La novela histórica es, según Lukács, una de las más auténticas expresiones de la estética moderna, dentro de la cual se inscriben escritores de la talla de Goethe, Schiller, Scott, Balzac, Dickens y, más recientemente, León Tolstoy, Romain Rolland, Thomas Mann, Stefan Zweig, Marguerite Yourcenar, entre otros grandes exponentes de las letras del siglo pasado. Inmersa en esta misma línea de creación histórico-literaria se encuentra Los jardines de luz (Les jardins de lumière, 1991), del prestigioso escritor franco-libanés Amin Maalouf. Se trata de una obra que define la vida y la obra del profeta Mani -o Mane- como “un grito en el mundo y una nueva visión de la vida”.
No pocas veces, la historia de la humanidad surca caminos insondables e inesperados. A pesar de que el protagonista de la obra de Maalouf -nada menos que el célebre creador del maniqueísmo- fue acusado de herejía, condenado a prisión y desollado, y que sus obras fueron quemadas y prohibidas, los ecos de aquel “grito en el mundo” y del claroscuro de su visión de la vida -quizá su mayor legado- parecen haber tomado nuevas fuerzas con el paso del tiempo, especialmente ahora, a lo interno de este complicado período de crisis orgánica que combina la mezcla de las nostalgias del pasado con los fervores y las euforias de este tumultuoso presente. Una era en la que Occidente pareciera comenzar a tocar las últimas tonalidades de su hora crepuscular. De nuevo, la apocalíptica trompeta del profeta iraní anuncia la llegada de enconados antagonismos y la duplicación de verdades irreconciliables. En el nombre de la unidad, la duplicidad se va extendiendo desde las estepas orientales hasta las tierras que, alguna vez, prometieron ser el último bastión de la razón y la libertad.
En el ensayo de Fernando Bermejo Rubio, El maniqueísmo, estudio introductorio, se lee: “El hombre que concibió la realidad como un conflicto de dos reinos ineluctablemente enfrentados, vivió en un mundo convulso en el que la rivalidad y el choque de ejércitos parece haber sido la constante”. Cualquier parecido con estas horas y estos días no es mera coincidencia, si es verdad que, como dice Vico, la historia de la humanidad deviene entre cursos y re-cursos. El nombre del profeta, de origen iraní, proviene del arameo. Significa “recipiente de la vida”. Su traducción al griego comporta determinaciones muy distintas. Mánes o Maneis es el participio pasivo del verbo maínomai, que traduce, literalmente, “maníaco”, estar loco. La locura es, por cierto, un estado de escisión, de desgarramiento interno, una ruptura, un desequilibrio inmanente. En todo caso, el argumento de Hegel consiste en denunciar que los fundamentos del entendimiento abstracto -que en la actualidad domina al mundo entero- están compuestos por el hormigón del fanatismo religioso, cuyos primeros orígenes son de linaje oriental. El maniqueísmo, como se sabe, no solo tuvo una influencia decisiva en el cristianismo gnóstico sino también en el zoroastrismo y en el budismo. La paradoja de este proceso histórico-cultural consiste en el hecho de que quienes censuraron a Mani y lo condenaron como hereje lo hicieron desde una concepción maniqueísta, que ya se había instalado y tomado cuerpo en sus respectivas doctrinas teológico-políticas.
La locura está de moda es el título que recibió en Latinoamérica el evocador filme Bananas, de Woody Allen, inspirado en el Don Quixote, U.S.A., de Richard Powell. El “bien” y el “mal”, el “cielo” y el “infierno”, la “luz” y la “oscuridad”, son los términos de una oposición que depende del partido en el que se milite o elija. Como nunca antes, la “verdadera religión” se revela, por una parte, como un acto de fuerza político-militar y, por la otra, como la “lógica simbólica” que se le ha terminado imponiendo a la sociedad, redes sociales mediante. Los “buenos” son los que opinan y se representan la existencia de acuerdo con las características específicas de sus presupuestos culturales. Los “malos” son los otros. Y a la inversa. He aquí la luz y he allá las tinieblas. Lo “positivo” -interpretado como lo “bueno”- está de este lado. Lo “negativo” -interpretado como lo “malo”- está del otro lado. La llamada Izquierda, que se jacta de poseer bases científicas y anti-religiosas, está poseída por la “lógica” del maniqueísmo. Al igual que la Derecha, que en su supina ignorancia, poseída por el sensus communis, la racionalidad instrumental y el pragmatismo rampante, no se haya exenta de los mismos prejuicios, solo que invertidos.
Cuando se comprende la petitio principii de este tipo de representaciones, todas ellas signadas por la doctrina de Mani, el espectáculo se torna, más que interesante, divertido. El ya clásico “estamos sumamente preocupados (eso sí que nos preocupa)” signa los términos de una sociedad devastada por el desquicio maniqueísta. Un espectáculo, como el del último gran sacerdote del gansterato quien, desde el púlpito del “canal de todos los venezolanos”, no pocas veces logra combinar la profunda ignorancia que lo invade con la intriga, el odio, la amenaza y la venganza, haciendo alarde de su pobre dicción, del patetismo de su chillonería y de sus gesticulaciones de primate cuartelario. Un teniente trastocado en Savonarola y Torquemada tropicales. Hitler y Mussolini en versión liliputiense hincado bajo las raíces del Furrial. Patetismo penoso, lamentable, ridículo. En una atmósfera sometida a la presión dejada por el espíritu de Mani, aunque revestida de la hipocresía del Laissez faire, laissez passer, conviene romper el bucle y dar el salto cualitativo que haga del sentimiento religioso no la “lógica” del mundo, sino el acto de fe y voluntad que promueva el reconocimiento ciudadano. Era eso a lo que Benedetto Croce se refería cuando hablaba de la religión de la libertad. Nada mejor que casa.
@jrherreraucv
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