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Mariano Rajoy más allá de la “conspiración” de los amateurs

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Un liberal en lo económico; eso soy. No obstante, dos de los tres presidentes que más admiro vienen de la socialdemocracia, y están muertos.

No los admiro por colectivistas, sino por su talante para la concertación y cordialidad cívica, como activos de transiciones democráticas.

Los dos primeros: el argentino Raúl Alfonsín, el cual debió pactar con todos, para reconstruir el edificio de la democracia devastado por las dictaduras de Videla y Galtieri en Argentina. El otro, el español Adolfo Suárez, que puso de acuerdo a liberales, comunistas y conservadores, para llevar a España del régimen franquista a la democracia.

El otro, está vivo.

Es un estadista de convicciones económicas modernas. Tan necesarias en un mundo dividido, no estrictamente entre derechas e izquierdas, sino entre ideas que funcionan y las que no.

Lo visité hace un mes en su despacho en Madrid, a pesar de que fiel a la vida que lleva hoy, no recibe a mucha gente, según me advertían. Cuando llegué, salió al pasillo, con amplia sonrisa y nos saludó efusivamente.

Ahí estaba Mariano Rajoy, expresidente del gobierno de España.

Le dije, quebrándome en la formalidad, que le admiraba. Estoy convencido de que se percató que mi afirmación no era un mero saludo de cortesía, cuando recité de memoria parte de uno de sus discursos sobre el populismo, dirigido contra esa casa de hechicería que es el partido español Podemos.

“Es fácil prometer la luna e incluso el sol. No es lo mismo dar doctrina en un plató de televisión que defender los intereses de España en un Consejo Europeo. A los problemas difíciles no se les hace frente con planteamientos mesiánicos. Algunos confunden la política con el sermón de la montaña”, dije citándolo textualmente, mientras un incrédulo Rajoy sonreía en silencio.

Fue una plática que, por supuesto, no puedo revelar hoy ni nunca. Toda esa conversación de una hora quedará ahí, en aquel recinto. Lo que sí puedo decir es qué define a Mariano Rajoy, porque uno puede definir una persona sin revelar de qué se habló en privado.

Mariano Rajoy es un líder. Un estadista. Un ejemplo de la política de la concertación, tan escasa en nuestras muy frágiles democracias latinoamericanas, donde todo cuanto surge, bien en crisis o en paz, se quiere responder con conjuros caribeños. Violando casi siempre la ley, olvidando que una democracia no sólo lo es porque se vota, sino porque la ley juzga a todos por igual.

Rajoy heredó una España convulsa y herida económicamente, a la que salvó de una catástrofe que parecía inevitable. Lideró a España a través del rescate bancario europeo e impuso austeridad a su gobierno con la intención de encaminar su país hacia el crecimiento económico de nuevo.

Un personaje, Pedro Sánchez, el capataz del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), inició el proceso de conspiración política, llena de calumnias, que obró la destitución de Rajoy, y lo reemplazó en la presidencia del Gobierno español.

Así se sentó un precedente grave en la historia de la democracia española; llegaba al poder alguien rechazado sistemáticamente por los españoles cuando se les había pedido su opinión a través de las urnas. Alguien que no ha había ganado unas elecciones nunca. Llegaba al poder Pedro Sánchez, que había perdido las elecciones frente a Rajoy.

Sánchez, un hombre que la única forma de llegar era urdiendo una conjura en el Congreso, asociado aunque sólo fuera en la retórica por un grupo de amateurs, que desde un supuesto centro político, se convirtieron en socios importantes de la izquierda en aquella ignominia.

En 2011, durante el gobierno del presidente Rodríguez Zapatero, el crédito a las familias caía 40% anual en España. En 2017, durante el gobierno de Rajoy, subió 9%.

En 2011, el crédito a las pymes caía 17%. En 2017 subió 8%.

En 2011, España tenía un déficit exterior de más de 34.000 millones de euros. Durante el gobierno de Rajoy exportaron mucho más de lo que importaban.

Cuando visité a Rajoy, hace días, todo el mundo en España parecía consciente de que, en menos de cuatro años de gestión, los socialistas después de haber conspirado contra Rajoy, habían sembrado desconfianza, inquietud y temor. Hoy, Sánchez ha desbocado el déficit y repuntado la inflación. En fin, Sánchez ha estropeado lo que Rajoy había conseguido arreglar.

Rajoy no es un yerbatero, ni un gitano vendiendo la suerte en una esquina. Nunca prometió el paraíso ni asaltar el cielo. Fue un estadista. Quizás uno de los jefes del Gobierno español que más resonó en el mundo.

Mientras leo el libro Política para adultos, que me regaló durante mi visita, medito en que el mundo necesita hoy muchos más políticos como Mariano Rajoy.

Poca gente me ha sorprendido en mi vida pública. Pero, para ser totalmente honesto, Rajoy me impactó.

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