Culminado el proceso, comienzan las conclusiones de aciertos y errores. Se piensa que los cambios tendrán repercusión en la sociedad. Sin embargo, otros hechos tienen más alcance, muchos de los cuales no se les da el verdadero valor de la profunda influencia que va a tener sobre una población tan sensible como la juvenil o infantil.
Las drogas son tema recurrente. La negligencia es notoria. La aparición de nuevos estupefacientes dobla campanas de alarma. Difícil mencionar la contrariedad de las substancias y no pensar en la juventud. Demostrada la dependencia que provocan, e inconvenientes estructurales que genera; pobreza, desempleo y proliferación de enfermedades. Los adictos viven en condiciones terribles. Analfabetismo implacable.
La educación socialista castrista comunista que se intenta impartir ha creado ladrones expertos, egoístas, aislados, frívolos e incultos con derechos y sin responsabilidades. Los valores de los bandoleros son personajes cuestionables ligados al escándalo y no a las actividades edificantes.
Esa realidad cotidiana, padres de familia que inculcan deberes a sus hijos o profesores que tratan de desarrollar el espíritu crítico en sus estudiantes, chocan con una muralla de intereses torcidos en la que se ha convertido la sociedad venezolana de las últimas décadas.
No hay un solo país gobernado por la izquierda extrema que haya llevado alguna felicidad a sus ciudadanos, donde lo que rige es un palabrerío, proclamas, sumisión, represión, tortura, violación de los derechos humanos, bienestar para los jefes cuya riqueza es a costa de miseria, indigencia y pobreza para los ingenuos e incautos que los llevaron al poder.
Sesenta y tantos años haciéndolo dirigentes y generales castristas; lo han hecho rusos desde que Lenin apoyó a Stalin; lo pretende hacer -aunque constreñido por la vecindad estadounidense- López Obrador en México; buscará hacerlo Petro en cuanto pueda en Colombia; trata de conseguir nueva Constitución Boric en Chile; no lo logra Castillo en Perú porque no lo han dejado aprender a gobernar; quiere fortalecerlo Lula Da Silva en Brasil; lo hacen con inflación, torpeza e ineptitud Fernández-Kirchner en Argentina; lo trata de imponer a cañonazos y destrucción Putin en Ucrania; lo permite un Papa que confiesa amistades peligrosas y cómplices en el Vaticano, el mismo al cual Juan Pablo II llevó a ser bastión de libertad, democracia y enfrentamiento anticomunista, hasta algunos demócratas en Estados Unidos lo sueñan con su ignorancia tradicional.
En Irán y otros fanatismos los mandatarios simplemente han cambiado la esclavitud comunista por el vasallaje islámico, la influencia libertaria por apoyo al terrorismo, en España lo deja colarse Pedro Sánchez con desmañas, aunque tenga la ventaja -no sabemos si le gusta, pero no ha sido a causa de él- que podemos se está pudriendo, es un lerdo que es comunista por omisión y no por comisión.
La gran batalla mundial sigue siendo entre pueblos libres que defienden la libertad, y los oprimidos que la sueñan, pero no la tienen. Penduleamos entre la cruel infantil tiranía del imbécil mequetrefe de Corea del Norte y las democracias que se dejan chantajear por el arbitrario petróleo ruso, porque una vez creyeron, regentes simplistas, que Putin era un dictador petrolero y no un hábil estratega sólo entorpecido por su propia errada ambición.
Es la reyerta que tenemos y en Venezuela trata de hacer creer que la democracia es su propia versión de torpeza aderezada con corrupción como forma esencial de vida. Porque -habría que decir “afortunadamente”- el comunismo en versión chavista y ahora castro-madurista es solo la corrupción, delincuencia y descaro ante el delito propio como ejemplos a seguir. Queda apenas el consuelo de que los perjudicados por la falta de buen gobierno y víctimas del desastre son los honestos. La corrupción cívico militar del chavismo es un muñeco inflable visible para todos, pero no al alcance de todos.
Es incalculable el daño que producen los malos ejemplos de personas que gozan de la estima ajena; médicos, religiosos, maestros y profesores, representantes de los ciudadanos. Olvidan que su comportamiento rebasa su propia esfera personal, porque la sociedad les ha conferido el honorable estatus de referencia moral y ética. Nadie de ellos puede escudarse en el pretexto maquiavélico de «haced lo que digo, pero no lo que hago». No. A la gente se la juzga, para bien y para mal, no por lo que dice, sino por lo que hace y cómo lo hace.
@ArmandoMartini
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