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Margarita, Coche y Cubagua: la historia de las perlas

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Margarita, Coche y Cubagua, ese conglomerado insular que lleva el nombre de Nueva Esparta, fue el epicentro de una de las empresas más significativas en la extracción y comercialización de perlas en la historia moderna. Desde la época colonial, esta industria sustentó a la población neoespartana durante siglos, siendo una fuente crucial de riqueza que benefició a pescadores y residentes de las islas.

La historia de los Ávila Guerra está ligada a esta actividad. Se iniciaron en ella en 1930, cuando adquirieron 120 escafandras de buceo de una compañía inglesa que había abandonado la pesca de perlas para trasladarse a Martinica. Fue entonces cuando mi padre y mi tío, Juan José y Rafael Ávila Guerra, consolidaron el negocio. En ese momento, encargaron al renombrado carpintero de embarcaciones especiales para la extracción de perlas, el maestro Juan Nepomuceno León, la construcción de tres naves que nombraron Concepción, Trino y Zoila.

Entre los buzos que trabajaron con ellos destacan nombres como Pedro Ezequiel Bravo Ávila, Tomás Vázquez, Heraclio Suárez, Jesús González, Alejandro Palma, Félix Suárez, Marcelino Acosta, Eleuterio Rojas y José Gutiérrez. La época de mayor producción de perlas en Margarita, Coche y Cubagua fue en los años 1943 y 1944, alcanzando aproximadamente 1.300 kilos. Este período es recordado como una de las cosechas más importantes por los habitantes de Margarita.

La clasificación de las perlas se realizaba mediante un meticuloso proceso manual, utilizando un pequeño cernidor con perforaciones marcadas con números. Por ejemplo, el número 20 correspondía al tamaño mínimo de las perlas, las más pequeñas conocidas como mostacilla y el redondo menudo. La demanda variaba en cada país, dependiendo de los gustos y preferencias de los compradores que visitaban Margarita. Posteriormente, se clasificaban las perlas de mayor tamaño, como el barroque y la perla de vista, esta última era la más fina y apreciada por su color y oriente blanca, rosada o amarilla.

En esa época, el centro de Margarita, hoy Boulevard Gómez en Porlamar, se convertía en un bullicioso mercado internacional de perlas, atrayendo compradores de Europa y Estados Unidos, como los señores Gaón, Monsahed, Sordo Ojeda, Ben David, Meyer, de Rhode Island, entre otros. También venían muchos comerciantes de la India quienes adquirían la perla más pequeña llamada “mostacilla” y algunas perlas denominadas “de descarte”, con las que hacían el polvo que usaban las mujeres para maquillarse. Margarita sería en ese momento una especie de feria internacional de las perlas para el comercio.

En cuanto a los compradores medianos de perlas, por ejemplo, en San Pedro de Coche estaba el señor Juan Gil. La vida de los margariteños y cochenses era apasionante, entre el mar y los compradores internacionales que acudían a los locales para la comercialización de las perlas. Esta actividad comercial fue durante muchos años uno de los pilares económicos más relevantes de la isla de Margarita.

Durante muchos años, los Ávila Guerra recibieron a venezolanos de todas partes con los brazos abiertos en su casa, donde una mesa rectangular con un fieltro verde se convirtió en el símbolo de la amistad y la admiración por nuestras islas y su riqueza marina. Todavía hoy, muchos visitantes que frecuentaban el hogar de nuestros padres, Juan José y Rafael Ávila Guerra, nos preguntan por aquella mesa, que algunos confundían con una de billar debido a su apariencia; sin embargo, era el punto focal donde se exhibían las perlas a quienes estaban interesados.

Este contacto con personas de toda Venezuela nos permitió tejer lazos de amistad que perduran hasta el día de hoy, heredados por las generaciones posteriores. La pesca y comercialización de perlas, tanto a nivel nacional como internacional, era una actividad cotidiana para los Ávila Guerra. Aún persiste un pequeño museo que guarda la historia de Margarita y sus perlas, incluida la emblemática mesa de fieltro verde que simbolizaba el diálogo entre los venezolanos y motivaba la pesca de perlas.

Gracias al esmero y la dedicación de mis hermanas, Flor de María y Violeta Margarita, este museo ha conservado su esencia, manteniendo vivo el legado de la Margarita que floreció como una fortaleza económica en su época dorada. Este museo es un tesoro que guarda las historias de la Margarita de antaño, con sus recuerdos ancestrales y una profunda narrativa sobre la generosidad de nuestros mares. También es un recordatorio de la nobleza y laboriosidad de sus habitantes, porque fue por su esfuerzo que las tres islas brillaron con luz propia, gracias a la tenacidad para rescatar las perlas que emanaban de sus profundidades marinas.

Con el transcurso de los años, la producción de perlas experimentó un declive atribuible a una serie de problemas, como la falta de control en la pesca, la devastación causada por la pesca de arrastre que agotaba los recursos marinos al extraer todas las especies, incluyendo las ostras recién nacidas, y las preocupaciones ambientales relacionadas con la contaminación de nuestras aguas.

A raíz del descubrimiento de petróleo en nuestras tierras, los habitantes de Margarita se vieron enfrentados al desafío de la emigración en busca de oportunidades laborales en áreas petroleras como el Zulia, Monagas, Falcón y Anzoátegui. En aquel entonces, en lo que hoy conocemos como el Boulevard Guevara, se ubicaba una pequeña sucursal del Banco de Venezuela. Los días 15 y 30 de cada mes, esta sucursal se llenaba de largas filas de personas que esperaban recibir parte de la remuneración que sus familiares enviaban desde los campos petroleros donde trabajaban. Esta nueva realidad daría paso a otra época para la isla: la del auge del turismo, que planteó grandes retos y de la que hablaremos en la próxima entrega.

Margarita, Coche y Cubagua aguardan con esperanza que el mar Caribe, con su generosidad, devuelva a los neoespartanos el tesoro de su inmensidad, manteniendo viva la tradición de ser la isla de las perlas. Es fundamental comenzar por proteger el ambiente y nuestros mares, demandar el respeto hacia los pescadores artesanales por parte de la pesca de arrastre, y preservar el hábitat donde nace el arte y el tesoro de las perlas.

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