Las gestiones de buenos oficios ofrecidas por los presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; Colombia, Gustavo Petro; y México Andrés Manuel López Obrador para ayudar a encontrar una salida negociada en Venezuela están condenadas al fracaso desde el principio.
Varios factores, conocidos de antemano por otros gobiernos, se presentaban como obstáculos reales a la tan socorrida solución negociada. Sin embargo, la administración Biden encontró una forma para enmascarar su ausencia de políticas hacia Venezuela y discretamente anunció que prefería postergar cualquier decisión relevante en espera a los resultados de las gestiones de Brasil, Colombia y México.
Mientras tanto el Departamento de Estado Norteamericano continuaría con su política ambigua de reconocer el triunfo de Edmundo Gonzalez en Venezuela, pero sin llegar al extremo de reconocerlo como Presidente electo, pequeña y significativa distinción acompañada de múltiples exhortos para una transición de gobierno pacífica.
El primer problema con la gestión ofrecida por Brasil, Colombia y México es la afinidad ideológica y política de los presidentes de estos países con Nicolás Maduro. No mucho se podría esperar de estos tres socios miembros del Foro de Sao Paulo que no han dudado en justificar que el chavismo siga en el poder al precio que sea.
A esto habría que agregar que estos tres países cuentan cada uno con regímenes políticos que se autodefinen como democráticos donde, con sus fallas, existe Estado de Derecho. Esto significa que en estos tres países existe división de poderes, hay pesos y contrapesos y los electores pueden expresar con libertad sus preferencias.
Cualquier posición de estos tres presidentes hay que verla en el contexto de la política interna de su respectivo país, aunque en unos tengan más incidencia que en otros.
Andrés Manuel López Obrador por ejemplo se desmarcó bien temprano de esas gestiones, no sin antes reafirmar que abogaba por una solución entre venezolanos en el marco jurídico y político de Venezuela sin ningún tipo de injerencia. AMLO también dejó claro que rechaza las sanciones contra el régimen de Maduro y en los últimos días pidió que el CNE muestre las actas tal como había ordenado el TSJ. Esto último parece una imprecisión del presidente mexicano ya que el TSJ se limitó a convalidar los resultados del 28J y no ordenó al CNE presentar actas.
¿Por qué la postura de AMLO parece más inclinada a favorecer abiertamente a Nicolás Maduro? Porque en México ya pasaron las elecciones y no hay el riesgo de que los electores castiguen con su voto la afinidad de López Obrador o de Claudia Sheinbaun Presidenta electa con el régimen chavista de Venezuela. De hecho una invitación a Nicolás Maduro para la toma de posesión de Sheinbaum el 1ro de Octubre dejaría muy clara la postura del Estado mexicano sobre este asunto.
La situación de Lula y Petro es diferente a la de AMLO. El primero ha perdido apoyo popular según las encuestas y su coalición se enfrenta a los seguidores de Bolsonaro en las elecciones municipales a celebrarse en Octubre de este año. Lo último que quiere Lula es aparecer como aliado del régimen que literalmente se roba las elecciones para seguir en el poder y que los electores lo castiguen con el voto.
En situación similar se encuentra Gustavo Petro cuya popularidad se ha desplomado como resultado de una gestión mediocre y quien deberá contarse electoralmente en el 2026. Es muy difícil convencer a los colombianos, y menos aún a los electores independientes, de las bondades para Colombia de una alianza Petro-Maduro cuando el tirano venezolano es percibido como quien que se robó las elecciones.
A pesar de tener afinidades ideológicas y francas relaciones políticas con el régimen chavista de Nicolás Maduro, tanto Lula como Petro están obligados a embarcarse en una delicada maniobra que auxilie al chavismo al tiempo que aparecen como distantes de él abogando por una solución negociada. Solución negociada que ellos saben muy bien, al igual que AMLO, no es viable porque conocen de cerca a su socio y de sus intenciones de perpetuarse en el poder.
Al fracasar estas gestiones, como lo podemos constatar por el tono del comunicado suscrito por Lula y Petro, estos dos presidentes habrían quedado bien con sus respectivos electores argumentando que hicieron sus mejores esfuerzos entre las partes para lograr una salida negociada. También habrían quedado bien con millones de venezolanos al pedir, una vez más, que se publiquen las actas desglosadas por mesa de votación. Lamentablemente no se pudo, dirán con fingida resignación. Eso sí, que nadie se llame a engaño. Brasil y Colombia no suspenderán sus relaciones con Maduro ni apoyaran sanciones contra el régimen chavista, aunque este se niegue a mostrar las actas.
Pero el chavismo logra, una vez más, retener su activo más preciado en momentos de crisis: Tiempo. Ganar tiempo es un aspecto esencial en la estrategia del chavismo para demorar decisiones y acciones más puntuales de otros gobiernos que posiblemente llegarán hasta Enero del 2025 esperando por los resultados de las gestiones de Lula y Petro.
Es un tiempo que en las actuales condiciones opera en favor del chavismo ya que la erosión de su poder político no se puede equiparar al desgaste físico y emocional de millones de venezolanos civiles y desarmados que, sin un horizonte específico de lucha, podrían caer fácilmente en la desesperanza y la frustración.
Tiempo para que el chavismo llegue más cómodamente al 10 de enero del 2025 es el mejor regalo que Lula y Petro le han podido obsequiar a Nicolás Maduro porque propagan la falsa esperanza de una solución negociada. Ojalá que los partidos de oposición en cada uno de esos países tengan la claridad de denunciar la alianza activa y militante de Lula y Petro con el neofascismo chavista. Está bien que ayuden a su socio, pero que también paguen por ello.