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Luis Piñerúa Ordaz: compromiso con el país

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En este nuevo aniversario de Acción Democrática, el partido del pueblo, es un placer evocar a muchas de sus grandes figuras. Hoy quiero destacar a Luis Piñerúa Ordaz, un ferviente admirador de su fundador, don Rómulo Betancourt. Confiando en las virtudes de la democracia y el futuro de nuestra nación, estoy seguro de que el partido del pueblo resurgirá, como el ave fénix, ante las adversidades de nuestro tiempo. Al igual que esa ave mitológica, capaz de renacer de sus propias cenizas, así lo hará Acción Democrática.

A mediados de 1973, durante la campaña de Carlos Andrés Pérez, tuve la oportunidad de conocer a don Luis Piñerúa Ordaz en una reunión del partido. Era un hombre recio, de carácter firme y de una honestidad inquebrantable. Desde el primer momento, fue receptivo y generoso en su amistad. Lo visitaba con frecuencia en su oficina en La Florida, donde solía pasar las primeras horas de la mañana; casi amanecía allí. Con el tiempo, desarrollamos una sólida amistad. Ambos éramos orientales −él de Güiria, yo de Porlamar− y nos entendimos claramente hasta el final de sus días.

Cuando Carlos Andrés Pérez ganó las elecciones en diciembre de aquel año, don Luis me llamó para manifestarme que el presidente electo deseaba designarme como gobernador del estado Nueva Esparta. Le pedí dos días para pensarlo y consultarlo con mis padres, ya que la propuesta me tomó por sorpresa.

Al día siguiente, mi querido amigo David Morales-Bello me invitó a un desayuno con el mismo propósito: ofrecerme la gobernación de Nueva Esparta en nombre del presidente electo. Tanto David como Piñerúa me dieron argumentos convincentes para aceptar el cargo. Decidí aceptar la propuesta haciendo énfasis en la necesidad de convertir a Margarita en puerto libre, y así se lo comuniqué al Presidente de la República. Su entusiasmo fue evidente y me dijo: “Virgilio, vaya a Margarita y comprométame anunciando de una vez el decreto de puerto libre para la isla en mi nombre”. Lo hice en una rueda de prensa y así sentamos las bases del puerto libre de Margarita.

A finales de 1977, don Luis Piñerúa me llamó a mi despacho en La Asunción para manifestarme su interés en que me uniera a su comando de campaña, liderando el movimiento Jóvenes con Piñerúa. Me pidió que comenzara lo antes posible y me encomendó la tarea de manejar las relaciones con el líder Jóvito Villalba, a quien él admiraba profundamente y deseaba incorporar a su candidatura presidencial. Además, me refirió una carta enviada por el líder sindical José González Navarro al Comité de Acción Democrática, en la que solicitaba su jubilación, luego, Piñerúa me proponía como su sucesor en la senaduría, cargo que ocupé durante cinco períodos más. La propuesta fue aprobada por unanimidad por el Comité Ejecutivo Nacional de Acción Democrática.

Para aceptar mi incorporación a la campaña, debía renunciar a la gobernación. Procedí a comunicarle al presidente Pérez mi decisión, lo cual inicialmente lo sorprendió, pero luego lo aceptó. Compartió conmigo algunos consejos útiles y me invitó a una gira administrativa por el estado para ver la nueva Margarita que habíamos desarrollado. Después de cuatro años, entregué la gobernación y regresé a Caracas para trabajar en la campaña. Conseguí un estacionamiento en la avenida Libertador, donde construimos un gran globo inflable y lanzamos el famoso pitico, diseñado por el admirado Chelique Sarabia, que decía sonoramente “Pi-ñe-rú-aaaa”.

Las conversaciones con el maestro Jóvito Villalba fueron esperanzadoras y positivas para la campaña, con URD dispuesto a apoyar a Piñerúa. Sin embargo, días después aparecieron declaraciones traviesas del presidente Rómulo Betancourt, quien descalificaba a Villalba llamándolo “cadáver insepulto”. Piñerúa me llamó a las 5:30 de la mañana indignado y me manifestó: ”Rómulo como si quiere que yo pierda las elecciones”. Y me pidió que por favor lo recogiera en su casa de Macaracuay a las 6:00 de la mañana para ir a su oficina. En el carro me di cuenta de que tenía puesto un zapato negro y otro marrón. Su indignación fue mayor. Piñerúa era daltónico, llamó a su querida y grata compañera doña Berenice de Piñerúa para que solucionara la situación con el envío de otros zapatos.

Esa noche había un matrimonio de la hija de un gran periodista y amigo del diario El Nacional, Néstor Mora Labrador, jefe de las páginas políticas, y estábamos invitados el doctor Villalba y yo. Al verme, Jóvito, muy enfadado, me dijo: “Virgilio, dígale a Rómulo Betancourt que no podrá con Jóvito Villalba y que mañana anunciaré mi apoyo a la candidatura de Luis Herrera Campins”. Aunque no puedo afirmar que la pérdida del apoyo de Villalba fue determinante en la derrota de Piñerúa, sin duda inclinó la balanza. Este fue un hecho histórico e irreversible. Venezuela se perdió de haber tenido un gran presidente.

En la campaña electoral de 1988, fui reelecto senador. El presidente Carlos Andrés Pérez me designó Gobernador del Distrito Federal y más tarde Ministro de Relaciones Interiores. En 1992, renuncié al ministerio y me reincorporé al Senado donde me tocó sustituir al gran venezolano Octavio Lepage luego de su renuncia a la presidencia de la Comisión de Energía y Minas del Senado.

Durante este tiempo, tuve una conversación con Carlos Andrés Pérez, quien me comentó que su candidato ideal para el ministerio de Relaciones Interiores era Piñerúa, pero que este había rechazado la propuesta. Me dijo: “Virgilio, Piñerúa no quiso aceptar el ministerio”. Le respondí: “Presidente, ¿me autoriza a hablar nuevamente con Piñerúa?” y me dio su aprobación. 

De inmediato, me dirigí a Macaracuay y sostuve una larga conversación con Piñerúa, enfatizando la responsabilidad y el deber que tenía con la mitad de los venezolanos que habían votado por él en las elecciones presidenciales. “Virgilio, tienes razón”, me dijo después de escucharme, y expresó su deseo de hablar directamente con el presidente, a quien llamé de inmediato, y Piñerúa coordinó un encuentro para esa misma tarde. Al día siguiente, fue juramentado como el nuevo ministro de Relaciones Interiores.

Así era Piñerúa: un hombre de las circunstancias, honesto, solidario y cumplidor de sus deberes como venezolano. Su compromiso con el país fue inquebrantable, y su lucha incansable por la democracia en Venezuela lo mantiene vivo en la memoria como un gran venezolano.

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