Existe en ella una convicción que va más allá de una conveniente postura política. En la antigüedad los pueblos nómadas que marchaban por el desierto tenían la convicción de que detrás de los agudos obstáculos estaba la verdad de su esencia. Recorrían en cada paso los siglos de otros pasos que instauraron los huesos de su origen. Ellos llamaban autenticidad al esfuerzo que se suponía exponer su vida en cada trance. Cuando el camino es un viaje de integridad, el objetivo siempre será honesto. Ese es el viaje que por sus convicciones recorre la aguerrida María Corina Machado, y con ella la nación. Responder a los principios es una característica fundamental del liderazgo comprometido con la decencia. Solo quien manifiesta la grandeza de su ser, es un ejemplo en la hora menguada. Nos ocurre una hecatombe moral en toda la extensión de la palabra Venezuela. La República, que fue modelo universal, recibió un fortísimo mazazo en el corazón. El saqueo ha sido brutal, la complicidad de bandas que lactan de la ubre oficial, mantienen con vida al paciente tiránico que desgobierna. En una coyuntura donde se guarda silencio por miedo o negocio, María Corina Machado, mantiene la suya con una claridad que reconoce un país defraudado por tanta bellaquería política. Su discurso tiene la claridad de quien no tiene amos. Avanza entre canalladas y punzantes estacas de actores malvados; que anhelan seguir en brazos de la dictadura. En las sombrías noches de podredumbre, los socios del botín, se reúnen para tratar de enlodarla, llenarla del mismo componente fétido; que recorre sus venas de amancebados bufones de la comedia del estiércol. La desvergüenza de sus procederes es un signo inequívoco de la falta de escrúpulos de semejantes personajes. A María Corina Machado es fácil ubicarla en el dolor de la gente. En el desierto acomodaticio del mundo cómplice, ella asume la postura de enfrentar con denuedo todo el ardid que se armó para secuestrar a Venezuela. Una verdadera mafia inescrupulosa mueve sus tentáculos con la habilidad de quien maneja títeres.
María Corina es un sentimiento nacional en cuerpo y alma. Se alza majestuosa como en los impetuosos llanos venezolanos impregnados del hombre a caballo. Las olas que besan las orillas de infinidad de arena son los pasos de la guerrera. Es las cúspides andinas con su canto y casas abrazadas con el frío. Del rayo del Catatumbo en marinaje perfecto con la gaita en el sentir zuliano. Es Lara vestida de su musa encantadora. En definitiva, es cada entidad con sus características y sueños. Es cada venezolano que abre su corazón buscando en las entrañas a la libertad secuestrada.
María Corina será presidente. Y con ella se iniciará la obra más formidable que recuerden los anales de nuestra accidentada historia. Es la hora de acompañarla en la titánica empresa.
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