Reza Machiavelli en su obra Il Principe (1550) –Capítulo XVIII– que este debe sostener su palabra salvo cuando le cause daño, siempre que las circunstancias por las cuales se ha obligado a la vez subsistan. Pero dado que los hombres de ordinario no cumplen con su palabra, el Príncipe no debe ante estos sostener la suya, precisa Nicolo.
Dado el evento de Egipto durante la Cumbre de la ONU sobre Cambio Climático (COP27) en el que Emmanuel Macron se cruza de saludos con el ecocida dictador venezolano Nicolás Maduro, ¿cuál de las dos hipótesis de la enseñanza maquiavélica o acaso las dos privó o privaron en el gobernante galo, al punto de omitir y olvidar los acres insultos que aquel le dirigiese con anterioridad? Pero cabe dar respuesta, además, a otro interrogante no menos crucial, a saber, ¿qué pasó desde 2018, cuando el presidente de Francia recibió en el Palacio del Elíseo a los opositores venezolanos Antonio Ledezma, Julio Andrés Borges y Carlos Vecchio?
Un año después, como se sabe, a partir de enero de 2019 asume como encargado de la presidencia de la República el diputado Juan Guaidó, dirigente del partido de Vecchio, y el mismo Macron primero le reconoce en nota informal que hace circular desde la sede de su gobierno, esgrimiendo la legitimidad democrática del presidente de la Asamblea Nacional electa en 2015.
Hasta le expresa su apoyo decidido al Grupo de Contacto creado por la Unión Europea, para que ayudase a este en la implementación de un proceso electoral justo y verificable para que Venezuela se pudiese dar un nuevo gobernante, ante la falta de otro legítimo. Incluso le formula un ultimátum a Maduro, llegado el 26 de enero, señalándole que si en ocho (8) días no anunciaba elecciones quedaría formalmente reconocido Guaidó por los franceses.
La cuestión va a más, pues llegado el año 2020, el canciller de Maduro dirige ataques contra el gobierno francés arguyendo que su embajada en Caracas daba refugio al líder opositor Guaidó y al efecto le corta los servicios de agua y electricidad a la sede diplomática. Y lo cierto es que el 24 de enero del último año, este y Macron se reúnen en Francia y el mandatario interino hasta firma, en su calidad, el Libro de Oro del Senado en el Palacio de Luxemburgo. “Président de transition pour mettre en ouvre un processus electoral au Venezuela”, es la fórmula sacramental que le presentan a Guaidó y que este endosa: ¿Una condición que obligaba a Francia si su destinatario la cumplía, o si faltando a su palabra liberaba a Macron de sostener la suya?
El asunto, por lo visto, no puede despacharse cómodamente ni intentando ver las cosas como uno quisiera verlas. “Todos ven lo que parece ser”, escribe el florentino. Macron, posiblemente, ve lo que quiere ver –la posibilidad de elecciones en Venezuela, así sean de utilería– o actúa según lo que cree mejor le interesa a su gobierno.
Omite, empero, la otra lección que le daría un anti-Maquiavelo como Giovanni Botero (Della ragion di Stato, Venetia, 1589), cuya obra influye en los padres fundadores venezolanos, los de la Emancipación y la Independencia. Decía, justamente, que los Estados se arruinan y desaparecen por excesos, por la corrupción, por la pérdida de reputación del Príncipe y por su crueldad con los súbditos; sin dejar de señalar como causas extrínsecas al hierro y al fuego, léase a la violencia como la que anega hoy a la Amazonía venezolana bajo el régimen del “nuevo mejor amigo” de Macron.
Sus huestes hacen de las suyas en la zona sur del Orinoco, pero prefiere este acusar al presidente Jair Bolsonaro de mentir sobre sus compromisos con el clima, mientras celebra la victoria de Lula Da Silva, para que cooperen en “los desafíos contemporáneos de nuestro planeta”. ¿Le pediría lo mismo a Maduro, el ecocida?, cabría preguntarle al presidente francés.
El tácito reconocimiento que le ha dado al primero durante el encuentro “casual” tenido en Sharm-el-Sheij, de suyo significa el desconocimiento del gobierno interino de Guaidó y un grave retroceso de la comunidad internacional –Estados Unidos y Europa del Oeste – sobre la cuestión del reconocimiento o no de los gobiernos.
La vieja doctrina –véase el arbitraje Tinoco (1919)– exigía como fundamento el principio de la efectividad en cuanto al ejercicio del poder de facto por quien aspira a ser reconocido; pero no es el que han hecho propio los gobiernos occidentales por atados a cláusulas democráticas, como las contenidas, en el caso de las Américas, en la Carta Democrática Interamericana de 2001. Además, deja Francia de lado lo elemental, que hasta parece ser descartable por los “sustitutos” de la oposición venezolana que viajaría a París a propósito del encuentro planteado entre Macron y los presidentes mexicano y colombiano, Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro, a saber, que Guaidó ocupa su interinato por mandato imperativo de la Constitución de 1999. Que lo hayan secuestrado el G-4 y el régimen parlamentario al que lo sujetaran, es irrelevante.
En Francia y en Occidente, por lo visto, ya domina la tesis perfilada por Rusia y China para la Era Nueva y esbozada como preludio de la guerra que aquella aún despliega sobre Ucrania. Macron y junto a él, entre nosotros, Maduro, la pareja Ortega-Murillo, Díaz-Canel, López Obrador, Petro, Fernández y hasta el gobernante digital salvadoreño Nayib Bukele, la han hecho propia: “Una nación puede elegir las formas y métodos de implementación de la democracia que mejor se adapten a su estado particular, basados en su sistema social y político, sus antecedentes históricos, tradiciones y características culturales únicas. Solo corresponde al pueblo del país decidir si su Estado es democrático”, puede leerse en el texto firmado en Pekín el pasado 4 de febrero.
La OEA y el Consejo de Europa, en suma, tras los efectos de la guerra quedan como piezas de museo.
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