Qué puedo decir de la salsa que ya no se haya dicho? Pienso que nada. Lo único que puedo añadir es que la salsa es un ritmo único en el mundo; hasta los espíritus menos sensibles pueden sentir algo que le crece en su opaca alma, que va creciendo y hace que sus piernas se muevan al ritmo de la música, como si se apoderara de su cuerpo.

Como es razonable, comencé escuchando a Oscar D’León; sus éxitos y luego sus primeros discos. No fue difícil para mí descubrir nuevos cantantes y orquestas, ya que los hombres que manejaban el transporte público de Maracay eran conocedores, sabios catadores de la buena salsa. Poco después ya sabía quiénes eran Héctor Lavoe, Los hermanos Lebrón, Ismael Rivera, Cheo Feliciano, Ismael Miranda, Roberto Roena, La Fania y muchos más; si sigo, podría hacer un libro de mil páginas de todos los autores que conocí, gracias a los mayores expertos de la salsa, es decir, los choferes de autobuses de Venezuela, que honradamente llevan el sustento a sus familias.

Pero debo agradecerle es a un taxista, quien, luego de recogerme en unas de las zonas más transitadas de Maracay, puso en su reproductor de CD un disco de salsa inédito para mí. Me quedé callado y con mucha atención escuché la primera canción. Eran nada menos que Ángel Canales y Markolino Dimond. Aquello fue un golpe directo, con un ritmo único en mis oídos. La voz inigualable de Ángel Canales y el son maravilloso en el teclado de Markolino. Puedo recordarlo como si fuera ayer. El taxista tenía una camisa manga larga blanca, unos bigotes silvestres y una cadena de oro delgada sobre su cuello, además de una esclava en su mano derecha, que relucía cada vez que cambiaba la velocidad. Él no sabía muy bien quiénes era Canales y Markolino; y la respuesta que dio luego de escudriñar a aquellos señores del CD fue: “Lo que me gusta escuchar son las llaneras; ese CD me lo regaló mi cuñado, que vive en los Frailes de Catia y vino la semana pasada a visitarme”, me dijo, prendiendo un cigarro en la parada de un semáforo.

Debo decir nuevamente que gracias a la eterna buena suerte que me acompaña, y gracias a la esencia y aroma exquisito, bondadoso, del venezolano, el taxista me regaló el CD, luego de dejarme en mi casa, mirándome a la cara y diciéndome: “Te lo regalo, porque se ve que te gusta la salsa más que a mí; y además porque eres un capricornio perfecto, como yo, sin remediar”. Nunca entendí el dicho y sin saber cómo había adivinado mi signo zodiacal. Pero ese día escuché nuevamente el disco antes de dormir y a la mañana siguiente empecé a averiguar quién era aquel hombre llamado Markolino Dimond.

Mark Alexander Dimond, “Markolino”, un eslabón perdido; no se sabe muy bien cuándo nació; dicen que tal vez vino al mundo en Filadelfia, en un barrio llamado Hell’s Kitchen (la cocina del infierno), en los años 50. Su madre se ganaba la vida limpiando departamentos. Su padre era un cubano, a quien nadie había conocido; y todo mundo creía que él mentía sobre el origen de ese padre: pensaban que seguramente nunca había tenido. Markolino comenzó a tocar el piano gracias a su amigo y vecino, también músico: Ismael Miranda; pero desde muy temprano a Dimond le gustaron las drogas, principalmente la heroína. En 1968, con la orquesta de Willie Colón participó en el disco titulado The Hustler, en el que demostró su gran talento en el piano. Para el segundo disco de Willie Colón, Markolino compone una canción titulada “Te están buscando”, donde confiesa su adicción a las drogas:

Te están buscando ya, la policía

Te están buscando ya, la policía.

Te lo dije Markolino

que tuvieras más cuidao

la jara te anda buscando

tú estás guisao.

Markolino grabaría tres discos con bandas propias. Los álbumes son: Brujería, Beethoven’s V, The Alexander Review. En 1976 participa en los proyectos Latin Fever de Andy Harlow y en Los salseros de acero, de Frankie Dante. Luego de ese año Markolino desaparece por completo del mundo de la música y ninguno de sus amigos lo vuelve a ver. Pasaron nueve años para que Andy Harlow lo encontrara en Miami: vestía como un pordiosero. Markolino le confesó a su amigo que estaba en la quiebra y que vivía en un motel con una mujer y que necesitaba dinero.

Andy lo auxilió con algunos billetes y le regaló un piano eléctrico, para que ganara dinero con algunos proyectos que estaban en camino. Markolino hizo su trabajo, cobró y se marchó. Un año después Andy Harlow recibió una llamada de la madre de Markolino, para informarle que Dimond había muerto en Oakland, donde se había reencontrado con su padre, aquel padre que todo el mundo pensaba que no existía. Al final, Markolino Dimond había logrado componer su existencia, alejándose de la mala vida para siempre: consiguió un trabajo con vendedor de piano; pero en medio de sus labores, Markolino colapsó, a causa de una sífilis cerebral no diagnosticada, consecuencia de la heroína.