Cuando Nicolás Maduro, a quien se debe presentar como conductor del programa Maduro + en el canal oficial del Estado venezolano, dice que los adolescentes que están presos después de las protestas contra el fraude electoral del 28J cometieron actos violentos, olvida que él fue en su juventud militante del grupo de izquierda Liga Socialista fundado en 1969, en democracia, que tenía un brazo armado llamado Organización de Revolucionarios (OR), responsable de participar entre otros hechos en el secuestro y cautiverio de William Frank Niehous.
A Niehous, ya fallecido, lo acusaron de agente de la CIA y por su rescate se pidieron unos cuantos milloncejos de dólares. El caso fue célebre en la década de los setenta, en democracia, porque fue el rapto político de mayor duración hasta que las guerrillas colombianas superaron ese triste récord.
Maduro, pues, o Maduro +, como se quiera, tuvo su bautizo político en grupos para los que la “violencia revolucionaria” estaba plenamente justificada, entendida en los cánones marxistas de entonces como partera de un nuevo porvenir, del hombre nuevo. Ese mismo hombre que vaga desconsolado por La Habana, y por Caracas o cualquier otra ciudad, o se echó al mar o a las trochas para huir de tanta felicidad.
No hay nada parecido entre los adolescentes que hoy tiene encarcelados el régimen, con los adolescentes adoctrinados en las bondades de la violencia, por la que pasó esa generación de jóvenes cautivados por los guerrilleros de la Sierra Maestra cubana. Maduro olvida, pero no reniega, y miente: dijo en su último programa televisivo que los adolescentes presos habían sido “drogados y contratados” para sembrar el caos y gestar un baño de sangre en el país.
No hay ni una sola prueba de tal cosa desproporcionada, sí de la violación de los derechos más elementales, empezando por el derecho a la legítima protesta.
Nicolás Maduro olvida que fue él quien habló de baño de sangre si no ganaba las elecciones del 28J. Y, en ese sentido, cumplió su palabra. Perdió, como intuía, adulteró con la complicidad de sus organismos y personeros dependientes el resultado electoral y metió en la cárcel a cerca de 2.000 venezolanos. La ola represiva se llevó por delante, como mínimo, 27 vidas. Ahora se trata de una burda campaña para responsabilizar a la oposición, que le ganó sobradamente con votos, de los desmanes de las fuerzas represivas a las órdenes de Miraflores.
Maduro llama a su fiscal y a sus jueces, a los que convocó antes para reprimir, a que corrijan si ha habido algún error en las detenciones. Todo es un error descomunal montado sobre un delito electoral nunca intentado en la historia venezolana. Un desafuero que se lleva por delante la soberanía popular, la Constitución, la decencia y la gallardía. La historia no perdonará el cinismo de Nicolás Maduro, ni mucho menos el dolor causado al pueblo venezolano.