…y las razones son varias y evidentes.
Primero está eso que llaman el hartazgo. Son ¡25 años!, largos y pesados, de una misma retórica, de las mismas excusas, de las mismas coartadas para pretextar los fracasos, del mismo discurso. Revolución, imperialismo, patria… palabras, palabras. Cunde la fatiga. Cunde el desaliento. Ni porque los resultados materiales no fuesen esta penuria que recorre los hogares venezolanos como un hórrido fantasma.
Luego está la contradicción de los resultados con la promesa formulada. Cuando los regímenes niegan palmariamente en los hechos la sustancia de la promesa que les sirvió de fundamento, suele iniciarse su decadencia. Le pasó al puntofijismo y a cuenta de aproximadamente los mismos temas: se prometió acabar con la corrupción y hoy es mayor, se prometió acabar con la pobreza y hoy es mayor, se prometió acabar con la violación masiva y sistemática de los derechos humanos y hoy es mayor, se prometió soberanismo y hoy somos menos fuertes que antes como país ante el concierto de las naciones del mundo, se prometió alcanzar una “Venezuela potencia” y hoy somos más atrasados que cinco lustros atrás y más dependientes del petróleo que nunca antes.
Cuando estas circunstancias coinciden en el tiempo, los pueblos comienzan a ser tentados por dos ideas de enorme peligro, que son como las dos caras de una misma moneda: nada puede ser peor que esto y cualquier cosa es mejor. Es, dicho sea de paso, terreno fértil para la irrupción de los aventureros de ocasión, cuya ignorancia los hace audaces. Suelen ser caudillos… o caudillas… más proclives a destruir que a construir. Ya los hemos visto y sufrido en el pasado incluso reciente. Ojalá no tengamos que padecerlos de nuevo en el futuro próximo.
Pero veamos los números que compartí en mi artículo divulgado ayer (Maduro puede ganar). Pronosticamos una abstención del 20%, situamos al candidato del PSUV en una cifra alrededor del 30%, y a EGU y “los otros” en más de 40 y en 10% respectivamente. Cifras redondas. Tendencias. Sólo eso.
Imagino que una gente que no es precisamente bruta en estos menesteres, como son los mandamases de Miraflores, habrá puesto sobre la mesa la probabilidad de perder. Es un escenario más que probable, incluso abusando del poder, como han de hacerlo. Basta que, a causa de la mortal economía del voto, el 10% de “los otros” se reduzca a 7 (por decir una cifra), para hablar de 43/30. O que, producto de la utopía concreta al alcance de la mano de una victoria democrática y popular contra las nuevas oligarquías burocráticas del poder, la abstención se contraiga de 20 a 15%, lo que, sumado a lo anterior, pondría la correlación electoral en 48/30. De esta manera, la diferencia en votos contantes y sonantes puede alcanzar la cifra de 2 millones, que es de tal magnitud, que a ninguna movilización electoral de última hora, alargando los horarios comiciales como es habitual, le sería fácil compensar. Sin contar que pueda repetirse con los psuvistas la camonina de 1998, cuando muchos adecos llevados a votar por su partido, al final lo hacían por Chávez.
Es entonces cuando surgen muchas interrogantes. Es cierto, los regímenes autoritarios, ni siquiera los más feroces, son eternos. Poderosos como fueron el apartheid surafricano, o el franquismo, o la dictadura de Pinochet, o los nueve comunismos de Europa oriental, todos se vinieron abajo como castillos de naipes. Al más veterano de los asesinos seriales, con innúmeros crímenes “perfectos” a su espalda, se le “escapa la liebre” de una huella digital o de un leve e inopinado rastro de ADN que conduce a su captura. El muro de Berlín igual iba a caer, tarde o temprano, pero todos sabemos que fue la frase equívoca de un jerarca del PSUA (el PC de la RDA) en una rueda de prensa la que disparó los episodios finales de aquel vetusto monumento a la Guerra Fría. Es más, confieso con bochorno que hay momentos en que levito y me pongo a creer con ingenuidad digna de mejor causa que a los señores de la revolución les ha dado por tentarse con la idea de dar un paso al lado, permitir que se produzca el dispositivo de la alternancia republicana, y volver a la calle, a aggiornarse y reconstituir sus fuerzas al lado del pueblo y no del presupuesto público.
¿O acaso ha sido todo una fatal equivocación de la cual ya no pueden devolverse? ¿Cometió un error de cálculo el gobierno cuando dejó inscribir a Edmundo González Urrutia (exactamente lo contrario de lo que hizo con “la tocaya”)? ¿No consideraron sus gerifaltes que la disputa Machado/Rosales fuese de tal magnitud, ni que la flexibilidad oportunista de la primera fuera tanta, que haría que ésta echara mano cual salvavidas de una candidatura que ella no había propiciado ni concebido y que estaba allí para un fin estrictamente administrativo y no político? El hecho es que EGU es hoy candidato y puntea todas las encuestas, y, digámoslo, gracias según se sabe a Aveledo y Rosales, no a Machado (si por ésta hubiese sido, privada y perpleja como andaba aquella medianoche de trémulo suspenso, la PUD habría quedado al margen del proceso electoral, sin tarjetas ni candidato).
Se dice que en el PSUV creen de veras que pueden ganar. Es una apuesta. Tienen con qué. ¿Sobrevaloran sus capacidades? Les pasa a muchos gobernantes a causa de esa obnubilación que suscita el poder, más el poder ejercido sin límites. Ideologizadores e ideologizados, ¿creerán que aún sus ideales conservan la misma capacidad de persuasión de décadas atrás? Pero pueden llevarse una sorpresa. Por ejemplo las sanciones. Ofensivas como son a la dignidad nacional, si una y otra vez se dice que son las causa de todos nuestros problemas, ¿no será que el elector promedio escoge al candidato que asegura su levantamiento con sólo ser electo y no a quien amenaza con que se perpetúen? La patria es el hombre, cantó Alí Primera.
Los regímenes autoritarios, por arbitrarios que sean, tienen siempre un límite. Tampoco es verdad que pueden hacer lo que les venga en gana. De hecho, el sistema electoral automatizado que cuenta papeleta por papeleta el voto manual del 52% de las mesas escogidas al azar y lo contrasta con los resultados del acta electrónica, logrado por la Coordinadora Democrática en las negociaciones gobierno/oposición en 2003 (cuando muchos no creían en ellas), restringe a un mínimo que promedia cero las posibilidades de un fraude, entendido éste en el sentido de trucar los votos.
¿Puede verse tentado el gobierno a un zarpazo de última hora? Puede, sin duda. Antes o después, que para algo están los comisarios políticos del TSJ. Y para algo están también los seis meses largos que van de la proclamación de julio a la juramentación de febrero-2025. Más aún si EGU y la PUD no propician que se llegue a un pacto de Estado con el PSUV, que permita no sólo cohabitar (palabra herética para todo extremista que se tenga por tal) en 2025, sino cogobernar por un tiempo relativamente prolongado. Dicho sea de paso, esta cohabitación debería producirse ganando EGU… o ganando Maduro. Lo que es, a nuestro entender, condición para sacar al país del pantano de atraso y destrucción en el que lo ha sumido la acción de todos y la omisión de muchos.
Pero éste será ya tema para un próximo artículo.
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