No ha habido excepciones: todos los regímenes marxistas, autoproclamados “socialistas”, son tiránicos. Prefieren autocalificarse de socialistas ante el manchón indeleble de estafa y mortandad que lastra al “socialismo real” desde su nacimiento con Lenin y Stalin. Una ensoñación utópica que ha encubierto a los regímenes más brutales, expoliadores y salvajes inventados en el siglo XX por el hombre, desde la tiranía soviética a la tiranía cubana, con un manto de utópica legitimidad. Y uno de cuyos ominosos y pervertidos subproductos es el régimen militarista, terrorista y narcotraficante de Venezuela. Un estúpido amasijo de violencia gansteril, delincuencia salvaje y pandillismo callejero, hasta ahora inédito en el mundo. Que de poder ser referido a algún concepto histórico e ideológico solamente cabe asociarlo al castrocomunismo cubano, al comunismo ruso soviético y a las tiranías marxistas, así solo quepa analizar sus características más propias y auténticas, refiriendo a la esencia hamponil de una sociedad pervertida y desquiciada como la venezolana. Una sociedad que ha transitado 200 años de República sin conocer más democracia que los 40 años de Puntofijo, hechos trizas con el entusiasta apoyo de todas sus clases sociales y el beneplácito de sus intelectuales, los autoproclamados abajo firmantes.
Tiene el régimen implantado por el golpismo militarista venezolano conducido por el teniente coronel Hugo Chávez los peores vicios del comunismo y del nazismo, mas ninguna de sus virtudes si es que esas aberraciones del instinto salvaje que sobrevive en el homo sapiens poseen algunas virtudes. El publicista alemán Sebastian Haffner, en un extraordinario análisis del nazismo –anotaciones sobre Hitler– destacó esas virtudes, todas auténticamente revolucionarias, desde las cuales procedió a desentrañar sus horrores. Lo mismo podría hacerse con el comunismo soviético, incluso con el castrocomunismo, que despertaran el entusiasmo y la admiración del mundo para finalizar consolidando la esclavitud y el sometimiento de sus poblaciones.
Basta observar la militancia de quienes en el mundo respaldan la tiranía madurista para concluir en la identidad política de la misma: comunistas y socialistas chilenos, argentinos, colombianos, brasileños, nicaragüenses, españoles y, desde luego, militares y funcionarios cubanos que reprimen y torturan, roban y esquilman desde las alturas del régimen. Y al margen del conocimiento que tengan de las teorías y doctrinas de Marx, que no las tienen, el matarife al mando se identifica con los dos regímenes más fieles y leales al comunismo marxista aún sobrevivientes: Rusia y China.
¿Por qué esa porfía en negar lo evidente y rechazar lo que clama al cielo? ¿Por qué insistir que el de Maduro no es un régimen socialista, de izquierdas, hijo putativo y bastardo del castrocomunismo cubano? Por salvar lo insalvable. Los “socialismos europeos” no son socialistas: ni en Noruega, ni en Suecia, ni en España prima otro régimen económico, social o político que el capitalismo. En China, en su versión más súper explotadora y salvaje. En Rusia en la más pandillesca y gansteril. Pero todos, en su esencia, capitalismos puros y duros. La supervivencia de los predicados marxistas es mera escenografía de feroces regímenes de capitalismo de Estado y esclavización de las fuerzas laborales. Corea del Norte está a años luz del desiderátum marxista: del hombre según sus capacidades, al hombre según sus necesidades. No es en la Unión Soviética, en China o en Cuba donde se han cumplido las utópicas predicciones de Marx y Engels: es en Estados Unidos, en Canadá, en Europa y en aquellos países del mundo cuyas economías son capitalistas y en donde impera la abierta economía de mercado, y su necesario complemento: la democracia liberal.
Cuba ha vuelto a la que fuera su primera actividad económica colonial: la prostitución de su población afrocubana, cuando en tiempos del dominio español la isla fue el prostíbulo oficial de la marinería hispana y las mujeres esclavas rebajadas al comercio sexual. En un escabroso caso de esclavismo, ahora alquila médicos por miles, por los que cobra ingentes sumas en dólares, de los cuales el esclavo especializado no recibe más de 30%. Sin poder llevar consigo a su familia, rehenes del Estado para impedir la estampida de esa mano de obra especializada. Un caso que debería ser llevado a la Alta Comisión de los Derechos Humanos de la ONU y condenado por todos los gobiernos del mundo, penalizando a aquellos regímenes que se prestan al juego de financiar a la tiranía de los Castro.
Tiene orejas de cochino, hocico de cochino, rabo de cochino: es un cochino. Basta de buscarle la quinta pata al gato: la tiranía venezolana es castrocomunista y de izquierdas. Así les parezca inaceptable a castrocomunistas e izquierdistas, y se les ofenda en sus falsas conciencias.