OPINIÓN

Manipulación fúnebre

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes

El 5 de marzo se celebra el Día Mundial de la Eficiencia Energética, tema caro a naciones petroleras, como Venezuela, lo cual daría pie a especular en torno al futuro de una industria con los días contados, a pesar del segundo aliento insuflado a ella por la putinesca agresión a Ucrania. O, procurando estar al día con la paranormalidad de mandatarios capaces de comunicarse con aves, elfos y duendes, y ¡no!, no se trata del Sr. Maduro, zoo hermeneuta docto en la interpretación de mensajes de su mentor ocultos en el trino de los pájaros y en el vuelo de las mariposas, sino del sedicente místico Andrés Manuel López Obrador, quien, cuando esto escribo, jueves 2 de marzo, «desató una avalancha de comentarios tras publicar una foto en la que según él se ve a un alux o duende de la cosmogonía maya». Tales propósitos tendrían sentido y nos facilitarían la navegación en el mar de las divagaciones, pero la fecha, en esta V República (la cuarta nunca existió), reviste particular trascendencia en virtud de su asociación al pandémico mal de Chávez, cuyos agentes transmisores —Padrino, Maduro, Jorge & Delcy Rodríguez, el bellaco del mazo— buscan a toda costa imponer en tierra de gracia el anacrónico modo de dominación social enterrado bajo los escombros del muro de Berlín,  postrándola al punto de colocarla entre los últimos lugares en los rankings relativos a la calidad de vida, y entre los primeros en las listas inherentes a corrupción, narcotráfico y enriquecimiento ilícito.

Hoy domingo 5 de marzo se cumplen 10 años de la muerte del santón barinés y seguramente, además de los nudos en las gargantas y los ditirambos de rigor, el Ejecutivo montará su show del recuerdo con Piedad Córdoba en estelar plan de vedette; como suelo insistir en mis descargas: toda efeméride del calendario rojo es propicia para alimentar con payasadas de circo a quienes no tienen pan, es decir, a más de las tres cuartas partes de la población. Hagamos camino transitando la senda evocatoria de la desaparición de uno de los mayores exponentes continentales de la demagogia y el populismo filo fascista —el otro (los extremos se tocan) es Donald Trump—. No eludiré esa vía; empero, lo haré repitiendo en este espacio, corregida y aumentada, la crónica escrita por mí en ocasión de las honras fúnebres en clave de espectáculo tributadas al comandante for ever, curiosamente enmarcadas en una campaña electoral en pleno desarrollo.

Tras unos funerales de nunca acabar, que minimizaron a los celebrados en Macondo para decir adiós a la Mamá Grande, muerta también un martes, como el arcangélico Hugo Rafael, pero de setiembre y en olor de santidad y a los cuales —«como había uno mandando en Roma» — asistió el Papa, Venezuela  se prepara para unos comicios previstos por la Constitución, y ansiadas por el común de una parte de la  población para la cual el fallecimiento del líder rojo era crónica de una muerte anunciada y, por tanto, urgía su reemplazo.

El trágico Eurípides de Salamina, quien, según el chismorreo del ágora, no gozaba de mucha simpatía debido a su inconformismo y carácter crítico, sentenció: «A los muertos no les importa cómo son sus funerales. Las exequias fastuosas sirven para satisfacer la vanidad de los vivos». Y sus apetitos electorales, podríamos agregar nosotros, a la vista de la grosera y dispendiosa manipulación propagandística de la inhumación de Chávez, tiñendo de rojo el luto del ciudadano de a pie, y humedeciéndolo con las lágrimas de cocodrilo de quienes tenían en mente los beneficios que para sí y para una campaña electoral en ciernes podrían derivarse del desconsuelo de sus dolientes. A los muertos, creo, les importa un comino quiénes lloran su partida, pero no así a los herederos de su causa, plañideros de ocasión de vestiduras rasgadas, fingiendo un penar nada sincero, al menos no del todo, pues carecen de las dotes de charlatán de feria y las habilidades de un encantador de serpientes para llenar el vacío generado con la partida del jefe y el desamparo político originado por su ausencia.

«Funerales con aire electoral» tituló desde Caracas la página web de BBC Mundo. «Primera vez que veo una campaña electoral que comienza con un velorio», escribió en su cuenta en Twitter el historiador Elías Pino Iturrieta. Este par de apreciaciones corroboraron la sospecha generalizada de  que lo acontecido, desde la última aparición pública de Hugo Chávez en Caracas hasta su deceso, obedecía a una agenda preparada en La Habana con la complicidad manifiesta de venales y prevaricadores legisladores y magistrados locales, cuyos ejercicios despojaron a los poderes judicial y legislativo de todo vestigio de autoridad moral, a objeto de programar las truculentas violaciones del espíritu y la letra de la Constitución para, eventualmente, dar cabida en el Panteón Nacional a los restos de un mortal convertido en héroe sin ganar batallas y en santo sin hacer milagros. No se atrevieron a tanto, pero ahí está, vacío, el mamotreto de Farruco.

Por recomendación médica, fracasó la tentativa de momificar el cadáver del presidente electo, pero nunca juramentado, y saturarlo de formol para darle corporeidad a una homérica leyenda, convirtiendo su enfermedad en una batalla sobrenatural y, así, a falta de una epopeya real, fundamentar su conversión en un semidiós digno de reposar al lado de los próceres de la Independencia y de la República —de esta manera, el PSUV se hacía de un símbolo, como las comunistas soviéticos, chinos y norcoreanos con las tumbas de Lenin, Mao y Kim Il-sung, o de los egipcios con la de Tuntankamon. Aferrado semejante polo de atracción, el partido gobernante podría prolongar sine die la vigencia de un proyecto inviable en ausencia de su principal inspirador. Ojo: la momia del líder de la Revolución bolchevique no pudo detener el derrumbe del régimen soviético, ni los despojos y tesoros del faraón evitaron la decadencia del imperio egipcio.

¿Podrá un menú con sazón habanera evitar el colapso de esa suerte de religión en que ha devenido un «socialismo del siglo XXI» apoyado en ese menestrón ideológico llamado chavismo a secas, al que ahora le falta su principal ingrediente, el personalismo autoritario de su profeta y, para más inri, comienzan a escasear los cobres? De momento, los segundones arbitrariamente legitimados en la sucesión ya pasaron del discurso conciliatorio e hipócritamente unitario a la vulgar descalificación, la procacidad y el insulto; ya se debaten en la bipolaridad, copiando los rasgos de Jekyll y Hyde característicos de su desaparecido conductor y, para no quedarse atrás, han inventado la estrafalaria teoría conspiranoica del envenenamiento, al tiempo que han tenido el tupé de exigirle a los medios que eviten los análisis políticos para no irritar al pueblo chavista…¿habrase visto?