Para Ninoska
Para Marisa
La persiana de mi cuarto permite, no obstante, ver a través suyo una línea vertical de oscuridad que comienza a palidecer ante el avance de la luz del amanecer. Un enfrentamiento tan lento y silencioso como el que igualmente se establece cuando la oscuridad asedia y arrincona a la luz de la tarde. Crepúsculo y aurora se dan la mano y la asombrosa lentitud silenciosa del tiempo testimonia, sin voluntad alguna, nuestros pasos hacia el sueño o hacia el amanecer de nuestras vidas.
Un avance sigiloso e imperturbable que desdeña sonidos impertinentes, rumores encendidos, estruendos volcánicos o voces de animada cotidianidad. La luz, al asomarse a mi ventana se ofrece como el espíritu que ella es, la manifestación suprema de una intensidad que solo pretende expresar que en ella viven y residen todas las virtudes; que su color generalmente blanco, aunque cambiante, genera energía e irradiación; una fuerza creadora capaz no solo de vencer a la oscuridad sino de elevar mi propia conciencia a niveles de asombrada beatitud.
Y junto a la luz cabalga el aire a paso sereno y benévolo reiterando que es un simple hálito, un soplo vital, la palabra poética que abarca y arropa el espacio en el que se desplaza.
Entonces la luz adquiere vuelo, hace ligera la palabra que la nombra y se transforma en el perfume de alguna flor inventada, en el roce de nuestra propia libertad.
Pero cuando ocurre lo contrario y el cielo se asume como irrepetible pintor y exalta la inevitable aparición de la noche es la oscuridad la que se hace aire y vuela anudándose en el sueño o sorteando los peligros que la acechan. Y así permanecemos atónitos unos; hechizados, otros e indiferentes, otros más. Sumidos todos en el sueño, enlazando deseos y quimeras, gimiendo por el puñal de alguna traición o alborozados, pero sin saber qué hacer iluminados por el estruendoso silencio que se siente cada vez que nuestras almas vencen a las sombras.
Pero la luz y las tinieblas, los resplandores del alba y la perentoria oscuridad fluyen por igual y al discurrir confiesan que ambas son vida, pero no ocultan por ello que arrastran consigo a la muerte.
En el verdor vegetal, por ejemplo, la luz se enseñorea sobre los tallos y las hojas, y con similar y silenciosa lentitud, se oscurecen y mueren el árbol de la vida, el libro del agua y el libro de la vida y sucede también que algunos países, azotados de pronto por vientos hoscos y salvajes, arremeten contra la luz tradicional que alguna vez se embelleció con la heroicidad de su propia historia y condenan a los espacios y a sus habitantes a oscuridades ingratas y sin memoria; a rigores y arbitrariedades.
Vestidas de uniformes militares surgen presencias despóticas convertidas en sombras armadas y tenebrosas que desconocen lecturas enaltecedoras y afectos. Satrapías que rechazan y aborrecen la luz que nos busca al amanecer y ofrece brillo y resplandor a nuestra sensibilidd. Pero por igual injurian y maltratan a la oscuridad que podría regalarnos entusiasmos y ensoñaciones puesto que también hay iluminación en las tinieblas.
La luz del sol es emanación de un poder celestial, pero el sol muere todas las tardes y al renacer de su propia oscuridad, las sombras de la noche se revelan como el esperado mar de una nueva vida. No siempre es acertado identificar a la oscuridad con lo tenebroso. Los simbolistas coinciden, sin embargo, en asociarla con el caos primigenio y Juan Eduardo Cirlot sostiene que la oscuridad proyectada en el mundo anterior a la aparición de la luz es regresiva, por ello se identifica tradicionalmente con el principio del mal y con las fuerzas inferiores no sublimadas. La que se ha apoderado del país venezolano, insistiendo en su carácter bolivariano, es perversa, artera, triste y criminal.
Prefiero y cultivo la luz que cada mañana expulsa a la oscuridad que durante la noche se apodera de mi ventana mientras se arrastra a mi lado el voraz insomnio que me devora y tanto atormenta al país venezolano.
Creo en la poesía porque siento que en ella anida y vive el misterio que lucha en mi ventana para hacerse luz. Cobro fuerzas y me anima escuchar la música inaudible que se oculta detrás de las palabras y trato entonces de entender por qué insiste la oscuridad en hacerme daño y en producir periódicamente caudilllos venezolanos, civiles y militares, que se solazan descuartizando al país que me vio nacer cuando se creía que solo dominaba la luz en todas y en cada una de las regiones venezolanas que festejaban la muerte de una lóbrega oscuridad llamada Juan Vicente Gómez.