Desde que Hugo Chávez asumió el poder en Venezuela se han realizado 9 sesiones de diálogos en estos últimos 17 años. Dichos procesos de conversaciones han sido una suerte de “tabla de salvación” del régimen, tanto en la etapa de Chávez, como en la era de su sucesor, Nicolás Maduro.
Es evidente que cada vez que se ven “con el agua al cuello» buscan desesperadamente, pero con una sinuosa habilidad, la instalación de mesas de diálogos que terminan siendo “bombonas de oxígeno” para un régimen que tiene en la represión más sanguinaria, su instrumento mejor acabado para sostenerse en el poder. Sin embargo, esa metodología cruel les acarrea una repulsión internacional que buscan atenuar mediante la simulación de querer resolver por vías pacíficas y democráticas los conflictos internos. Esa es precisamente la historia de estas últimas dos décadas de sufrimientos que ha padecido el pueblo venezolano.
El relato de estos simulacros de diálogos tuvo su epicentro en los años 2003 y 2004, cuando los ex presidentes Jimmy Carter, de Estados Unidos, y César Gaviria, de Colombia, fungieron como moderadores de un proceso pacifista que atinaba a encontrar una solución a los tremendos conflictos que se asomaban desde la Venezuela gobernada por el arbitrario Hugo Chávez Frías. Se acordaron varios puntos, entre ellos respetar la libertad de expresión y desarmar los grupos violentos que procedían irracionalmente en nombre de la revolución chavista. Pues bien, la realidad es que nada de eso se cumplió. Chávez despojó de su licencia a RCTV y en vez de desarmar a los grupos parapoliciales, los fortaleció en la figura de colectivos de la revolución. Un dato que no puede pasar inadvertido es que el garante de que se honraran esos acuerdos de Chávez era Nicolás Maduro. Nada se acata. Sobran los comentarios.
Luego apareció en la escena el Grupo de Boston, que medió para que la oposición participara en los comicios que servirían para elegir los diputados en las elecciones parlamentarias de 2005. También fueron ejercicios “florales” porque nada se logró con esos diálogos bostonianos.
Llegamos a las elecciones de 2012 en las que se enfrentaron Hugo Chávez y Henrique Capriles. Sabemos que este último no se limitó a competir con Chávez, sino con un descomunal entramado estatal. Todos sabemos cómo se fraguó ese resultado. También citamos la llamada de Chávez a Capriles en la que lo invitaba a dialogar. Pasaron los días y posteriormente a esos escarceos de diálogos, todo fue peor, más violencia e intolerancia del régimen chavista.
Así llegó la invitación a dialogar en Miraflores donde acudimos alcaldes y gobernadores el 18 de diciembre de 2013. Maduro escuchó las protestas que todos hicimos respecto a las violaciones al principio de descentralización y la respuesta fue las agresivas medidas de órdenes de capturas para alcaldes y mandatarios regionales. Ese diálogo de Miraflores fue una farsa más del dictador de marras.
Llegamos al día 10 del mes abril de 2014; en esa fecha se volvieron a abrir las puertas del palacio presidencial. Varios representantes de la oposición se sentaron en una nueva mesa de diálogo. Varias horas de debate televisado y todo terminó favoreciendo la siniestra intención de Maduro de desmovilizar las protestas callejeras. Finalizó el diálogo y se ampliaron los calabozos para encerrar a más presos políticos.
Llegamos al año 2015 y con él llegaron los emisarios de la paz: los cancilleres de varios gobiernos que integraban a la Unasur. Otra jornada de diálogo para buscar remediar los conflictos entre Maduro y la oposición venezolana. Todo siguió igual, o peor, con más arbitrariedades de Maduro.
Sigue la historia. La oposición gana ampliamente las elecciones parlamentarias de 2015. Contra viento y marea se atesora una mayoría calificada en el seno del Parlamento. Nicolás Maduro y Diosdado Cabello montan un plan macabro de desconocimiento de esa realidad que emergió de una consulta soberana a más de 14 millones de ciudadanos. Se provoca otro diálogo que tiene como moderadores a emisarios del Vaticano. Se firma un acuerdo con 4 puntos que luego son burlados, lo que da pie a que el cardenal Pietro Parolín, en representación de su santidad, el papa Francisco, haga el 1° de diciembre de 2016, un reproche público a Maduro por «desconocer y burlar esos acuerdos».
La crisis se agudiza en Venezuela. Maduro se ve ahogado, «con el agua al cuello». Desde Cuba le aconsejan tramitar otro diálogo. Entran en acción Rodríguez Zapatero y Samper. Promueven el diálogo de República Dominicana. La oposición accede a dialogar, otra vez. Pasan los años 2016 y 2017. Mueren más de 130 venezolanos. Se complica la hambruna en Venezuela, se incrementa el éxodo y sigue el diálogo. Maduro busca imponer un acuerdo electoralista y siniestro que es reventado por el diputado Julio Borges. Maduro se irrita y ordena capturar a Borges, cómo sea y dónde sea. No lo consigue y trata de mantener vivo ese dialogo fallido.
Maduro insiste en su escalada fraudulenta. Organiza elecciones tramposas el 18 de mayo de 2018. La comunidad internacional rechaza ese fraude. Maduro insiste en dialogar y logra otro escenario, a su conveniencia, en Oslo y Barbados. Juan Guaidó mantiene su mantra: «nada debe ser más importante que el cese de la usurpación». Esa es la urgencia, sostiene, intransigente, Guaidó. Maduro, iracundo, amaga con retirarse de Barbados, no quiere abandonar el poder que usurpa y entonces se hace más clara la necesidad de invocar la intervención humanitaria. No hay otra alternativa que buscar ayuda de las fuerzas internacionales en el marco del TIAR y del R2P. Solos no podemos porque estamos lidiando con una corporación criminal que se mueve entre el narcotráfico, el terrorismo y la corrupción.
Fin de la historia.
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