OPINIÓN

Mareas y elecciones

por Raquel Gamus Raquel Gamus

 

De izq. a der.: Guillermo Lasso (Ecuador), Luis Arce (Bolivia), Luis Lacalle Pou (Uruguay) y Jair Bolsonaro (Brasil)

Importantes vuelcos ha dado la región latinoamericana en materia de tendencias políticas. Durante varias décadas del siglo pasado una abrumadora mayoría de gobiernos dictatoriales respaldados por la gran potencia del norte le permitió a esta tener la última palabra en distintos frentes, en especial el del anticomunismo. Sin demasiada dificultad ponía y quitaba gobiernos a voluntad, valiéndose de distintos subterfugios para justificarse.

Durante las décadas de los sesenta y los setenta la democracia logró tener  presencia en la región y convivir con las dictaduras e incluso iniciar proyectos de integración y cooperación con una óptica pluralista, promovidos en especial por México y Venezuela.

Los años ochenta fueron los de la ola de la redemocratización en América Latina, con la anuencia de Estados Unidos, que tenía razones tanto políticas como económicas para ese vuelco. El grupo Contadora, integrado originalmente por Colombia, México, Venezuela y Panamá, con cuya participación se logró la paz y la democracia en Centroamérica,  no contaba con la anuencia del gobierno de Reagan, anclado en una óptica este-oeste, pero siguió adelante hasta lograr su cometido.

Esta ola democratizadora se consolidó a partir de la década de los noventa. Con el Protocolo de Washington se dio inicio a la introducción de reformas en la Carta de la OEA. Destaca la Resolución 1080, aprobada en 1991, que por primera vez habilitó a la OEA, en caso de ruptura del orden constitucional o golpe de Estado, a tomar las sanciones y las medidas que considerase adecuadas, principal antecedente de la Carta Democrática Interamericana aprobada en 2002. Estados Unidos dejó de ocupar el lugar del villano invasor para convertirse en el país impulsor de la democracia y los derechos humanos.

La CDI tuvo su época de esplendor constituyéndose en un elemento disuasivo de las tentaciones autoritarias, incluso para aquellos gobiernos como el de Hugo Chávez en Venezuela que abiertamente difería de la democracia liberal. Recordemos que desde su acceso al poder en 1999, se sintió ungido en la labor de promover la revolución, tarea que desde los años setenta había abandonado Fidel Castro. Con el triunfo de Lula da Silva en 2003, Evo Morales en 2006, Rafael Correa en 2007, Nestor Kirchner (2003), Cristina Kirchner (2007) y de Daniel Ortega (2007) se consolida la llamada marea roja  latinoamericana , caracterizada por la priorización de una agenda política polarizante y un frente de solidaridad automática, entre los gobiernos que lo integran que se hace la vista gorda a las graves violaciones de los principios democráticos y los derechos humanos, así como los saqueos a la nación por parte de muchos de ellos.

La realización de elecciones, salvo en Venezuela, Nicaragua y por supuesto Cuba, ha permitido fluctuaciones en la hegemonía de esa marea. En Brasil el PT De Lula es reemplazado por el ultraderechista Bolsonaro. En Ecuador el correísmo sufrió un traspié de facto con  la patada histórica de Lenin Moreno que ahora se produce electoralmente con el sorpresivo triunfo del derechista Lasso.

En Bolivia, luego del gobierno provisional de Jeanine Áñez, vuelve a ganar la izquierda en la figura de Luis Arce, pero en las elecciones municipales se repite el rechazo de las ciudades a esta tendencia de izquierda

También socialismos más moderados, como el del Frente Amplio de Uruguay después de 15 años de gobierno es reemplazado por el centro- derechista Lacalle Pou y en Chile Michelle Bachelet por el derechista Piñera.

Las mareas suben y bajan en la medida en que los pueblos buscan satisfacciones que no encuentran. Dadas las calamidades que se desprenden del ejercicio dictatorial del poder de Nicolás Maduro y de la situación de ruina a la que ha llevado al país, el tema de Venezuela siempre va a estar presente, con posiciones marcadas por el color de la marea. Lo que sí se ha perdido en esa polarización es el foco de la necesaria integración para la lucha por el bienestar común como otrora se hizo con los diferentes acuerdos de integración hoy paralizados.