A Dora, mi esposa, por todos estos años
“Lo que importa ahora es la construcción de formas locales
de comunidad, dentro de las cuales la civilidad, la vida moral
y la vida intelectual puedan sostenerse a través de las nuevas
edades oscuras que caen sobre nosotros”.
Alasdair MacIntyre, Tras la virtud
La narrativa filosófica es una cuestión mucho más densa de lo que puede llegar a imaginar el entendimiento abstracto y su ya frecuente uso y abuso continuo de los conceptos. De hecho, en sus manos escleróticas, el término ha quedado reducido a guindajo de quincalla, con lo cual se le ha ido confiscando su real valor onto-histórico. Y es que cuando se menciona en sentido enfático la idea de una narrativa filosófica, conviene tomar en cuenta el estudio de la “lógica específica del objeto específico”, un estudio en virtud del cual las determinaciones inmanentes, propias de cada contexto, permiten comprender el hilo conductor que las entrama y del cual deviene su historicidad concreta. No se trata, pues, de una expresión grandilocuente en boga, y nisiquiera de un método -de un instrumento o de un medium- a través del cual se pretende presuponer y fijar la llegada del conocimiento al objeto o de este a aquel. Más bien, se trata de la compenetración en “la cosa misma” o, lo que es igual, de la acción de “seguir pensando” desde el presente lo ya pensado, en medio de la complejidad de su recorrido. En suma, se trata de la consciente recuperación de los dos principios, de factura nuclear, a partir de los cuales pudo florecer la cultura occidental, y especialmente de la necesidad del recíproco reconocimiento de la unión de la Elea parmenídica y de la no-unión del Éfeso heraclíteo, cabe decir: del ser y del devenir simultáneamente comprendidos, como resultado.
En realidad, más allá de la conversión del lenguaje en mercancía -y a la luz de la adecuación del orden de las ideas y de las cosas-, la narrativa filosófica comporta nada menos que el “sistema de la narración histórica” o, más simplemente, el telos de “la filosofía narrativa”. Esta configuración hermenéutica de la narrativa filosófica ha sido, por cierto, la mayor contribución hecha por Alasdair Chalmers MacIntyre a la filosofía contemporánea. Filósofo y escritor de origen escocés, MacIntyre es un asiduo seguidor -y continuador- del pensamiento de Collinwood, Croce, Marx, Hegel, Tomás Aquino y Aristóteles, en ese mismo orden, es decir, del presente al pasado y del pasado al presente, según el modo historicista de investigación y exposición. No por casualidad, su obra principal lleva por título Tras la virtud, en la que expone el desarrollo crítico e histórico del concepto de Ethos aristotélico como resultado de la formación cultural -la Bildung– de cada pueblo, de su particular Volksgeist, a diferencia de los “modelos universales” -abstractos y, por eso mismo, falsos- que suele postular la reflexión del entendimiento, sobre todo a partir de la consolidación de la modernidad y particularmente después del triunfo de la Ilustración, con lo cual las “formas puras” de la racionalidad analítica son descontextualizadas y elevadas al rango de verdades “absolutas” que terminan siendo sobreestimadas e impuestas como “leyes naturales” que van siendo progresivamente instrumentalizadas y puestas al servicio del corpus jurídico-político de las sociedades, propiciando su inevitable desgarramiento. De ahí que sus estudios en esta dirección lo lleven a afirmar que “no hay estándares neutrales disponibles por apelación a los que cualquier agente racional pueda determinar las conclusiones de la moral”.
Ni la ética deontológica ni la moral utilitarista, ni el legalismo ni el normativismo, han sido capaces de ofrecer una solución efectiva a la crisis orgánica que padecen las sociedades del presente. Una sociedad que ha sido víctima de su propia barbarie no se reconstruye con preceptos animados por el “deber ser”. Solo el estudio reconstructivo de su proceso histórico, en busca de la precisión del punto de ruptura -precisamente, la narrativa filosófica- de su entramado ético, permite dar cuenta de la necesidad de abandonar el camino de los postulados formales que, con absoluta independencia de los contenidos específicos, son presentados como verdades absolutas. Siguiendo a Marx, a Hegel y a Aristóteles, MacIntyre rechaza la presuposición de una sociedad liberal que se sustenta sobre la abstracción del individualismo, representado, además, como el origen natural de la sociedad. El ser humano es -y no puede no ser- un zoon politikón, un animal político y social, por lo que no puede prescindir de la vida en comunidad, la misma que, por cierto, sentó las bases para la existencia de los derechos individuales. Pero, de igual forma, rechaza el marxismo soviético, orientalizado, que, en nombre de los intereses de la sociedad, reprime y aplasta a los individuos, conculcando sus libertades para terminar en el mayor de los individualismos mediante la fantástica identificación del pueblo con el líder. El totalitarismo es, en efecto, la contracara del individualismo, el lado oscuro de la luna neo-liberal.
Con MacIntyre, la filosofía de Aristóteles deja de ser una reliquia del pasado, una “interesante” pieza arqueológica del museo de los antiguos pensamientos en extinción, para devenir juicio, exigencia crítica e histórica del presente. La Prima philosophia de Aristóteles irrumpe, de este modo, como una legítima filosofía del aquí y ahora, inescindiblemente vinculada a la historia del pensamiento en sentido enfático que es, en realidad, su propio desarrollo. Y es a partir de la reconstrucción de su idea de virtud, comprendida como la consciencia de la necesidad del cumplimiento de las costumbres ciudadanas -el Ethos-, como el pensamiento de Aristóteles se transforma no solamente en el imprescindible interlocutor de una época que ha hecho del la razón instrumental, del individualismo y la futilidad la ruta más expedita para el advenimiento de la barbarie, el totalitarismo gansteril y la pérdida de sí mismo.
Ni la moral ni la política se pueden sentenciar desde un sillón, afirma MacIntyre.. Hic Rhodus, hic saltus. Después de todo, Tras la virtud es una exhortación a dar el salto cualitativo (Aufheben) ético y político, el salto que va desde el yo al nosotros. Se trata del compromiso histórico por la recuperación de las virtudes públicas, la responsabilidad ciudadana, la solidaridad y el sincero compromiso con los derechos humanos que son, en primera instancia, derechos inmanentes a cada individuo.
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