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Manual de resistencia

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Foto RAÚL

Mirando hacia fuera contemplamos una dura carrera por terrenos escabrosos. Filípides Biden nos empuja a ayudar a Ucrania, la nueva Atenas amenazada por la barbarie de un invasor extranjero (versión actualizada del relato de Heródoto). Llevamos bastantes semanas corriendo y no sabemos cuándo ni cómo acabaremos. Nos queda por superar, de momento, una cota de 750.000 millones de euros, según lo visto hasta ahora. Pero será mucho más cuando podamos apreciar todo el desnivel. ¿Y qué? NADA. Sólo España debe casi el doble. Tenemos otros Filípides: Stoltenberg, Scholz, Macron, Johnson, Erdogan, … todos pertenecientes al mismo club: la OTAN. Hace unas fechas se reunieron en Madrid.

También el nuestro, Filípides Sánchez, más conocido anteriormente por Antonio, se puso la camiseta otánica, para la ocasión, con enorme entusiasmo. El resto con alegría, aunque desigual. El ambiente ha sido magnífico, semejante al de la Viena de 1815; entonces el Congreso se divertía, ahora la Cumbre se ha divertido también. Vistos los resultados sin apasionamiento, tal vez no deberíamos ser demasiado optimistas: polarización radical; escalada belicista; buenos y malos de contrastes caravaggiescos; maniqueísmo absoluto, con Rusia y China, como enemigos a abatir… etc.

La satisfacción y el entusiasmo están justificados en el caso de Mr. Biden, como impulsor de la nueva estrategia de Estados Unidos, para recuperar la hegemonía mundial, con Europa como ayudante. Otros, como los gobernantes de Suecia, Finlandia, Ucrania también tendrían aparentes motivos de contento. Nuestro país, sin embargo, cuyo objetivo era obtener el compromiso de la OTAN, para garantizar oficialmente la defensa de Ceuta y Melilla, estaba el 1 de julio igual que el 28 de junio. A pesar de esto, el gran atleta de la política española ha obtenido un éxito casi inenarrable, según muchos medios de comunicación. Habría pasado del ostracismo y el ridículo, en círculos internacionales, a convertirse en el faro de la nueva política mundial. Y España, otro tanto. Ambos son ya «actores globales». Lo cual puede ser inusitadamente cierto, pues don Pedro ha representado centenares de «papeles», en todos los registros dramáticos. España, por su parte, era ya el primer gran actor global, desde la segunda mitad del siglo XV.

Mirando hacia dentro, vemos al presidente del gobierno empujándonos al borde del precipicio. Su principal logro exterior, salvo que se cuenten como tal lo ocurrido con Argelia, el Sahara, ha sido disimular su fracaso en Andalucía. Aunque al precio de llevar al límite las tensiones con sus socios en el poder, opuestos al incremento del gasto militar y al gran reforzamiento de la presencia norteamericana en la base de Rota. La llamada a la responsabilidad a Podemos, Unidas o no, Bildu, ERC, y otros satélites periféricos supera el universo kafkiano.

En un ejercicio más de política del «toco mocho» pretende agarrarse a la tabla de salvación de una oposición a la que desprecia sistemáticamente. Empeñado en mantenerse en el poder, a cualquier precio, encuentra los efectos de la contradicción permanente de su discurso. Un catálogo de problemas interminables: inmigración ilegal; crisis política, incluso en el seno de su gobierno y de lo que queda del partido socialista; social y económica. En este último apartado, la ministra Calviño anuncia tiempos «complejos», que sufrirán, según ella, las familias y las empresas, para el otoño y el invierno próximos. Puede que esta crisis sea de naturaleza compleja, complicada –que no es lo mismo– por la mala gestión, con recetas sencillas y no medidas eficaces, más difíciles de afrontar. Las medidas impopulares corresponderán, como siempre, a los Populares, y las recetas populistas a la izquierda. Los primeros, como decía J. C. Juncker, «saben qué hacer para salir de las crisis, lo que no saben es cómo ganar las elecciones después». Aunque ahora sea el turno de ganarlas para poder salir de la crisis.

Mientras Sánchez, ayudado por Zapatero, se afana por fabular supuestas conspiraciones de oscuros poderes; enésimo alarde de inventiva rancia, tanto como la permanente demonización del franquismo, la imposición de la liberticida memoria democrática y otros trampantojos similares. El resto de las maniobras defensivas figuran en el «manual de supervivencia»: la manipulación habitual de la información; el intento de magnificar y apropiarse de cualquier apariencia de éxito, por pequeño que sea… etc. El problema irresoluble de Sánchez es que no corre de Maratón a Atenas o de Madrid a Kiev, sino en un empeño imposible por escapar de la realidad, hacia otros espacios inexistentes, más allá de la esquizofrenia provocada por sus mentiras. Un viaje a ninguna parte, pues al final de la escapada, huyendo de la realidad, acaba necesariamente hecho un trapo. Claro que España va camino de quedar bastante peor.

Salvo movimientos telúricos, el tiempo de Sánchez se agota en sí mismo. Pero no es fácil que caiga por la ruptura con sus socios o por la oposición interna de su partido. Ambas cosas, sobre todo la primera, resultan muy poco probables.

Artículo publicado en el diario español La Razón

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