El proyecto de ley de las Zonas Económicas Especiales luce bastante más elaborado que aquel decreto de febrero emitido por Nicolás Maduro para recolectar chatarra. El interés es el mismo, sin embargo, buscar desesperadamente, enloquecidamente, la manera de encontrar dinero: «se persigue, la generación comercial de nuevas divisas».

La primera pregunta que me surge, tal vez a usted también amigo lector, es: ¿Zonas que resultan especiales para quién o para qué? La respuesta la otorga la misma ley demostrativa de la imposibilidad del régimen del terror para entender o disimular la no separación de poderes: las ZEE serán establecidas por decreto presidencial, ya que «es una potestad exclusiva del presidente o presidenta de la República». No es nada personalista ni de exaltación del ego del supuesto «caudillo» populista, es simplemente una necesidad republicana, debemos reconocerlo arrodillados, supongo. Tal vez por eso tendrá también una «taquilla única». Un proyecto centralizado y unipersonal en extremo. La intención es escudriñar dinero fresco para buscar (no creo que lo logren) saciar la voracidad económica insaciable del régimen. Para tratar de mantener contentos a sus acólitos más cercanos, esos que rotan continuamente por los ministerios y para lanzar, ¿cómo no?, caramelos a la plebe enmohecida de penurias, de precariedad, de hambre, de desnutrición, de desatenciones en salud; famélica, agonizante. Expropiada hasta de los huesos, de los tuétanos.

La necesidad económica de la patria, se comprenderá, deviene de Washington, deviene de la guerra económica propiciada por Maduro y sus secuaces, pero enmarcada en el bloqueo, enmarcada en las sanciones impuestas no a ellos sino al país por parte de los gringos malvados que no dejan realizar mayores fechorías en Venezuela y el mundo. Enmarcada en un supuesto país rentista que es menester dejar atrás. Parece escrita para los años setenta del siglo XX. Ni una pizca de revisión de errores. Claro, ellos son perfectos. No los gringos, no. Los rojos. No hay una referencia a las expropiaciones de todos estos más de veinte años, a la destrucción de Pdvsa y sus filiales, al acabamiento inducido de las empresas básicas. A la destrucción sistemática de todo eso que se denomina el «aparato productivo». Ni una línea introspectiva. La debacle no ocurrió. Borrón de cuentas nuevas. Puro engaño para la galería, aunque ya ni aplauda, como de hecho ocurre, ni asista al espectáculo decadente y bochornoso, como ocurre, de hecho.

El proyecto sencillamente espanta. Se pretenden apropiar más de los factores económicos y productivos. La empresa comunal disfrazada de internacionalización y de beneficios económicos e incentivos. Además, la entrega de lo que quede del fragmentado país. De hecho, el territorio nacional lo enuncian como «los territorios de la República», división de las ñingas.  Excluyente: nada importado ni que se suelte del Alto Valor Agregado Venezolano. Verborreicos y rimbombantes en el vacío, como son.

En fin, un proyecto más. Más nocivo. Inspirado en China, Vietnam y Corea (del sur, claro). ¿Libertad económica? Ni por asomo. Prisión económica. Entrega del país a consorcios extranjeros o la certificación ratificada de esto (petróleo, minas, turismo). Supongo que es un proyecto diseñado postcoronavirus. Lo fian largo. A diez años. Tan creídos. Al salir de la pandemia, no podremos contener la llegada de inversores extranjeros a poner en esas únicas valiosas manos los recursos económicos sobrantes. Los empresarios nacionales traerán de vuelta sus divisas para enrojecerlas y contemplar pálidos su disolución. Resulta más rentable continuar ahondando la recolección de chatarras. Las latas de Perolito y Escarlata, por cierto, tambien se acabaron. No arriendo esas ganancias.


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