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María Corina Machado agradeció apoyo a Trump

Foto: EFE

En medio de esta lucha histórica por la libertad, se destaca una figura que simboliza el coraje, la determinación y la dignidad del pueblo venezolano: María Corina Machado. Su liderazgo no solo representa la resistencia frente a la opresión, sino también la reafirmación de los valores fundamentales que sostienen la lucha por la soberanía popular. En un momento en el que muchos han optado por el silencio o la complicidad y han aceptado bajar la cabeza para recoger las migajas de un suelo bañado de sangre en unas elecciones regionales que desconoce el triunfo del 28 de julio y acepta la autoridad del dictador y sus cómplices criminales, María Corina ha alzado la voz con integridad y firmeza, dejando claros sus “siete principios para la libertad” que harán historia. 

Estos principios, que exigen valentía y compromiso, son un recordatorio de que el liderazgo auténtico trasciende el género y se fundamenta en la convicción de defender lo justo, incluso en las circunstancias más adversas. Su ejemplo demuestra que la libertad es un ideal que exige una voluntad inquebrantable de todos; nadie nos entregará esa llave, salvo que nos pongamos de pie con la firme convicción de que solo nos sentaremos a descansar cuando tengamos la libertad en nuestras manos. Su determinación inspira a todo un país a no abandonar la esperanza ni la lucha. María Corina encarna la fuerza de quienes no se rinden, y su legado será una referencia imborrable en la construcción de una Venezuela libre que nunca olvidó a nuestros presos políticos, torturados y exiliados. 

En los momentos más oscuros de la humanidad, las naciones han encontrado en ciertos principios fundamentales la guía para resistir y triunfar frente a la opresión. Venezuela, atrapada en la red de un régimen criminal que no está dispuesto a soltar el poder, enfrenta hoy uno de esos momentos decisivos que definirán su historia. El camino hacia la libertad no es fácil ni inmediato, pero estos siete principios representan la esencia de la lucha y la voluntad que debe desarrollar un pueblo que tiene la disposición de lograr su libertad. A través de ellos, no solo se defiende el presente, sino que se construye el futuro de toda una nación. La interpretación de estos principios nos deja lo siguiente:

El mandato soberano emitido el 28 de julio de 2024 es el grito de un pueblo decidido a hacerse escuchar. En la historia de la humanidad, el mandato popular siempre ha sido el cimiento de cualquier lucha por la democracia. Durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, con su incomparable liderazgo, supo interpretar el mandato de su pueblo: no rendirse jamás frente a la tiranía nazi. Del mismo modo, el mandato de los venezolanos debe ser respetado como una expresión irrefutable de soberanía. No acatarlo no es solo traicionar a una nación, sino someterla a la indignidad de la opresión.

La corresponsabilidad ciudadana es la pieza que sostiene cualquier lucha nacional. No basta con desear la libertad: es necesario trabajar por ella. Durante la Revolución Americana, los colonos entendieron que la independencia de Gran Bretaña no se lograría sin sacrificios colectivos. Cada ciudadano tenía un rol en la construcción de un futuro libre, desde los soldados en el frente hasta quienes apoyaban la causa en sus comunidades. Venezuela hoy enfrenta un desafío similar. No puede haber espacio para la pasividad ni para quienes eligen mantenerse al margen. Cada venezolano debe preguntarse: ¿estoy siendo parte de la solución o del problema?

La lucha justa por todos los medios que establece la Constitución no es un llamado a la violencia, sino a la firmeza. Mahatma Gandhi demostró al mundo que el respeto a los principios legales y éticos puede ser un arma poderosa frente a la opresión. Sin embargo, también nos enseña la historia que cuando un régimen utiliza todos los recursos a su alcance para pisotear los derechos del pueblo, como lo hizo el apartheid en Sudáfrica, la lucha por la justicia puede necesitar de una resistencia más contundente. En Venezuela, la Constitución es la carta de navegación, y su defensa es no solo un derecho, sino un deber ineludible.

La unidad nacional es el antídoto contra la fragmentación que buscan los regímenes autoritarios para perpetuarse. Durante la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña se mantuvo unida bajo el liderazgo de Churchill, superando divisiones internas para enfrentar al enemigo común. En Venezuela, el mandato soberano del 28 de julio tiene ese mismo poder unificador. Las divisiones artificiales creadas por el régimen deben ser derribadas, y todos los sectores, desde los civiles hasta los militares, deben unirse en un esfuerzo común. Solo una nación unificada puede derrotar a un régimen que se alimenta de la división.

Las elecciones son para elegir, no para perpetuar la simulación. En la historia reciente, hemos visto cómo el respeto al voto puede ser la diferencia entre la libertad y la tiranía. En 1989, el pueblo de Polonia eligió el cambio a través de las urnas, y el régimen comunista, debilitado, no pudo ignorar el mandato popular. Los venezolanos ya eligieron, y cualquier intento de convocar nuevas elecciones sin respetar los resultados del 28 de julio sería una burla al principio democrático. Quien no defiende el voto del pueblo no tiene autoridad moral para pedirlo nuevamente.

La negociación para el cambio solo tiene sentido si está orientada hacia la transición democrática. La historia está llena de ejemplos de negociaciones malintencionadas que perpetuaron dictaduras. Sin embargo, también nos muestra casos como el de Suráfrica, donde las negociaciones lideradas por Nelson Mandela lograron desmantelar un régimen racista y sentar las bases para una democracia. Para que esto sea posible, la representación en las negociaciones debe ser legítima y fiel al mandato popular. En Venezuela, cualquier diálogo debe tener como único objetivo la salida del régimen y el restablecimiento de la democracia.

La gobernabilidad democrática es el destino inevitable de Venezuela. Las dictaduras pueden imponer su voluntad durante un tiempo, pero la historia demuestra que ningún régimen basado en la opresión es sostenible. Desde la caída del fascismo en Italia hasta la desintegración de la Unión Soviética, los pueblos han demostrado una y otra vez que el deseo de libertad es más poderoso que cualquier maquinaria de represión. Los venezolanos han elegido la democracia, y ningún régimen ilegítimo podrá gobernar sobre un pueblo que se niega a aceptar la esclavitud política.

Estos siete principios trascienden las fronteras de Venezuela: no son únicamente un llamado para una nación, sino una reafirmación profunda de los valores universales que han guiado a los pueblos en su lucha por la libertad y la dignidad. Como señalaba Churchill, “la victoria a toda costa” es la única respuesta posible frente a la tiranía, y para Venezuela, estos principios se erigen como una brújula moral y política hacia esa victoria.

Son más que un manifiesto; son una hoja de ruta para la reconstrucción de un país en el que la soberanía, la justicia y la unidad se conviertan en los fundamentos de una sociedad renovada, una sociedad que ha aprendido de su historia y que no volverá a erigir becerros de oro, ídolos vacíos ni mitos que traicionen los sueños de libertad. La libertad está al alcance, pero su conquista exige la firmeza, la unidad y el compromiso decidido de todos los venezolanos. Estos principios no solo son una promesa de cambio, sino el cimiento de una esperanza que exige acción y determinación.

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