Nos encontramos en una campaña electoral atípica. Exageradamente atípica. Por una parte, la verdadera y legítima oposición tiene dos candidatos en la calle trabajando al alimón: el formal y legalmente inscrito, Edmundo González, y la líder electa por votación en las primarias, María Corina Machado. Por el otro lado, se encuentra Maduro asumiendo tercamente una reelección que no le pinta nada bien, al punto que por momentos parece que estuviese viendo los toros desde la barrera.
Para completar el cuadro, existen nada menos que 8 candidatos que se dicen opositores pero que son financiados y auspiciados por el gobierno. Todo este singular escenario -que nos hace recordar aquello de “aunque usted no lo crea, de Ripley”, puede comprenderse un poco más si recordamos que nuestro país entra en ese apartado politológico de los últimos tiempos llamado regímenes híbridos, una especie de mezcolanza entre democracia y dictadura, donde no se sabe dónde termina la una y dónde comienza la otra.
Creemos no incurrir en parcialismo si afirmamos que la campaña opositora, pese a su virtual bifurcación -ese toreo a dos capas- y a las diferencias y encontronazos entre la pluralidad de fuerzas que le dan vida, ha podido hasta el momento luchar y remar en la misma dirección. María Corina ha mantenido y estimulado el fervor popular por todo el país, dándole un carácter aluvional a la candidatura de Edmundo, quien, a su vez, empezó a realizar una labor de hormiguita, buscando y concitando el apoyo de grupos e individualidades, valiéndose para ello de su talante consensual y ponderado.
Esto no impide que, simultáneamente, los otros dirigentes y partidos de la Plataforma Unitaria, y particularmente los candidatos que participaron en las primarias -Velásquez, Pérez Vivas, Delsa Solárzano y Superlano- lleven a cabo también constantes recorridos por todos los rincones del país, generando opiniones y promoviendo el mensaje de cambio.
No todo en la oposición es idílico, ni mucho menos. Se habla, sottovoce, de fuertes disputas por el liderazgo en los distintos comandos electorales regionales y locales; pero esto es más que comprensible en una alianza de organizaciones que tienen naturales aspiraciones a ocupar espacios y que además pueden tener matices distintos en su visión de la transición. Es de esperar, por tanto, que estas diferencias sean debidamente canalizadas y que no generen mayores obstáculos en el buen desenvolvimiento del proceso comicial.
Si de la campaña opositora podemos decir que está tomando la forma de un coro polifónico, de la campaña de Maduro hay que decir que tiene un carácter monocorde que esconde una sorda lucha por el poder, así como diferencias también con respecto al proceso de transición. La formalización de la presencia de Cabello en el Comando de Campaña no oculta las fricciones claras que tiene con Maduro, Rodríguez y compañía. Es un hecho muy curioso y contradictorio que sea él quien esté llevando a cabo los poco concurridos actos de masas de la campaña -siempre a la zaga de María Corina, uno no sabe si para sabotearla con gran torpeza o simplemente para comprometer a los desanimados simpatizantes- mientras el “hijo de Chávez” hace recorridos casi solitarios e improvisados por el país.
La patética imagen de Maduro recorriendo algunas ciudades en escuálidas caravanas -conformadas, en su mayor parte, por unas decenas de escoltas- nos revela las enormes limitaciones de su candidatura: a la vista de lo que estamos observando, él es la representación clara de un anticandidato, es decir, alguien que se ha prohibido -o le han prohibido- estar presente en actos de masas y tener contacto directo con la gente; ya sea esto por una combinación de paranoia y medidas de seguridad que le ha impuesto su círculo inmediato -de dominante acento cubiche- ya sea por temor a ser rechazado abiertamente por los ciudadanos de a pie.
Siendo su candidatura, a este propósito, una contradicción en los términos, puede considerarse que no es descabellada la especie que surgió hace algunas semanas de su sustitución por otro candidato (o candidata). Si esta posibilidad en verdad se evaluó, siendo luego descartada, se debe seguramente a que el único sustituto que él admitiría sería alguien de su círculo familiar o más íntimo (¿Cilia?) pues no correría el riesgo de que un dirigente político con cierto liderazgo propio eventualmente pueda desplazarlo, en la hipótesis de un triunfo -totalmente cuesta arriba- el 28 de julio. Y ahí está el detalle: un sustituto de su entorno íntimo no mejoraría para nada los números del PSUV, pues cargaría el pesado fardo de la impopularidad de Maduro. Sería, en otras palabras, un cambio totalmente inútil.
Esto nos lleva a un punto del cual solo pueden hacerse ciertas inferencias a raíz de la soterrada lucha por el poder que se libra en el partido de gobierno en los últimos años, cuya principal manifestación ha sido la purga de El Aissami y su facción. En el fondo, lo que se está jugando dentro del oficialismo -en la hipótesis de que se materialice el proceso de transición- es quién se va a quedar con la franquicia en los años por venir. Ese es el punto más álgido, sobre todo para la facción de Maduro, Rodríguez y Cilia, pues el control del partido está en manos de Cabello. Este, por su parte, no solo recela de que se pretenda quitarle el control de su preciada maquinaria, sino de que Maduro y aliados quieran entenderse -eventualmente- a solas con González, dejándole mal parado o sin ninguna esfera de influencia.
Estas no son meras elucubraciones. En 2018, Maduro y los Rodríguez procrearon Somos Venezuela, una especie de organización que procuraba desplazar sutilmente al PSUV y a Diosdado. Pero esta fracasó estentóreamente, fundamentalmente porque no tenía -como casi todas las organizaciones creadas desde los gobiernos- ni alma propia ni un verdadero organizador. Para sacarse el clavo, hace apenas un mes, los mismos cofrades han dado a luz Futuro Venezuela, otra organización de carácter civil, que podría ser la instancia organizativa que están proyectando para atraer a los simpatizantes y adeptos del chavismo (que es una minoría frente a la oposición, pero posee una tajada porcentual que no se puede soslayar), y desplazar al PSUV. El dato novedoso, quizás, es que se ha incorporado a la misma a Héctor Rodríguez, procurando sin duda no cocinarse en la salsa de su propia facción dominante, con niveles tan altos de rechazo.
Todos estos movimientos son apenas los primeros escarceos de una lucha de facciones -purgas de por medio- que seguramente se prolongará por meses e incluso años, si el 28 de julio pasa lo que proyectan las encuestas y se consolida al proceso de transición. Liquidar a Cabello no parece, por lo pronto, viable, pues él no es solo poder económico (que es el caso de El Aissami) sino también organización y control político.
Son varios los escenarios que pueden preverse, pero quizá lo único cierto es que varios grupos de carácter oligárquicos se disputarán la franquicia del chavismo en los años por venir, y que probablemente terminarán formándose varias organizaciones, donde el balance favorecerá probablemente a la que sume a los líderes regionales y locales más auténticos y exitosos.
@fidelcanelon