Millones de venezolanos permanecen secuestrados por el rehén de la élite cubana que, a su vez, se prolonga en la ocupación de esa isla sometida por la familia Castro por más de 62 años. Eso es indispensable tenerlo muy claro para poder comprender la tragedia de nuestro país. Su verdadera dimensión, el tamaño del alcance de esos tentáculos que se extienden sobre un territorio, en el que se mueven, a sus anchas, ejércitos foráneos que se sienten con pleno derecho a meterse en nuestros espacios, sin más límites que los que, imaginariamente, tracen los socios que integran ese eje que tiene objetivos atados a los planes que convenga a los intereses de los que controlan a Maduro. Para eso lo formaron, lo adoctrinaron y luego lo colocaron en el poder, a sabiendas de que sería fácilmente manejado, plenamente, como el que dispone qué baraja colocar sobre la mesa de juegos, tal como lo hacen ahora los rusos, destapando el naipe de la amenaza de desatar una nueva historia de los misiles, inspirada en aquella que hace recordar el triste célebre episodio de la “Bahía de Cochino”.
Ni la propia familia de Hugo Chávez sabe, realmente, qué fue lo que pasó con él, en esas semanas en que retuvieron su cuerpo en Cuba. Lo que sí fue evidente, hasta descarado, fue la voltereta que terminó colocando de pie a Maduro en Miraflores y luego sentarlo en la silla presidencial. Ya Chávez resultaba incómodo y despertaba escozor cuando, sin disimulos y más bien con arrebatos delirantes, se paseaba en los escenarios del ALBA como el sucesor de Fidel Castro, pero con sus ideas peculiares, “las bolivarianas” que terminaron chamuscadas en esa fritanga de populismo, santería y corrupción.
Si Chávez resultó una lotería para los Castro, a la que le sacaron hasta “el premio gordo”, Maduro es una bóveda franca para sus tutores, que tienen a su merced las riquezas naturales que han venido explotando a su placer. Y que quede claro que no me limito a pensar en las criptas del Banco Central de Venezuela, que han quedado exhaustas, después de esas jugadas de sus operadores financieros, que hicieron de ese ente emisor un casino en el que arrasaron con todo, porque Maduro les permitía hacer de las suyas en esa ruleta con las bolitas rojas y negras marcadas. Es la invasión consentida, o más bien labrada en las salas situacionales que concibieron ese guion que se ha venido cumpliendo al pie de la letra.
Maduro está amarrado a ese eje del mal que le tiene el ojo puesto a nuestro territorio que está preñado de minerales valiosos y estratégicos, pero, además, tiene una ubicación privilegiada en el hemisferio, si nos atenemos a los análisis de la lucha geopolítica que están planteando Rusia, China, Irán, Turquía y Cuba, específicamente, contra los Estados Unidos de Norte América. Es vergonzoso para los venezolanos que se tenga a nuestro país como un peón en el tablero en donde se le mueve ─o utiliza─ para proponer un cambalache: “Me dejas a Ucrania y no desatamos los demonios en Venezuela”. Esa es la oferta, más nada. Y los jefes militares “bolivarianos” se limitan a convalidar semejante afrenta. Porque son, junto con Maduro, rehenes de ese eje que los controla; los tienen sometidos y enredados o atrapados en las redes del narcotráfico, vinculados en esos carteles que mueven toneladas de cocaína por todo el mundo y si no vean las masacres que se dan en la cara de esos uniformados con la bandera venezolana, las mafias que pugnan por las rutas más apetitosas para ese diabólico negociado.
La FARC, el ELN, los pranes y las megabandas también están en esas jugadas, porque tanto y en cuanto se anarquice Venezuela, si se agudiza la crisis institucional, más fácil será seguir teniendo a los usurpadores dependiendo de “lo que les tiren” desde ese enclave maléfico, mientras facilitan la legitimación de esos capitales de oscura procedencia. Es una alianza que somete a Maduro, a quien no le queda más que agachar la cabeza y cumplir sumisamente las pautas que le imponen sus protectores. Por todo este cuadro tan real y cierto como que Venezuela fue libertada por Simón Bolívar, es que no podemos dejarnos encandilar por un solitario faro que se encienda en medio de esa oscuridad en la que se encuentra nuestra nación. En Venezuela no hay democracia porque impera un régimen dictatorial que, a su vez, está avasallado por un eje que tiene recursos y capacidades de jugar rudo en el ajedrez de la geopolítica.
Ese endemoniado régimen es un reto para los venezolanos y, muy especialmente, para los dirigentes llamados a tomar conciencia de la urgencia de consolidar una auténtica conducción unitaria, con estrategias que no admitan dobles raseros, convencidos, como debemos estar, de que eso que tiene a Maduro como un subordinado del eje del mal no sale con piruetas que hagan sonreír a tutelados.
@Alcaldeledezma
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