OPINIÓN

Luz de lodazal

por Karin Taylhardat Karin Taylhardat

Foto EFE

 

Como si todo esto que sucede estuviera pensado para alimentar la ceguera, la situación política general de los que participan, y nos cuentan de qué va esto, indica que la intachable claridad aportada por ellos nos está deslumbrando y que por eso vagamos sin ruta, con escapatorias cegadas, con caminos señalados por extrañísimos mensajes cifrados, que van acompañados de una voz similar a una sicofonía lejana, bastante fantasmal. Puede llegar a escucharse que la actual situación en Venezuela está enrarecida por culpa de las recientes elecciones; o sea, no se ha ido conformando a lo largo de dos décadas, y tampoco es el resultado de la suma  de anomalías, interferencias, transgresiones, injerencias y dejación de funciones (y acciones) a largo de muchos años. No…

El asunto de los sucesos invisibles tiene incontables aristas, suele estar vinculado a un invento (siempre inarticulado), y por mucho que se explique, e indague, resulta un misterio insondable que su forma esté cada vez más difusa y sea menos nítido su contorno. El venezolano lleva años informando de lo que le sucede, pero su relato queda a la deriva, o naufraga; está viendo lo que no existe y se está inventando lo que denuncia. Suele definirse a esto, o a esta acción, como Luz de Gas. Es decir, puede denunciar que el cerco que le rodea es violento y amenazante, pero la luz de gas asegura que ese cerco está ahí para su protección, cuidado y seguridad.

Hasta que llega el lodo… Ojalá se entienda el símil, desde el respeto y el duelo, con respecto al Mediterráneo español (en Valencia), tras el desastre vivido por la gota fría (la dana). Desde un primer momento se activó un periodismo especializado que movilizó sus recursos, sus redes, para informar de que la situación era peor de lo que se daba a entender por parte del ámbito oficial. Y sucedió algo fascinante, y es que los primeros informadores que se acercaron a ese lodazal, y lanzaron las alarmas a uluar, eran especialistas en ovnis, sicofonías, luces extrañas, anomalías celestes, pero llegaron al inaccesible epicentro del daño, filmaron con lo que tenían a mano, emitieron en directo y estuvieron así cinco horas hasta la madrugada, en el barro y junto a unos ciudadanos que tampoco entendían lo ocurrido. Y no gustó; no gustó que lo describieran y pormenorizaran (aun con imprecisiones), no gustó que movilizaran a los voluntarios, no gustaron sus índices de audiencia, y a día de hoy mantienen un pulso de confrontación diaria.

Estos periodistas se dedican a investigar lo desconocido, lo inexplicable o fantasmal. Son considerados como unos profesionales de tercera categoría, expertos en cosas poco serias, pero intentaron entender cómo llegó el agua con esa virulencia, sin lluvia y sin diluvio, y, ante la ausencia de razonamientos y de ayuda, lo sucedido parecía provenir de los mundos de ultratumba, dejando en pocas horas y algunos minutos un paraje marciano desolado por el barro, vehículos amontonados de forma apocalíptica, zonas arrasadas con desaparecidos, vidas destruidas, donde a lo inexplicable se le añadía una desinformación o una actitud sesgada. Se debe aceptar que ellos están preparados para esto, para acceder al lugares remotos donde sea avistada una inquietante luz, o una anomalía.

Sin mostrar aquí prejuicio alguno hacia ningún periodismo, y ante las críticas y desautorización que ha recibido esta prensa especializada, quizás estemos ante la más efectiva e incluso la adecuada, pues los ideólogos de la luz terminan siendo los dueños de la oscuridad total, de los eclipses, del mundo fantasmal y manejan como nadie la invisibilidad y la luz de gas que oculta su inhumanidad y su incompetencia. Resulta curioso que estos mismos especialistas se ocupen, también, de forma habitual, de otro mundo invisible y cercano a los temas paranormales que consideran propios, como es el Triángulo de las Bermudas del aeropuerto de Barajas, en Madrid.  En España nadie sabe ya lo que ocurrió con el avión que aterrizó llevando a Delcy, ni de cuántas maletas desembarcó (sin pasar por aduana), las imágenes han sido abducidas, han hablado unas sicofonías políticas que niegan estar vinculadas, se desconoce si Delcy pisó suelo español (o levitó), o cenó y hasta durmió, o fue teletransportada. Así que el caso puede estar más vinculado a un Encuentro en la tercera (o cuarta) fase, y por tanto se debe aceptar que el periodismo de lo oculto sí está trabajando ‘sus’ temas, se acerca a lo que carece de respuestas, o a lo que tiene muchos fantasmas en su interior; se centra en lo confuso, confronta a los responsables situados en las nebulosas… Es decir, todo lo que conoce de sobra el venezolano, cuya vida debe resolver por sí mismo sin esperar nada, sin tener a quien recurrir, sin respuestas y sin ser admitidos sus avisos ni su reclamo, a no ser como parte de un invento fantasmal y hasta fortuito. De nuevo.

Esta generación voluntaria, técnica y entregada, con ingenieros,  peritos o trabajadores en general, ha crecido viendo cómo sus mayores se desesperan ante la declaración anual de la renta, y, a veces, pocas, ante la declaración de los derechos humanos. La contabilidad del daño no es un misterio para ellos, saben que se necesita ayuda y no caridad. Perciben que recibir una misteriosa cajita tipo CLAP, que dice contener alimento y auxilio, suele entregar dos insólitas mitades: la que es caridad y la que condenará a un constante estado de necesidad. Y ya es misterioso el asunto. Además, es difícil escapar a esa cajita cuando dice contener lo necesario para solucionar un presente, mientras lo cierto es que hipoteca el futuro sin advertencia alguna en el prospecto.  Esta generación sabe también fabricar su información, su canal de noticias, así como elabora su lista de podcast, su cine o una carta de música particular; sabe que tanto el hambre como la pobreza están alcanzando, sigilosamente, el ideal de la perfecta igualdad.

También descubre esta generación lo ineficaz que es un periodismo que se instala en las aceras ya limpias de lodo, o de la que informa sobre Venezuela desde la cómoda acera de un resort en Caracas, y también cuando transmite cobijado en la acera más distante de la guerra. Y por último, y también al respecto de la dana, tristemente empiezan a percibir lo mismo que Latinoamérica sabe minuciosamente al respecto de lo que es un desaparecido; un desaparecido no es nada, ya ocurra en el lodo, en las cloacas,  o en el agua, o en cualquier guerra, o en la violencia de una luz gaseosa; no es alguien vivo ni alguien muerto. Está tan oculto, es tan recóndito, que es menos que nada.