Para diciembre de 2007 y según lo reflejó en su informe anual de ese año, la pérdida en operaciones continuas de Merrill Lynch fue de 8.637 millones de dólares. El año anterior (2006) había tenido una ganancia en operaciones continuas que montó a 7.097 millones de dólares. Sin embargo y pesar de la parafernalia de letras y cifras del informe de 174 páginas, sus estados financieros revelaban que, durante tres años seguidos (2005, 2006 y 2007) las operaciones de Merrill Lynch no generaron efectivo.
La carta a los accionistas, redactada en un tono en extremo optimista , y fechada el 22 de febrero de 2008, venia firmada por John Thain, el nuevo CEO de Merrill Lynch. Tuvieron que transcurrir 7 meses más hasta llegar a septiembre de 2008, para que John Thain saliera del mundo de la ilusión en el que se encontraba y se diera cuenta de que Merrill Lynch estaba al borde de la quiebra. John Thain sustituyó a Stanley O’Neal, quien fue obligado a renunciar el 30 de octubre de 2007. O’Neal condujo a Merrill Lynch al borde del precipicio, por supuesto, con la anuencia de un nutrido grupo de involucrados, tanto internos como externos, que después se hicieron los locos, pero que fueron tan responsables como él.
En las escuelas de negocios se suele presentar el caso de Merrill Lynch, mismo que se aborda siempre desde una perspectiva contable-financiera en un contexto de mercado de valores sumergido en la llamada crisis de las hipotecas “subprime” o mejor dicho, la crisis de las “instituciones subprime” norteamericanas. Sin embargo, la causa que llevó a Merrill Lynch al borde de la quiebra no fue fortuita sino, como mínimo, “culpable”, dejando algún espacio para la consideración de “fraudulenta”: Merrill Lynch tenía una dirección incompetente.
Luego de tres años seguidos sin que las operaciones de Merrill Lynch produjeran efectivo, no era difícil presagiar el futuro de O’Neal. Sin embargo, eso no fue lo que disparó el evento de despido. Según fuentes internas de Merrilll Lynch, citadas por la prensa de ese entonces, lo que precipitó la decisión fue la noticia, filtrada a The New York Times, de que, sin conocimiento ni autorización del directorio, O’Neal había contactado al presidente del Banco Wachovia para saber si estaba interesado en comprar a Merrilll Lynch.
Una conjetura sobre las intenciones de O’Neal con esta venta –y los antecedentes de la misma– conduce a su codicia. Otra conjetura, más abarcativa, conduce a que se trataba de un psicópata y esa conjetura es la que quiero abordar brevemente en este artículo.
David Gillespie publicó Domesticando a la gente tóxica (Taming Toxic People) en julio de 2017. Es abogado y autor de varios libros sobre temas de salud, educación y psicología, aunque no admite tener grado o acreditación alguna en tales materias. Su tesis es que el individualismo extremo proporciona la circunstancia ideal para la promoción y ascenso de personalidades psicopáticas de diversos matices.
Por allá por 2017 con la publicación de su libro, Gillespie escribió un artículo titulado «Mad Men» en The CEO Magazine (24 de agosto de 2017) en el que cuenta que es en gran parte gracias a Hollywood que muchos piensan que un psicópata es un violento asesino en serie. Y aunque algunos de ellos probablemente lo sean, hay una versión tan o más peligrosa: que usted se encuentre con uno de ellos en su lugar de trabajo.
El título del artículo, por supuesto, hacia referencia tangencial a la famosa y galardonada serie del mismo nombre cuyo personaje central fue Don Draper y que se materializó entre 2007 y 2015 (7 temporadas y 92 capítulos). En palabras de Gillespie: «Los psicópatas son personas reales. Trabajan con usted y para usted… No son producto de la imaginación de un psicólogo y no son (normalmente) asesinos con un hacha. No han decidido ser psicópatas; simplemente sufren de una falla irreversible de socialización, lo que afecta su capacidad para cooperar con otros humanos. Esto significa que siempre actúan de manera egoísta sin tener en cuenta las consecuencias».
Prosigue Gillespie: «La diferencia fundamental entre un psicópata y el resto de nosotros es su total incapacidad para sentir empatía. No se preocupan por nadie más que por ellos mismos y están felices de usar cualquier medio posible para eliminar cualquier cosa que se interponga entre ellos y su objetivo, acumulando más poder y dinero para ellos mismos. Como regla general, un psicópata se siente atraído por las carreras que le dan poder sobre los demás y, según The Great British Psychopath Survey, el puesto que atrae a la mayoría de los psicópatas es el de director ejecutivo».
En la Internet es posible encontrar cualquier cantidad de artículos que describen la personalidad y conducta de Stanley O’Neal: su estilo de dirección era poco menos que despótico y bien montado sobre la descripción proporcionada por Gillespie en el párrafo anterior.
Dejo el cierre en palabras de Gillespie: «Para el psicópata, el equipo de trabajo debe estar estrictamente controlado y ser completamente obediente. Cuanto más alto esté el psicópata en la escala corporativa, más intenso será el desgaste del personal. En el nivel C-suite (alta dirección), eventualmente hará que los gerentes más competentes se vayan, o los dirigirá al despido si los percibe como competencia. Esto inevitablemente resulta en la eliminación de niveles enteros de gerentes experimentados. Sin un liderazgo competente desde arriba, cada nivel sucesivo a continuación se vuelve menos productivo, menos enfocado en los objetivos de la organización y más enfocado en simplemente mantener su trabajo (mientras buscan otro)».
Y más temprano que tarde, el colapso inevitable de la firma se presenta.