El vértigo ante las últimas oportunidades, esa sensación de estar al borde del abismo, de saber que si no es ahora ya no será nunca, tiene acelerado el corazón de los venezolanos. Después de los mil obstáculos que el régimen les puso a María Corina Machado y a Edmundo González, llegan por fin las elecciones presidenciales y con ellas, si se cumplen los pronósticos, una movilización sin precedentes en las filas opositoras. La diferencia que separa y da por vencedor a González va desde el veinte al cuarenta por ciento en la intención de voto, y eso, sumado al sentimiento de unidad en torno a Machado y a la sensación de que el régimen perdió todos los argumentos para justificar la corrupción, el desastre económico y la separación de millones de familias que han visto a sus parientes, sobre todo a sus hijos, buscar suerte en otros países, les da la confianza para soportar atropellos que en circunstancias normales ya habrían deslegitimado cualquier proceso electoral.
Pero hay que llegar hasta el final, como repite María Corina. El problema es que esa meta no se alcanzará el domingo con el conteo de votos. Maduro no se resignará tan fácilmente a contemplar a ras de calle, lejos del Palacio de Miraflores, la catástrofe que dejó a su paso, y mucho menos a enfrentar en los tribunales las violaciones a los derechos humanos, los desfalcos y la destrucción de todas las instituciones democráticas. Tendrá la tentación de negar los resultados o de buscar alguna argucia legal que le evite transferir el poder al final de su mandato, en el lejano enero. Por eso el final sólo empezará a intuirse cuando veamos cómo reacciona el régimen ante la derrota, y cómo reaccionan los venezolanos ante la posible trampa. Si se van a sus casas y se resignan a que no hay nada que hacer, ahí acabará todo. Si no lo hacen y se quedan en la calle, y si además de eso cuentan con el respaldo internacional y se ejerce una verdadera presión para que se reconozcan los resultados, los escenarios son variables.
Puede que haya represión y sangre, como ya amenazó Maduro. Pero también es posible que esta vez al ejército le tiemble la mano antes de disparar contra gente cuyos motivos de insatisfacción son evidentes. Ya no cuelan los señalamientos a la oligarquía, a los yanquis o a los vendepatrias. Los opositores a Maduro son ahora los pobres entre los pobres, los que no aguantan más porque no tienen cerca a sus hijos y saben que esta es su última oportunidad antes de hacer lo mismo, empezar a caminar, huir, migrar. Se calcula que el 35 por ciento de los venezolanos se marchará del país en el corto y mediano plazo si Maduro se enroca, un escenario que hasta Lula y Petro, simpatizantes del chavismo, contemplan con horror. La crisis de Venezuela agravará la violencia, el narco y la migración incontrolada en el continente, y nadie quiere eso. Maduro puede tener todo el poder de su lado, pero esta vez, ante la tozuda realidad de su fracaso, puede que no le baste. El domingo empezaremos a ver quién gana la partida.
Artículo publicado en el diario ABC de España