La ruta política que se puso en movimiento el 22 de octubre de 2023 costó años de aprendizajes y duras derrotas, no sólo para los partidos políticos de la oposición democrática y sus líderes: sobre todo para la sociedad venezolana que ha debido soportar, hasta extremos inenarrables, la brutalidad de una dictadura violadora de los derechos humanos, empobrecedora de millones de familias y ladrona. Una dictadura estructuralmente cínica, ilegítima y corrupta.
Lo ocurrido el mencionado 22 de octubre, día de las elecciones primarias, hizo posible desmentir una serie de etiquetas negativas sobre la realidad política de Venezuela, que el régimen y sus acólitos intentaron convertir en corrientes de opinión: que el pueblo se había cansado de luchar y había escogido resignarse y sobrevivir bajo el mandato de Maduro; que se había perdido cualquier posibilidad de que los ciudadanos volviesen a confiar en los políticos opositores, engarzados en luchas y rivalidades estériles; que no sería posible construir una oferta electoral unitaria, entre otras razones, porque el poder puso en marcha un plan consistente en robar a sus legítimos dirigentes la institucionalidad partidista, sus bienes y símbolos públicos, para entregarlos a inescrupulosos aliados, comprados en el corrompible mercado de los políticos con largo historial de fracasos, irrelevantes sin apoyo popular, ese zoo de alacranes que no lograron ni dividir ni mermar el apoyo a la oposición.
También se puso en circulación la afirmación, que repetían voceros gubernamentales, de que la oposición carecía de verdaderos liderazgos. ¿A qué aspiraban? A que este cocktail de factores adversos produciría un resultado neto: la debacle de las primarias, un golpe -otro- en el cuerpo opositor. El temor a las represalias del gobierno se impondría, con lo que el liderazgo de María Corina Machado, que encabezaba las encuestas desde los meses previos al 22 de octubre, se estancaría y, a continuación, comenzaría su declive erosionada por la abstención. El desastre nos dejaría sin un liderazgo sólido y con un candidato sin posibilidades.
A pesar de los reiterados intentos del Consejo Nacional Electoral y de otros organismos públicos; del sistemático hostigamiento de los cuerpos represivos del régimen; de las descaradas amenazas a empleados públicos; de la abierta extorsión que los encargados de los CLAP ejecutaron en los barrios (si participas en las Primarias te quedas sin la bolsa de comida vencida o putrefacta); a pesar del bloqueo informativo y de otras acciones delictivas que intentaron para sabotear el proceso electoral, incluso después de realizado (entre otras, recordemos, hicieron diligencias para incautar los cuadernos de votación, solo que, apenas culminado el proceso, fueron destruidos para proteger la identidad de los electores); a pesar de tantísima violencia, de las sucesivas marranadas institucionales, las elecciones detonaron un proceso que no ha parado de crecer.
¿Qué decir de lo que ha ocurrido a partir del 22 de octubre? Se demostró que una alianza política como la Plataforma Unitaria Democrática, estructurada alrededor de objetivos específicos, es efectivamente viable; confirmó que quien resultara ganador se convertiría en candidato y jefe político de la oposición; pero sobre todo hizo patente que el deseo de cambio no solo ha permanecido firme en todas las capas de la sociedad venezolana, sino que se ha expandido, se ha intensificado, hasta alcanzar a pequeños pueblos, aldeas y caseríos de todo el territorio nacional. Lo que la reciente gira de María Corina Machado por el estado Trujillo ha puesto en evidencia de forma irrebatible es que el deseo de cambio en Venezuela ha dejado de ser un fenómeno esencialmente urbano, y ha adquirido las dimensiones de una expresión política nacional, casi unánime, que está creciendo ahora mismo, cuando apenas faltan un poco más de 70 días para las elecciones.
Y así he llegado al asunto de este artículo: ¿Y qué ha pasado con el régimen, con el PSUV de Cabello, con las estrategias del régimen, con Maduro y sus cómplices? Han encadenado una ristra de errores políticos y de fallos estratégicos, un fracaso tras otro. Ejecutaron su programa de sabotaje de las primarias y fueron desbordados por la masiva asistencia, especialmente de los sectores populares y de habitantes de zonas que, hasta hace algunos años, eran marcadamente afectos al régimen. Organizaron un referéndum para intentar crear una crisis militar, institucional y política, escenificando un remedo de confrontación con Guyana, que fuese excusa suficiente para suspender las elecciones. Han detenido a ciudadanos y dirigentes de los comandos de campaña de María Corina Machado, para mermar el funcionamiento de la estructura electoral. Por enésima vez han inventado unas aparatosas ficciones conspirativas, intentado deslegitimar a María Corina Machado, a otros dirigentes y a simples ciudadanos. Todo ello sin ningún resultado que no sea que la ruta electoral se mantiene, contra todas las dificultades y barreras ilegales creadas por el régimen.
¿Qué explica esta sucesión de falsas estimaciones, de presupuestos infundados, la aparición de ideas desesperadas y enloquecidas como la del referéndum sobre el Esequibo? Lo explica la desconexión: desconexión del régimen y sus operaciones con la sociedad venezolana. No entienden la profundidad y convicción con que se ha instalado la voluntad de cambio en cada rincón de Venezuela. Ni entienden que el proceso de cambio ya se inició.
Y es por esto que la dictadura se ha vuelto obsoleta, ajena a las urgencias del país, insensible a las demandas sociales. Por eso es que, en acciones ridículas, patéticas, mientras los habitantes de los pueblos se lanzan a las calles masivamente, en concentraciones abrumadoras y espontáneas para escuchar a María Corina Machado y a Edmundo González Urrutia, que muchas veces exigen grandes sacrificios para quienes asisten -por ejemplo, caminar 20 o 25 kilómetros sin un centavo en el bolsillo, para sumarse a la urgencia del cambio-, Cabello y su partido, cada día más rico, apertrechado de recursos, en enormes camionetas blindadas, rodeados de guardaespaldas, organizan actos con enormes tarimas, poderosos equipos de sonido, mucho ruido artificial, filas de autobuses cargados de comida y bebida, con un mismo grupo de funcionarios del PSUV (300 aproximadamente) que los llevan de un lado a otro, para tomar unos videos y unas fotografías que manipulan en computadoras, con lo que intentan crear otra ficción, la de una campaña popular que nadie se cree, mucho menos los habitantes de esos pequeños pueblos, protagonistas de lo que está sucediendo y de lo que vendrá.