Desde hace años, la relación entre el gobierno de Estados Unidos y el régimen de Nicolás Maduro ha seguido un patrón que, lejos de debilitar a este último, lo ha consolidado. Lo que a primera vista parecen errores de cálculo de la administración Biden o simples tácticas dilatorias del jefe del PSUV, en realidad responden a una lógica clara: un equilibrio de poder en el que el dictador y sus aliados siempre salen ganando. Entender este juego es clave para cambiar las reglas y abrir paso a la democracia.
Venezuela: un Estado capturado por el crimen
En cualquier país democrático, el gobierno y los ciudadanos establecen un pacto social: el Estado brinda seguridad y bienestar, mientras los ciudadanos cumplen con sus deberes cívicos. En Venezuela, ese pacto desapareció hace años. Maduro ha convertido al país en un botín de guerra para un grupo de poder que se sostiene a base de represión y saqueo de los recursos públicos. En lugar de garantizar bienestar, el régimen ha hecho de la miseria y el miedo herramientas de control.
Los venezolanos, por su parte, han respondido de dos maneras: sometiéndose a las reglas del sistema autoritario o huyendo del país en masa. La migración de más de 8 millones de personas no es un simple fenómeno social, es la consecuencia directa de un modelo que ha vuelto inviable la vida en el país para casi una cuarta parte de la población.
La crisis migratoria: un escape sin retorno
Cada vez que un venezolano cruza la frontera es una pérdida para el país, para hacer realidad lo que tantos sueñan: que Venezuela vuelva a ser esa nación próspera de antaño. No obstante, el régimen de Maduro se beneficia. ¿Por qué? Porque no solo disminuye la presión interna que existe sobre él desde el punto de vista social, económico y también político; sino que además se convierte en una herramienta de chantaje a la comunidad internacional. Mientras más profunda sea la crisis migratoria, serán mayores los problemas para el resto de la región.
La Casa Blanca y el error de negociar con un mentiroso
Desde la administración de Joe Biden, Estados Unidos ha intentado negociar con Maduro con la esperanza de que ceder en sanciones económicas traería elecciones libres. Pero esta estrategia parte de una premisa equivocada: que Maduro tiene algún interés en dejar el poder. La historia ha demostrado lo contrario. Cada vez que el régimen ha recibido concesiones, ha traicionado sus promesas sin enfrentar consecuencias serias.
Maduro no negocia de buena fe. Para él, cada diálogo ha sido una oportunidad para ganar tiempo, aliviar la presión internacional y seguir fortaleciéndose, además de lograr la liberación de los narcosobrinos y la de su testaferro. Mientras tanto, Washington se ha quedado atrapado en un ciclo de falsos acuerdos y concesiones unilaterales, a excepción de la libertad de los rehenes estadounidenses.
La migración como arma política
Maduro ha aprendido a usar la crisis migratoria como un arma. Cuando le conviene, permite que miles de venezolanos huyan hacia Estados Unidos. Cuando necesita algo de la Casa Blanca, promete controlar el flujo migratorio. Así, ha convertido a los migrantes en fichas de un juego en el que el único ganador es su régimen.
El petróleo: el salvavidas de la dictadura
Las sanciones petroleras impuestas por Estados Unidos fueron un golpe duro para Maduro. Sin embargo, en un intento por estabilizar los mercados energéticos tras la invasión rusa a Ucrania, la administración Biden relajó las restricciones y permitió que empresas como Chevron operaran en Venezuela. El resultado: más ingresos para el régimen sin ninguna garantía de cambio político.
El dinero del petróleo, en lugar de mejorar la calidad de vida de los venezolanos, ha servido para fortalecer la estructura represiva del Estado y mantener la lealtad de los militares y las élites corruptas.
Rusia, Irán y la peligrosa influencia extranjera
Venezuela no está sola en este juego. Rusia e Irán han encontrado en el país un aliado estratégico para desafiar la influencia de Estados Unidos en América Latina. Desde el financiamiento hasta la cooperación militar, estos actores han consolidado su presencia en la región, convirtiendo a Venezuela en un peón dentro de un conflicto geopolítico más amplio.
El caso de Irán es particularmente preocupante. La construcción de fábricas de drones en Venezuela y los vínculos con grupos extremistas como Hezbolá no solo representan una amenaza para la estabilidad regional, sino que también obligan a Estados Unidos a destinar recursos para contener esta expansión.
Cómo cambiar el juego
El actual equilibrio de poder beneficia a Maduro y a sus aliados. Si se quiere restaurar la democracia en Venezuela es necesario replantear las estrategias actuales. Algunas medidas clave incluyen:
- Eliminar la información asimétrica: No más negociaciones basadas en promesas sin garantías. Estados Unidos y la comunidad internacional deben exigir compromisos verificables antes de conceder cualquier alivio, frente a un Estado capturado por una organización criminal.
- Aumentar el costo de la traición: Cada incumplimiento de Maduro debe tener consecuencias inmediatas y significativas.
- Romper la dependencia económica del régimen: Cualquier flujo de dinero hacia el Estado venezolano debe estar condicionado a avances concretos en derechos humanos y democracia. En todo caso, volver a la politica de máxima presión.
- Contrarrestar la influencia extranjera: Se necesita una política más firme de la nueva administración frente a la presencia de Rusia, Irán y Hezbolá en Venezuela.
La estrategia de “esperar y ver” ha demostrado ser un fracaso. Si la comunidad internacional realmente quiere cambiar el destino de Venezuela, es hora de asumir que el juego actual solo fortalece a la dictadura y que, para restaurar la democracia, hay que cambiar las reglas.
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