Ayer se juramentó como el 47º presidente de Estados Unidos, Donald Trump, un republicano que parece dispuesto a hacer de nuevo grande a Estados Unidos, iniciando, como lo dijo ayer, “la era dorada de Estados Unidos”… Sus primeras declaraciones antes de ayer y ayer mismo asoman una doctrina que marcará el ritmo de su acción exterior, basada fundamentalmente en la promoción y el fortalecimiento de la democracia y de la libertad, destacando la grandeza y la seguridad de Estados Unidos. «A partir de ahora -dijo Trump- nuestro país florecerá y será respetable (…) nuestra prioridad será crear una nación que sea orgullosa, próspera y libre (…) nuestra soberanía será restablecida (…) se reinstaurará nuestra seguridad”.
En su discurso recordó que “utilizará todo el inmenso poder de las fuerzas del orden (…) para eliminar la presencia de toda banda y redes criminales extranjeras que traen delitos devastadores a suelo estadounidense”, una clara referencia al Tren de Aragua, grupo criminal creado en Caracas desde las esferas del poder con fines muy precisos de penetración y de desestabilización en la región y en Estados Unidos.
Si la política exterior de la nueva administración se centra en la grandeza de Estados Unidos, debe haber una estrategia para garantizar su seguridad y sin duda, aunque haya muchas otras situaciones difíciles en el mundo, la estabilidad de la región y su cercanía con Estados Unidos es fundamental. No se trata de que Estados Unidos se posicione e imponga su modelo de crecimiento. Se trata de promover y fortalecer la libertad y la democracia, el respeto de los derechos humanos y enfrentar las amenazas externas de aquellos países que promueven con la colaboración de regímenes autoritarios o criminales en la región, la destrucción de Occidente. La lucha contra el terrorismo en todas sus formas será una prioridad, lo que se refleja en la acción adoptada por la nueva administración, al anular el decreto por el cual se retiraba a Cuba de la lista de Estados terroristas.
El grupo delictivo instalado en Miraflores bajo la dirección de La Habana, en pleno ejercicio del terrorismo internacional y de Estado, constituye una seria amenaza para la región y es por ello que para Estados Unidos la tragedia venezolana va mucho más allá. El secretario de Estado, Marco Rubio, lo dibujó muy claramente en su presentación en el Senado en días pasados, cuando dejó claro el concepto que sobre ese régimen tiene Washington a partir de ahora, lo que coincide con lo dicho por Trump en varias oportunidades.
El objetivo de la nueva administración parece centrarse en la recuperación de espacios y de apoyos en el mundo y desde luego, en nuestra región y ello deja pasar lo esencial, el fin de la tiranía delincuencial de Nicolás Maduro. Habrá más sanciones, más presión y más declaraciones, pero también habrá más acciones y todas en la misma dirección, quizás comiencen por el término de la licencia a Chevron, cuya gestión no es tan clara, por lo demás. Y todo ello para liberar a Venezuela y a la región de esta tiranía expansiva que insiste ahora en encerrarse y declararse con una reforma constitucional en un Estado comunista, renaciendo a Albania de 1944 en nuestra región, sin considerar que la situación es distinta y que ese aislamiento solo lo terminará de hundir.
La comunidad internacional deberá acompañar las democracias que sostienen la libertad en Venezuela, apoyando todas las gestiones que se puedan hacer, pues, insisto, no sólo está en juego la vida y la integridad de millones de personas sometidas por una mafia, sino también la democracia y nuestros valores y la estabilidad regional que es esencial al progreso que debemos encontrar tan pronto superemos esta tragedia. El fin de Maduro está allí, a la vuelta de la esquina, probablemente en forma negociada, la más inteligente que podrían escoger para evitar situaciones más complicadas.
La democracia regresará a Venezuela y tendremos una transición organizada y tranquila, inteligente y segura, libre de elementos tóxicos, algunos activos e interesados, otros complacientes o cómplices, que en su desespero por el poder, confunden. Y después de Venezuela, para hacer de nuestra región un continente libre de dictaduras, desaparecerán las tiranías de Díaz-Canel y de los Ortega-Murillo.
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