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Malandro

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Son tiempos difíciles, ya se sabe. Nada nuevo señalo con semejante, manida, expresión. Los robos en estos difíciles tiempos han dejado de ser sutiles. Aunque algunos siguen apareciendo disfrazados. Como, por ejemplo, cuando secuestran a algún ciudadano por protestar y le piden mucho más que para los refrescos, con el fin de dejarlos  «libres». Se me dirá: «Pero William, eso constituye algo más que un secuestro y un robo, es extorsión; pues sí, sí cabe, y mucho más que robo es. Por eso digo que son cada vez menos sutiles, más bien descarados, inescrupulosos.
Así, roban propiedades, bienes de todo tipo, edificios, apartamentos, celulares, hasta ropa y utensilios de cocina, por no hablar de mujeres y hombres que resultan robados en amoríos. Como en siglos pasados los piratas marinos, ahora están los de carreteras. Roban ingenuidades y corazones, virginidades y carros. Todo es sujeto al robo y al saqueo en estos tiempos de ilegalidades o de legalidad a conveniencia.
Del mismo modo se cometen otros robos mucho mayores, hablo aquí de la corrupción, de las minas, del al parecer interminable pillaje sobre la cosa pública que tanto criticaba el Bolívar real, no el simbólico invocado por quienes por robo pretenden perpetuarse en el poder. De este modo, el venezolano ha huido también porque le sustrajeron el futuro en un país de múltiples abundancias. Todo malandreado. Todos expuestos a cualquier violación de derechos humanos, políticos, fundamentales o no fundamentales. La palabra Estado queda enorme en comparación con esta evaporación, no disolución. Podemos hablar con certeza del Estado evaporado o vaporoso, por inasible, por imposible de concretarse en casi nada.
Cómo será que el DRAE recoge la palabra «malandro» como venezolanismo. Podríamos hablar con exactitud de lingüística aplicada en estos casos. Los sinónimos de la palabreja tan malsonante a los oídos de quienes creen en la democracia y la libertad son también elocuentes. Pero antes me detendré en la expresión del significado en el ilustre diccionario: «delincuente». Vaya usted y vea. Lo que no puedo compartir del significado es aquello que señala: «especialmente el joven». Pues no. Aquí ya andan reviejos robando, delincuenciando. Se salva la institución por aquello del «especialmente». Los sinónimos, decía, son: «delincuente», ya mencionado como significado, «lunfardo» y «malero». Palabras hasta elegantes que no recogen como malandro y delincuente, al ser y sus acciones atentatorias contra los ciudadanos de bien.
Pues, entre malandros nos encontramos. Desgraciadamente. Sin ningún tipo de exquisitez que tienda a algún disimulo. Es como si dijeran ante el mundo: «Sí, somos malandros, ¿y qué?». Guapos y sin mucho apoyo, por cierto, dentro ni fuera, pero guapos al fin, armados, como todo malandro. Niño de pecho el mexicano aquel Juan Charrasqueado. De esos que perdiendo arrebatan, como en las carreras de caballo trampeadas también.
Entre malandros te veas. Ah pues.

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