El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva volvió a la carga. El anfitrión de la Cumbre del G20 defendió nuevamente a Vladimir Putin, atacó a Israel y desconoció la brutalidad de su vecino, el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro.
Orden y progreso. Lejos de honrar el mensaje de la bandera de Brasil, Lula ha vuelto al poder con una visión política sesgada, retrógrada y radical. Su alineamiento con Rusia, Palestina, Venezuela y Cuba van más allá de la ideología y rozan con la apología del delito.
Lula aprovechó su gira por África para comparar la guerra en Gaza con el Holocausto sufrido por 6 millones de judíos. Una analogía aberrante y antisemita. Las causas, los números y la letalidad de ambos eventos no son ni medianamente comparables.
El mandatario de Brasil ha sido declarado persona non grata. “Comparar a Israel con el Holocausto nazi y con Hitler es cruzar una línea roja. Israel lucha por su defensa y por asegurar su futuro hasta la victoria total”, dijo molesto el primer ministro Benjamín Netanyahu.
El cinismo sobre la crisis en Venezuela. Lula alegó ignorancia total sobre lo que sucede en Venezuela, el arresto de Rocío San Miguel, la expulsión de la Misión de la ONU, la inhibición de María Corina Machado y la violencia criminal de la “furia bolivariana”.
Su eterno alineamiento con Rusia. El presidente Lula no solo relativiza la guerra de agresión contra Ucrania, también defiende los crímenes de Putin, negándose a condenar el asesinato del opositor Alexei Navalny, quien falleció en la cárcel siberiana “el Oso Polar”.
El presidente de Brasil ha sido consistente en su política antioccidental y prorregímenes autoritarios. Con China sigue promoviendo el comercio y las inversiones, el olvido de los derechos humanos y el fin de la hegemonía del dólar.
Lula también sigue oxigenando a la dictadura criminal de Cuba, que mantiene tras las rejas a más de 1.100 hombres, mujeres y niños. Hace unos días, Brasil gestionó con Emiratos Árabes más de 50 millones de dólares para resucitar la agonizante economía de la isla.
Los extraordinarios esfuerzos de Lula por defender a autócratas en el exterior, le han hecho incumplir sus promesas en casa. Ha dejado pendientes a los indígenas y ambientalistas que utilizó como bandera electoral para ganar un tercer periodo presidencial.
Entre el petróleo y la Amazonia. El presidente de Brasil baila con un doble discurso, con una mano mueve su agenda verde y con la otra hace guiños y gestos para acercarse a la organización petrolera OPEP.
Brasil, como nación, goza de un peso extraordinario y sus figuras prominentes presiden hoy el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el Banco de los BRICS y actualmente el G20. Desafortunadamente todo este liderazgo es opacado por un presidente como Lula, que ha perdido el norte y que no sabe diferencias entre democracias y autocracias.
El tercer mandato del presidente de Brasil ha sido una tragedia en política exterior. Una caricatura cruel del liderazgo político que alguna vez tuvo. Como diría Paulo Coelho, uno de sus antiguos defensores, Lula representa “un liderazgo patético”.
El autor es periodista exiliado, exembajador de Nicaragua ante la OEA y exmiembro del Cuerpo de Paz de Noruega (FK).
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