El tema del avión de Ryanair, secuestrado por la última dictadura de Europa el pasado domingo 23 de mayo de 2021 y obligado a aterrizar en Minsk, fue despachado bien rápidamente por la opinión pública en Venezuela. Leí una condena de Juan Guaidó, otra de Antonio Ledezma y un pronunciamiento de María Corina Machado, y algunas declaraciones a la ligera del resto del liderazgo político que fueron consumidas literalmente, por otros asuntos de la política doméstica. Todo, sin entrar en profundidades ni tocar lo fundamental del asunto. El Acuerdo De Salvación Nacional, el referéndum revocatorio para Nicolás Maduro, las elecciones del 21N y el interminable tiroteo mediático del desembarco en Normandía en que se han convertido los combates militares del estado Apure con la guerrilla y las secuelas con los secuestrados militares, más el mar de sospechas que se estira sobre un falso positivo, no dejaron despegar muy alto lo que ocurrió con el avión de pasajeros irlandés en el cielo bielorruso y el aeropuerto de Minsk.
Un aviso de la presencia de una bomba colocada por el grupo terrorista Hamás en la aeronave, que hacía un vuelo entre Atenas y Vilna con 120 pasajeros, obligó a la tripulación a aterrizar en el aeropuerto de Minsk con el acompañamiento amenazante de un Mig 29. Al final, se determinó que todo ese despliegue de la operación ejecutada con cuatro funcionarios del KGB bielorruso y bomba falsa incluida, era para detener al bloguero e influencer Roman Protasévich, también director de un influyente medio opositor a la dictadura encabezada por Alexander Lukashenko. La acusación: sospecha de actividades terroristas. Con Protasévich fue detenida también su novia.
Sobre este grave incidente ya se pronunciaron el gobierno de Irlanda, Estados Unidos, la mayoría de los países europeos, y algunos organismos multilaterales como la ONU y la OTAN. Como deriva se empezaron a tomar nuevas medidas y sanciones para el aislamiento del régimen de Bielorrusia y se ampliaron en dureza otras vigentes. Este secuestro es un evento que desnuda más la naturaleza política del régimen de Lukashenko y proyecta hasta dónde se puede avanzar y alcanzar en decisiones, para cerrar y aplastar cualquier disidencia y garantizarse la permanencia en el poder.
Hay una preocupación en la comunidad internacional, por la referencia, los alcances y las vinculaciones derivadas de este hecho. Y precisamente por esto ha debido registrarse, comentarse y debatirse con mayor intensidad y profundidad en Venezuela. Es una magnífica oportunidad para incrementar el conocimiento del régimen venezolano en el dispositivo, la composición y la fuerza, por la asociación estrechamente política con su socio bielorruso y otras ramificaciones. Y al final llegar a una conclusión que muchos dejan de lado por la permanente subestimación a Nicolás Maduro y a la revolución misma. Lukashenko es una barajita política igual a Maduro. Ambos regímenes son una copia facsimilar y tienen nexos políticos y militares fuertemente consolidados en el tiempo, que se desconocen ingenua y torpemente en el bando opositor.
La llegada de la revolución bolivariana al poder, en 1999, marcó el inicio del distanciamiento de Venezuela con su histórico aliado en el continente, Estados Unidos. Lo que se expresó al comienzo con una relación de simpatías personales y agradecimientos con Cuba y Fidel Castro, se extendió con Nicaragua, China, Rusia, Turquía, Irán y Bielorrusia. Todas las emociones políticas de Hugo Chávez Frías se convirtieron en acuerdos políticos y militares suscritos formalmente en su condición de presidente de la república bolivariana de Venezuela y refrendados por el canciller de ese entonces, Nicolás Maduro. De manera que, de entrada, solo haciendo este pasaje histórico desde 1999 hasta la fecha, en materia de la relación entre Venezuela y Bielorrusia, cualquier valoración se hace con el peso de los acuerdos entre ambos países, especialmente en aquellos de la cooperación militar. Pero hay más.
El acuerdo de cooperación técnico militar firmado establecía montos cercanos a los 1.000 millones de dólares que beneficiarían a empresas militares en Bielorrusia y para fortalecer otras en Venezuela. Dos puestos de comando unificado, uno de defensa aérea y otro de guerra electrónica, estaban estipulados en un contrato con vigencia de 5 años. Incluía, además, el intercambio de tecnología, fabricación de equipos militares, su mantenimiento y reparación. La instalación de sistemas antiaéreos, la preparación de los especialistas y la formación de los oficiales. Los asesores bielorrusos tendrían la responsabilidad de desarrollar un sistema de mando automático para las baterías de misiles antiaéreos S-300VM Antey 2.500, Buk M1-2 y S-125 Pechora 2M, todos de fabricación rusa. Adicionalmente, la FANB adquirió equipos de visión nocturna NV/G 14 y para los fusiles de asalto Kalashnikov AK/103 AK/104 de 7,62 mm y apuntadores láser TSL -02 y miras Red-Dot PK A. En Cavim se estableció un centro de mantenimiento para estos equipos. Luego, dentro de este convenio, desde esa fecha en la Facultad de la Defensa Aérea se han formado cadetes del Ejército, Armada, Aviación y Guardia Nacional. Igual en la Academia Militar de Bielorrusia, en la Facultad Militar de la Universidad Técnica Nacional de ese país, y en la Escuela Superior Estatal de Aviación de Bielorrusia.
Las interioridades de este convenio, reservadas y sin conocimiento detallado por la Asamblea Nacional elegida por los venezolanos en diciembre de 2015, y del liderazgo nacional, han sido muy dinámicas y profundas a lo largo del tiempo; y han servido de vaso político y militar comunicante con Rusia, otro aliado estratégico de la revolución bolivariana y en particular de Nicolás Maduro. Y allí cumple un rol fundamental de confianza y seguimiento a las contrataciones y sus ejecuciones el ministro de la Defensa, el general en jefe Vladimir Padrino López.
Como ven, este asunto del avión irlandés secuestrado por Lukashenko no era para despacharlo olímpicamente a lo interno de Venezuela. Más allá de las graves violaciones de la seguridad aérea del régimen bielorruso con el vuelo 4978 de Ryanair y de las regulaciones internacionales sobre el particular, las luces que se desprenden sobre la naturaleza de los socios de la revolución bolivariana, la intensidad de los acuerdos, la profundidad de las relaciones y los escrúpulos para saltarse arbitrariamente cualquier formalidad para neutralizar, capturar y reducir cualquier disidencia, permiten ilustrar desde la globalidad al régimen que usurpa el poder desde el Palacio de Miraflores. Maduro es como Lukashenko.
El régimen de Lukashenko, que ejerce el poder desde el año 1994, ha sido cercado por diversos tipos de sanciones Internacionales por las graves violaciones de los derechos humanos y las restricciones a las libertades públicas de los ciudadanos. Es calificado actualmente como la última dictadura de Europa. Como el cerco y las sanciones para el régimen venezolano.
El mandatario visitó Venezuela en 4 oportunidades. La última fue durante las exequias de Hugo Chávez, con quien compartió en vida, además de la relación formal, vínculos de simpatía y fraternidad. A pesar de que este era la bisagra relacional entre los dos países con amplias diferencias geográficas, históricas y culturales; después de la muerte del comandante en 2013, Nicolás Maduro ha mantenido con altos y con bajos, el espíritu, el propósito y la razón de la cooperación entre Bielorrusia y Venezuela, donde el petróleo y la instalación de unas fábricas de tractores, también formaban parte del paquete. Son las vainas entre tiranos que facilitan el acercamiento.
Por los momentos, los opositores incómodos que en algún momento puedan ser considerados como una amenaza al régimen, no deberían sentirse seguros en ningún lado. Ni dentro, ni fuera de Venezuela. Sobre todo, cuando se tomen vuelos con trayectorias cercanas a Venezuela. Nunca se sabe. Lukashenko y Maduro son barajitas del mismo mazo revolucionario.
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