Los dictadores no podrían sobrevivir hoy día sin el control mediático. Esto es historia (que suele olvidarse, aunque no es antigua). Y tampoco podrían hacerlo quienes están detrás de las llamadas “agendas globalistas”, imponiendo escenarios totalitarios como la ideología de género por encima de las ciencias, la legislación de la inmigración ilegal, el lobby del calentamiento global, el carnaval del aborto y la reliquidación de la población mundial.
Sin el apoyo de fortísimas campañas y contubernios mediáticos todas esas ideas delirantes no calarían tanto en la opinión pública y muchos en el sentido común. Pues el mayor éxito de estos desquicios se basa precisamente en la manipulación de la información. Algo que los nuevos ejes totalitarios han aprendido de los anteriores totalitarismos del siglo XX, desde Vladimir I. Lenin y Adolf Hitler hasta Mao Tse-tung y Fidel Castro. No en balde el más popular y populista de los totalitarismos en la actualidad es, sin duda alguna, el globalismo.
Uno de los más grandes manipuladores de la historia fue el fallecido dictador cubano, quien a los medios de comunicación masiva -mucho antes de que existiera Internet y luego en confluencia con la red de redes- los consideraba tan importantes, o mucho más, que las ametralladoras y los tanques de guerra. De hecho, catalogaba a estos medios como la verdadera “artillería pesada” de su “revolución socialista”.
Y es evidente que Castro, símbolo de la malevolencia y la desvergüenza de un sistema cimentado en el adoctrinamiento y la manipulación mediática, tenía muchísima razón. De no haberse apoderado de todos los medios de prensa, el castrismo habría durado muy poco. Desgraciadamente Castro era un perverso versado.
En Cuba, ese Archipiélago Gulag del trópico, el individuo es cotidianamente bombardeado con mensajes que contienen trampas ideológicas, falsas noticias, restricciones y escarmientos de todo tipo, que repercuten en el pensamiento y el comportamiento causando diferentes efectos, casi todos en favor de la censura y la autocensura.
Unos les resultan incómodos al cubano de a pie, pero medianamente aceptables, raciones de la sobrevivencia. Otros son como proyectiles perturbadores que la gente trata de esquivar, aunque no de destruir, que sería la cura. Y algunos de estos mensajes guardados y reactivados en la consciencia colectiva ya han sido asumidos por buena parte de la sociedad -que es lo más dañino- como si fueran cuestiones normales, casi naturales, y no como parte de la estrategia de una criminal y grosera dictadura para mantenerse, sin demasiados contratiempos, en el poder.
Para poner en marcha y sobre todo sostener este momentum revolucionario (mezcla de caballos de fuerza comunistas y nazis) apenas se adjudicó el poder Castro canceló los medios privados y la libertad de prensa. En 1963 desactivó todas las asociaciones de prensa cubanas para crear, como un bloque totalitario, la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), cuyos congresos no se perdía y en donde su doctrina fue, y sigue siendo, el manual del periodismo castrista.
Tomando como antecedentes los experimentos del comunismo y el nazismo en estos malos manejos, Castro conoció el poderío y los efectos de articular los medios de información para -en el caso de los totalitarismos- desinformar y atemorizar a sus receptores. Premisas que, en el modelo cubano, con sus condiciones de isla cárcel, claramente les fueron más fácil de implementar.
Sus discursos y declaraciones sobre el papel de la prensa “revolucionaria” -que es la única legalmente permitida en Cuba- están llenos de mensajes de represión intelectual. Para el difunto Castro los periodistas deben ser “los comisarios del pueblo”, quienes guíen -guiados por el partido comunista- a las masas en lo que él bautizara como “la batalla de ideas”, en la que lógicamente persisten sus herederos.
En su discurso en el VI congreso de la UPEC Castro dijo a los periodistas: “Los revolucionarios constituimos un verdadero ejército. No sólo las Fuerzas Armadas. Cuando hablo de ejército hablo del pueblo revolucionario, que constituye un verdadero ejército capaz de ganar esta batalla si nosotros sabemos dirigirlos. ¿Cómo los veo a ustedes los periodistas? Los veo como comisarios del pueblo en esta batalla”.
En otras palabras: el súper objetivo que el castrismo le ha destinado a los comunicadores sociales es “defender la revolución”, como reiterara Castro, para quien “defender la Revolución es defender el socialismo. Cuando hablamos de esta Revolución, no la puedo concebir separada del socialismo, son inseparables”, así lo dictaminó el periodista en jefe en el VI congreso de la UPEC, en diciembre de 1993, en medio de aquella exacerbación de la indigencia y la desesperación, inédita para los cubanos, que fuera publicitada con el eufemismo de “periodo especial”.
Para el castrismo defender la revolución y el socialismo no significa otra cosa que servir de voceros de la desinformación, el adoctrinamiento, la desvergüenza, la miseria y el crimen sistemáticos. Un manual que siguen al pie de la letra los hijos y nietos de la revolución, o los dirigentes neocastristas, como también se les llama a quienes han heredado el manejo de importantes áreas del país, y que no son más que meros sucesores de los “líderes históricos” del castrismo. Un virus que muta pero que sigue siendo el mismo. “Somos continuidad”, repite a cada rato el gobernante designado Miguel Díaz-Canel, para quien “la Revolución no es una lucha por el presente, la Revolución es una lucha por el futuro”.
Y para eso precisamente necesita el Estado cubano a los periodistas. Para seguir defendiendo, con los labios dirigidos, el espantoso proyecto comunista que el establishment salvaguarda -para beneficio personal y para infortunio del pueblo- mientras disfrutan de los placeres que le brinda la isla de la impunidad. Así lo diseñó Castro y sus usufructuarios materiales e ideológicos lo tienen claro: un periodismo diferente al castrista siquiera será considerado periodismo para el aparato estatal. No son pocos los periodistas independientes a quienes el castrismo (Fidel y Raúl Castro y luego la pantomima de Díaz-Canel) ha acusado de “mercenarios al servicio del imperialismo yanqui”, “enemigos del pueblo”, entre otras infamias que comparten los totalitarismos.
Desde hace décadas a los periodistas independientes -como a los disidentes, pues los comunicadores que no reverencien el discurso oficial son catalogados como disidentes- se les viene enjuiciando sin ningún derecho, se les encierra en mazmorras, culpándoles de supuestos “delitos” que no son más que subterfugios para asesinar la libertad de expresión, bajo argumentos como la necesidad de proteger la “seguridad del Estado” o que el hecho de denunciar la realidad puede constituir un acto de “propaganda enemiga”. Falsos delitos que según las falsas leyes del llamado “código penal” castrista, pueden ser sancionados con largos años en prisión.
En 2016, el informe del Comité de Protección a los Periodistas (CPJ, siglas en inglés), con sede en Nueva York, demuestra que Cuba “tiene las leyes más restrictivas de las Américas en cuanto a libertad de expresión y de prensa. La constitución prohíbe la propiedad privada de medios de difusión y permite la libertad de expresión y del periodismo sólo si “mantiene los objetivos de la sociedad socialista” y que el código penal ofrece a las autoridades cubanas una variedad de disposiciones penales para reprimir el disenso y castigar a aquellos que sean abiertamente críticos del gobierno”.
Este informe, además de abundar sobre los tratamientos que el “código penal” cubano da a figuras como el desacato a la autoridad, la calumnia, difamación, el insulto y injuria, expone las restricciones a la libertad de expresión y la libertad de asociación y reunión pacífica, que en Cuba se penalizan con supuestos cargos de rebelión, impresiones clandestinas, peligrosidad social predelictiva (un préstamo del nazismo, como explica el periodista Luis Cino), asociaciones ilícitas, reuniones y manifestaciones, resistencia y espionaje, con el propósito de condenar instantáneamente a “cualquier persona que, de manera directa o indirecta, colabore con medios de comunicación del enemigo”.
Otro chantaje más para arremeter contra quienes publican fuera de la isla un periodismo con puntos de vista divergentes o abordan asuntos prohibidos en los medios cubanos, que como se sabe están vigilados por el aparato censor del Estado.
Sobre la llamada “propaganda enemiga” el código penal, en su artículo 108, dice que será sancionado con “privación de libertad de uno a ocho años el que: a) incite contra el orden social, la solidaridad internacional o el Estado socialista, mediante la propaganda oral o escrita o en cualquier otra forma; b) confeccione, distribuya o posea propaganda del carácter mencionado en el inciso anterior. El que difunda noticias falsas o predicciones maliciosas tendentes a causar alarma o descontento en la población, o desorden público, incurre en sanción de privación de libertad de uno a cuatro años”. Todo un entuerto contra la libertad de expresión.
No en balde Reporteros Sin Fronteras (RSF), en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2020, colocó al Estado cubano en la “zona negra” juntos a los regímenes de Corea del Norte, China, Eritrea, Guinea Ecuatorial y Egipto. RSF considera que la dictadura caribeña “se estanca en las profundidades de la clasificación y sigue siendo el país peor clasificado de América Latina en cuestión de libertad de prensa”.
En este sentido el CPJ recuerda: “A lo largo de los años, cientos de personas han sido encarceladas en Cuba por expresar pacíficamente sus opiniones. El hostigamiento, la intimidación, la detención arbitraria y las acusaciones penales continúan siendo usadas para restringir la expresión y distribución de información u opiniones críticas al gobierno. Están dirigidos a disidentes y críticos, en muchos casos periodistas independientes y activistas políticos y de derechos humanos”.
Una situación que no ha cambiado. Al contrario, empeora mientras más rancia se hace la dictadura, como muestran otros informes análogos y los muchos atropellos que se reportan cotidianamente, denunciados desde la Isla por periodistas y disidentes, publicados por medios fuera de la Isla y denunciados por instituciones internacionales (Naciones Unidas, la OEA, Human Rights Watch) y organizaciones que velan por la libertad de expresión (Reporteros sin Fronteras, Instituto Cubano por la Libertad de Expresión y Prensa (ICLEP), Sociedad Interamericana de Prensa, PEN Club), entre otras.
El régimen sabe que perder el control total de la información -túnel que se ha agrietado gracias a Internet- es el más peligroso enemigo de un sistema que por su naturaleza es un agresivo enemigo de la libre expresión. De ahí que, para reconquistar la libertad y la democracia en Cuba, es esencial apoyar desde todos los ángulos y maneras posibles el trabajo de los periodistas independientes.
Y a la par es necesario incentivar a los miles de comunicadores (que aún no han roto con la ceguera y el terror, pero que bien podrían cruzar las fronteras impuestas por un ideal embustero) a que se unan sin recelos a ese ejército, aún incompleto, al que verdaderamente temió Fidel Castro y al que más temen sus también ilegítimos sucesores: esa especie de milicia civil en la que pueden convertirse los periodistas independientes. Los genuinos, no los impostores cuyo objetivo es el reformismo, ni tampoco los que sacan provecho de la frivolidad y el desparpajo mediáticos. Mientras más periodistas independientes haya menos eco tendrá la dictadura.
Insisto: una Cuba libre de castrismo no será posible sin la creación de una inmensa red de auténticos comunicadores independientes. No importa si se graduaron de periodismo en las academias o si aprenden el oficio por la necesidad de dejar testimonio de su época. Se les debe ayudar, con seriedad y constancia. En los efectos de su faena radica la semilla más sustancial de la solución para Cuba.
No perdamos más tiempo ni cuantiosos recursos en el festival de la insignificancia que a veces prevalece en las redes sociales, alejándonos del debate sensato, empujando a los cubanos no al oasis que anhelamos sino a otro pantano. Otro pantano más. No nos entretengamos con sketches ni enturbiemos las miradas. Distribuir la información que el régimen se niega a divulgar es la clave para ponerle fin al fracasado sistema que sigue ahogando a los cubanos.