Con el cierre del año 2022 también se puso fin a la vida del papa Benedicto XVI. Como era de esperarse, su partida trajo varias interrogantes. Preguntas que iban desde temas protocolares (¿Cómo debía tratarse el fallecimiento del Papa emérito? ¿Debía seguir el mismo curso de un Papa en funciones?) hasta aspectos mucho más intrincados y controversiales en cuanto al legado de quien fuera la máxima autoridad de la Iglesia. Después de todo, los expertos señalan que la decisión que tomó el sumo pontífice, allá por el año 2013, no ocurría desde hace unos 600 años y en los registros de la Iglesia sólo se había dado tres veces.
Entre tanta información que circuló sobre la vida de Joseph Ratzinger me topé con un documento que escribió el religioso titulado “Mi testamento espiritual”, fechado el 29 de agosto de 2006, cuando mediaba poco más de año y medio de papado del sacerdote alemán. El documento, que no tiene más de tres páginas de largo, contiene, sin embargo, varias afirmaciones que conviene rescatar, especialmente para aquellos que se sienten cercanos a la fe católica. Más aún, pienso que varias de sus premisas bien pudieran ser puestas en práctica para personas que no profesan la religión cristiana e, incluso, ninguna religión en absoluto (después de todo, hay quien sostiene que también para el ateísmo se requiere tener fe).
Nos dice Benedicto XVI en su testamento espiritual: “¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica”. Sin embargo, apunta el propio Ratzinger: “He visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia”.
En nuestro mundo, no son pocas las voces que atentan contra la religión católica. Tal vez contra la religión en general y un conjunto de creencias que han sostenido al hombre durante varios milenios. Se desdeña el rito y la tradición. Es como si la religión sobrase, estuviera de más, y por lo tanto debiera ser desechada. Son los tiempos de la posmodernidad, del predominio absoluto de una supuesta racionalidad que, al menos a nuestro entender, tampoco ha sido capaz de darle al ser humano todas las respuestas que necesita.
En medio de una sociedad en la que se incentiva la cultura de la cancelación, el relativismo, las verdades a medias, y una forma de vida en la que pareciera prevalecer de forma preponderante el hedonismo como brújula de la existencia, estimamos necesario que el hombre se replantee también sus creencias. No con una buena dosis de soberbia, la religión es vista por los no creyentes como “constructo social” que intenta garantizar la paz, y darle sentido a aquellos elementos de la vida que aún permanecen indescifrables.
La salida más fácil ha sido el abandono de la tradición. La religión se volvió un tema tabú. Como si creer fuera un signo de primitivismo o, peor aún, algo tan íntimo y tan privado, tan censurable por la paradoja de la tolerancia relativista, que ha terminado por ser relegada a un ínfimo espacio de la vida de cada persona. Pero, ¿por qué se ha sustituido?, ¿en qué creen los hombres hoy?, ¿es cierto que se amparan totalmente en la razón o ahora se conforman por sustituir una misa con un horóscopo en Instagram?, ¿a qué nos aferramos y qué buscamos?
Sobre la Iglesia como institución, mucha tela hay que cortar. Y es algo que trasciende la libertad de cultos. Sobre todo en un continente como el de América Latina y en un país como Venezuela. Pero basta de la respuesta de que no te gusta la Iglesia y no te involucras por todos los errores, delitos y denuncias que se han dado en las últimas décadas y siglos. Más que mirar al otro lado, ¿por qué no involucrarse?, ¿por qué no participar en aquello que se desea y se aspira a mejorar? Mirar hacia el otro lado probablemente sea una respuesta más sencilla, pero que no necesariamente traerá consigo la satisfacción de nuestros deseos de búsqueda de la verdad y trascendencia.
Una de las frases finales del escrito de Benedicto XVI es la siguiente: “He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe”. Espero que su fallecimiento nos permita al menos buscar esa noción de lo razonable dentro de la fe. Superar varios de nuestros prejuicios y barreras, no por un mandato sino por nuestra propia convicción.
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