A Rosalina García de Jiménez y sus hermanas, primas de Marco
En vísperas de la celebración de la Divina Pastora, recibí la impactante noticia del fallecimiento de Marco Antonio Ghersi Gil, no sé cómo ni cuándo en su casa en Barquisimeto. La noticia me ha sobrecogido. Pregunto y me lo vuelven a decir. Repregunto porque cuesta creerlo.
Marco y yo nunca llegamos a vernos en persona. Sin embargo, desde 2016, o quizá un poco antes, desarrollamos una fuerte amistad basada en nuestros intereses comunes sobre historia, genealogía, filología e identidades locales y regionales que forman la identidad nacional y alimentan el pasado de Venezuela, especialmente en sus dimensiones local, regional y nacional.
Llegamos a hablar a diario, a veces incluso varias veces al día. Muchas fueron las consultas que le hice en esos temas, además de las de carácter médico y los tratamientos más efectivos. Con sus profundos conocimientos, Marco siempre me iluminó en asuntos relacionados con historia, genealogía, filología, estudios clásicos, paleografía, historia local y regional. En medicina, Marco era, sin duda, un erudito y un gran médico.
Nunca dejó de fascinarme la magia que sus palabras desprendían al hablar de las conexiones genealógicas, redes de parentesco, palabras antiguas, temas de latín y griego antiguo, formas ya pretéritas de escribir, nombrar o referir y las complejas formaciones culturales que se han dado en Venezuela y, por extensión, en Hispanoamérica. Marco fue un hombre de grandes visiones y extraordinarias percepciones e intuiciones en el campo de la genealogía, la historia social y la filología.
Nacido en Barquisimeto el 9 de octubre de 1968, se formó en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado de su ciudad natal, de donde egresó como médico en 1994. Allí mismo, en distintos momentos, ejerció la docencia, tanto en medicina, como en historia y música, que también fue uno de sus mayores intereses. Fue el primero de su promoción de médicos con el más alto índice académico. Luego hizo estudios y pasantías en Caracas, principalmente en la Universidad Central de Venezuela y también en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. Pero no era la medicina, a pesar de sus vastos conocimientos en ese campo, lo que más le atraía.
Hizo estudios de historia y paleografía en Caracas y Barquisimeto y, más tarde, estudiaría en España historia, filología y paleografía. Su abuelo materno, Víctor Manuel Gil García, un barquisimetano de extensos conocimientos, en especial sobre la antigüedad greco-latina y su literatura, lo había introducido desde la niñez en los estudios clásicos, y fue quien lo condujo en su aprendizaje del latín y el griego antiguo. Marco sentía gran pasión por esos temas. Disfruté mucho de nuestras conversaciones que podían variar desde las mejores traducciones de La Ilíada y La Odisea hasta problemas sencillos y prácticos de transcripción, como la partida de nacimiento de mi abuelo paterno, nacido cerca de París (Francia) en 1889. Marco tenía la visión del filólogo, no solamente la perspectiva del traductor o del mero transcriptor.
A lo largo de su carrera académica, Marco escribió varios libros sobre la genealogía de familias del Occidente de Venezuela e historia de la medicina. Su conocimiento también abarcaba familias y grupos familiares del Oriente venezolano, de donde provenía su familia paterna. Ese conocimiento, además, trascendía el mero ámbito genealógico y se proyectaba a los fenómenos sociales y socioeconómicos que influían en las estructuras familiares, la composición de las alianzas matrimoniales y las parentelas. Tenía un profundo conocimiento de las fuentes. Sabía con precisión dónde se podía encontrar determinada documentación genealógica o cuándo, por ejemplo, una documentación podía resultar insuficiente o potencialmente nula para un problema de investigación. Llegó a ser miembro de número de la Cofradía Internacional de Investigadores de Toledo (España) y del Instituto Venezolano de Genealogía (sillón XXI), así como miembro correspondiente del Centro de Historia Larense y de la Academia de la Historia del Estado Miranda.
Con motivo de la elaboración de genealogías sefarditas tras la apertura de España y Portugal a reconocer la nacionalidad a los descendientes de los judíos expulsos, Marco desarrolló un olfato histórico-genealógico basado en sus conocimientos, habilidades de investigación y experiencias previas. A veces discutíamos casos, algunos cercanos o los míos propios y me decía: «Por ahí hay posibilidades, pero será difícil encontrar las líneas y, sobre todo, los documentos probatorios». Otras veces sentenciaba: «Por ahí no hay nada que buscar». Ante la negativa de un cliente a indagar, por ejemplo, por una línea familiar, me comentaba no sin un dejo de lamento por la posibilidad no solo despreciada, sino desaprovechada: «Le sugerí que no se fueran por ese lado, sino por este otro; pero no sé por qué razón han preferido aquel que sé que no es el mejor o que no resultará exitoso».
En nuestras conversaciones, Marco lo debe recordar desde su ahora etérea región, se filtraban, como semillas de posibles disquisiciones académicas, detalles sobre su piano, sus discos, sus música y canciones favoritas, sus libros, esa biblioteca fabulosa que, sin haberla visto, ya conocía bien por las descripciones, fotografías y páginas que Marco con frecuencia me enviaba; pero también sobre las vajillas, los cubiertos antiguos y la mantelería de la familia, los muebles y objetos, las haciendas y sus frutos. ¡Ay, Marco!
Nuestras conversaciones multiplicaron y se multiplicaban en una diversidad de lugares que pasaban a ser entornos activos y dinámicos, como elementos mismos de las conversaciones: Barquisimeto, San Antonio de Los Altos, Los Teques, Caracas, Lechería, Ciudad Bolívar, Caripe, Cumaná, San Casimiro, San Sebastián de Los Reyes… Incluso se fueron más allá de las fronteras venezolanas: Colombia, Costa Rica, Estados Unidos, Panamá, España. En cada sitio, en cada país, nuevas preguntas, tantas interrogantes y muchas respuestas.
Ahora, con la muerte de Marco, parecería que se me han cerrado una puerta extraordinaria, un portón enorme, un zaguán sin fin, de tantas disquisiciones y comentarios sobre historia, genealogía, filología y literatura. En realidad, sería injusto decir eso o incluso llegar a pensarlo. Marco me abrió todas esas portones, todos esos caminos cuyo amable recorrido habremos de continuar, no importa dónde, ni cuándo, sino su destino final. Hasta siempre, Marco Antonio.
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