Tengo arraigada aversión a las “maldiciones” y sería prolijo e irrelevante enumerar razones, por todas. Hace pocos días el padre Luis Ugalde, con la precisión y rigor que lo caracterizan, razonaba –y nos obligaba a hacerlo- sobre la oposición, las primarias, la desaventurada realidad venezolana de hoy. Nos dividía a los opositores, entre aquellos poseídos por una santa (¿?) necesidad de justicia, de castigo, de vindicta pública y quienes asumen la necesaria reconstrucción de un país que ya no existe como la única prioridad, si realmente se quiere llegar a esa Venezuela posible –plagiando la certera afirmación de Uslar- que tendrá que ser construida una vez atravesado el puente de ignominias y deshechos de este ominoso hoy.

A mi pesar, leyéndolo me pregunté en cuál de los dos grupos estaba yo, reconozco con sincera autocrítica que quizá dejé que la amargura y sobre todo el dolor dejaran una impronta dominante sobre el buen juicio y mi obligación como politólogo. Después de todo, de las casi infinitas definiciones de la política siempre me convenció una muy simple: la política es el arte de lo posible… El padre Ugalde lo sabe bien.

Aquí y ahora, en el mundo presente –por deleznable y hasta repulsivo que nos parezca– hay que llenar la casi mítica necesidad de dialogar y componer, verdadera “maldición gitana” para la cual no sería yo un negociador recomendable. Pero es preciso hacerlo. El indigesto potage, una literal pot pourrie (olla podrida) es un plato forzoso en ese condumio para que haya un mañana no necesariamente ilusorio, pero indubitablemente inescapable si aspiramos a que el país sobreviva.

Pero en ese juego de poderes, quienes no tenemos la fuerza de las armas solo podemos reducirla con la fuerza de los ciudadanos, de las mujeres y los hombres de esta patria exangüe que lucha por algo tan elemental y necesario como existir y que solo ellos pueden dar. En otras palabras, la movilización, la calle, el alma expuesta de las multitudes.

Las “primarias” son un medio, con o sin CNE. Ya el juego empezó y estancarnos en formas para esquivar el fondo es lamentable. Los medios formales aunque los patente una empresa de serafines y querubines, nunca podrán darnos las garantías que nos dan los hombres y las mujeres de Venezuela en la calle, con el corazón en la mano, en ofrenda concluyente, como lo hicieron en los 14 años de la Independencia y en todas las “guerras” y resistencias de nuestra sangrienta historia.

Si algo no es el imbroglio venezolano, es jurídico, los abogados le daremos forma a lo que resulte, pero no son Papiniano, ni Scevola quienes van a diseñar una forma impoluta para la circunstancia. Menos aún Kelsen, ni Von Savigny. Lo serán quienes logren esta casi cuadratura del círculo, los artífices del rescate nacional, es decir, el soldado desconocido, el ciudadano raso (no importa que sea de “a pie”  o con carro) todos nosotros, los que sobrevivimos en Venezuela, morimos en el Darién o sirven mesas en Canarias.

No traicionaré jamás a la justicia. Camus certero afirmó: “…No es el odio el que hablará mañana, sino la justicia misma fundada en la memoria”. Pero esta es la hora de la batalla, la justicia tendrá la suya.


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