En su ensayo El laberinto de la soledad («Fondo de Cultura Económica», México, 1994) fue proclive al análisis de la cultura mexicana: la mayoría de cuyos elementos le sirvieron de base para redactarlo.
Una información importante en la vida de Octavio Paz develó su escepticismo religioso, que lo llevaría expresar su deseo de ser cremado. El ateo lo es por tener un pensamiento científico: lógico, consciente que toda experiencia individual sucede sin la intervención de alguna providencia de imaginario popular. Durante su larga vida, el escritor mexicano –también autor de Libertad bajo palabra [1958], El laberinto de soledad [1950], El arco y la lira [1956] y La otra voz [1990], entre más de veinte libros, transmutó su pensamiento desde cierta utopía revolucionaria hasta adherirse a ideas propias de la «extrema derecha»
En El laberinto de la soledad, el escritor dilucida -riguroso- el comportamiento del sector de sus paisanos que tiene conciencia de ser en tanto que mexicano. Leámoslo:
«Es natural que después de la fase explosiva de la Revolución, el mexicano se recoja en sí mismo y, por un momento, se contemple…» (cfr. p. 13)
Sobre el legendario machismo del mexicano, atrocidad más que exacerbación de la conducta humana, Paz ubica su origen en la herencia hispana, hispanoárabe y grecorromana.
Al cambio de las cosas, los mexicanos -similar a los venezolanos, colombianos, chilenos o argentinos- evolucionarían culturalmente [o degenerarían, según el análisis de cada cual] para conformar esa cosmogonía de lo indefinible e insondable reflejada en el multirracismo y multiser. Hoy, previa petición de disculpa y sin ánimo de proferir agravios contra ninguno, se me ocurre calificar nuestras poblaciones como multinadas. Ésa, materializada en la asimilación gregaria de estupideces, falsos valores, necesidades frívolas, resentimientos apócrifos e idas relacionadas con la antisolidaridad y antihumanismo en boga:
«[…] Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con su voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y Londres. Don nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser…» (Idem., p. 49)
Estoy [abatido] persuadido: los hispanoamericanos de escasa cultura experimentan, permanentemente, dolor por ser para pujar transformarse en otro Imposible e Incontaminado racialmente. Cuando alguien [docto] instruido decide no padecer por causas de origen abstracto u ontológico, será visto como una criatura extraña que ha elegido la condenación de su alma. El ser otro es la conversión en cualquiera ficcional, la negación de una entidad que -provista de la razón inmutable- debería afianzar en el Universo mediante el desarrollo de su naturaleza: lo cual podría ocurrir sin perjudicar.
El bien famado poeta aseveró «que la vida es la máscara de la muerte» [Ibídem., p. 91]. Frente a esa sentencia, afirmo que Paz tuvo una mentalidad científica sin menoscabar su sensibilidad poética: ello puesto que, irreductiblemente, la ocultación del verdadero rostro de un ser o cosa es un simulacro de sepultura de la nada. Es antítesis presumir que vivimos tras la máscara de la muerte. Existiríamos si no fuésemos la simulación del ser, cuya materialidad dudamos. Por ello, el intelectual recordaría que «…el mexicano no quiere ser ni indio ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de La Nada…» (Supra., p. 96)
No semejó a los poetas que lo son para procurarse una condición social o acomodo en organismos oficiales. No fue pariente de hombres que se auto califican creadores y [de un momento a otro, ante la displicencia del político-funcionario que decide presupuestos culturales o frente la ignorancia del empresario] se niegan o descienden serviles. Defendió la poesía como epistemólogo. Con lucidez, bogaría por ella:
«[…] Es extraordinario que las obras perduren y se transmitan de generación en generación. Las técnicas cambian, la letra impresa substituye a la manuscrita y la televisión tal vez acabará (lo dudo mucho) con el libro, pero las artes, cualesquiera que sean las técnicas y el estado de la sociedad, perduran. Los asuntos públicos y sus héroes pasan; los poemas, las pinturas y las sinfonías no pasan…» (La otra voz, «Seix Barral», España, 1990. p. 75)
@jurescritor
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