«El poder y la violencia son opuestos; donde uno gobierna absolutamente, el otro está ausente. La violencia aparece cuando el poder está en peligro, pero si se deja seguir su curso, termina por hacer desaparecer el poder».
Hannah Arendt
La derrota electoral de Nicolás Maduro en las elecciones del 28 de julio de 2024 marca un punto de inflexión en la dinámica política venezolana. Lo que pudo haber sido un escenario propicio para una transición hacia una democracia, se ha convertido en una crisis de legitimidad de origen para el régimen de Maduro. Al analizar la situación, resulta evidente que la estructura criminal que ocupa el Palacio de Miraflores se encuentra en modo de supervivencia, obligando a sus miembros a adoptar decisiones estratégicas de alto riesgo que, aunque buscan prolongar su mandato a corto plazo, siembran las semillas de su propia caída.
El dilema del poder fragmentado
El primer movimiento clave en esta lucha es el reconocimiento tácito del fracaso electoral. Para Maduro y sus aliados no solo se trató de una derrota en las urnas, sino también de un fracaso en la gestión de la narrativa poselectoral. Incapaces de ocultar los verdaderos resultados, expuestos tanto por el Comando con Venezuela como por el Centro Carter, el régimen ha generado un escenario de incertidumbre informativa, tanto para las fuerzas democráticas como para los propios seguidores de Maduro.
Actores externos como la comunidad internacional e internos como las facciones dentro de la estructura del poder perciben la vulnerabilidad del régimen, lo que genera incentivos para desafiarlo. No obstante, la respuesta de Maduro ha sido cerrar filas, rodeándose de incondicionales y realizando cambios en la cúpula del poder. Y a todos envía el mensaje de que cualquier disidencia será castigada.
Se observa aquí un clásico juego de poder dentro del régimen, donde la influencia es una suma cero: a medida que un grupo gana poder (como el liderado por Saab), otro lo pierde (como el de Delcy Rodríguez). Estas dinámicas internas generan equilibrios inestables, pues cada facción dentro del chavismo calcula sus movimientos con base en la capacidad de Maduro para mantenerse en el poder. Aunque la guerra de facciones debilita al régimen, también obliga a cada actor a alinearse con la dirección actual para evitar ser purgado.
Alineación forzada: la estrategia de coordinación del madurismo
La decisión de Maduro de eliminar cualquier espacio para las facciones internas, exigiendo una alineación total con su figura, es una jugada que asegura su control a corto plazo, pero plantea riesgos a futuro. La estrategia de coordinación que ha impuesto se basa en una premisa sencilla: “O estás conmigo o estás contra mí”. Este intento de resolver el problema de la fragmentación dentro del PSUV obliga a todos los actores a cooperar bajo una misma estrategia para evitar represalias. Sin embargo, esta cooperación forzada genera desconfianza interna y lleva a muchos a adoptar estrategias mixtas, apoyando a Maduro en apariencia mientras buscan alternativas en las sombras.
Este tipo de purga interna genera un ambiente de información imperfecta, en el que los actores no tienen conocimiento de todas las decisiones, lo que les hace no confiar en sus colegas. La ambigüedad creciente en el conflicto político podría prolongar temporalmente el control de Maduro; pero, a corto plazo, socava la unidad del régimen y alimenta el descontento popular.
La reorganización del aparato represivo: una lucha de suma negativa
El siguiente paso del régimen fue intensificar el uso del aparato represivo como método de dominación. Decisión a la que se suma la sustitución de los directores de los organismos de inteligencia civil (Sebin) y militar (Dgcim). En este contexto, la administración de Maduro emplea una estrategia de suma negativa, donde el uso intensivo de la fuerza reduce el bienestar colectivo y aumenta el costo de la represión, tanto para el régimen como para la población. La detención de miles de ciudadanos, incluidos menores de edad, bajo acusaciones de terrorismo y sin garantías procesales, ha exacerbado las divisiones sociales y provocado una reacción mundial más contundente, que se anexan a los casos de crímenes de lesa humanidad que están siendo estudiados en la Corte Penal Internacional.
Para los actores internos en el aparato represivo, este es el dilema del prisionero. Si cooperan con las purgas de Maduro, pueden evitar la detención a corto plazo, pero contribuyen a la erosión de la estabilidad a mediano plazo. Si no cooperan, se arriesgan a ser purgados ellos mismos. Este dilema crea un equilibrio inestable dentro de las instituciones de seguridad, lo que pone en riesgo la capacidad del régimen de continuar utilizando la represión como herramienta de control.
Diosdado Cabello y la estrategia de coalición
La entrada de Diosdado Cabello como ministro de Interior, Justicia y Paz, consolidando su control sobre los cuerpos de seguridad, refleja un juego de coaliciones dentro del chavismo. En términos de teoría de juegos, Maduro y Cabello son jugadores que han decidido cooperar para maximizar sus posibilidades de supervivencia. Sin embargo, esta cooperación se basa en un frágil equilibrio, donde cualquier traición por parte de Cabello podría desestabilizar el régimen.
Cabello, al consolidar su posición en el gobierno, ha adoptado una estrategia de amenazas contra cualquier posible disidente, tanto dentro como fuera del chavismo. Este tipo de estrategia asegura la estabilidad de la coalición a corto plazo, pero las tensiones internas persisten, lo que podría llevar a una crisis si las circunstancias cambian.
Un régimen basado en la fuerza: la lucha asimétrica
Maduro y sus aliados han dejado de lado cualquier pretensión de hegemonía social, adoptando un enfoque basado exclusivamente en el uso de la fuerza. Esta es una estrategia asimétrica en la que el régimen cuenta con los recursos coercitivos del Estado, mientras que la oposición y la sociedad civil dependen de la lucha no violenta y de la presión internacional para desafiar al régimen. Esta asimetría podría prolongar el mandato de Maduro, pero también incrementa el riesgo de una crisis de legitimidad irreversible.
La falta de legitimidad de origen y el uso excesivo de medidas coercitivas debilitan la estructura del régimen. Ante este panorama, el gobierno busca normalizar la situación mediante una estrategia de desgaste, esperando que el descontento del ciudadano se disipe mientras reprimen cualquier manifestación. No obstante, la experiencia histórica demuestra que los sistemas políticos sustentados meramente en la fuerza tienden a desmoronarse cuando su capacidad represiva se ve mermada y las alianzas que los respaldan comienzan a fragmentarse.
Conclusión: una lucha de final abierto
El chavismo, bajo el liderazgo de Nicolás Maduro, está inmerso en una lucha por la supervivencia caracterizada por tensiones internas, disputas por el poder y una represión intensificada. Comprender cómo estas dinámicas están moldeando las decisiones de los actores clave, y cómo la falta de legitimidad y la dependencia de la fuerza crean un equilibrio inestable, es esencial para prever el desenlace de esta crisis.
El régimen ha logrado mantener el control por el momento, pero la gestión de las expectativas entre la oposición, la comunidad internacional y los grupos disidentes dentro del PSUV indica que este equilibrio inestable no perdurará. El futuro del régimen está en juego, y solo el costo de seguir en el poder determinará si continuará apostando por la represión o si buscará una salida negociada a esta crisis fundamental.