OPINIÓN

Luces y sombras de la XXVIII Cumbre Iberoamericana

por José Antonio de Yturriaga José Antonio de Yturriaga

Foto: @PresidenciaRD

A finales del pasado mes de marzo se celebró en la República Dominicana la XXVIII Reunión de Jefe de Estado y de Gobierno de la Conferencia Iberoamericana, en la que estuvieron representados sus 22 Estados miembros y a la que asistieron -además del Rey Felipe VI- otros 12 jefes de Estado o de Gobierno. La asamblea adoptó la “Declaración de Santo Domingo”, otras 3 declaraciones y un Plan para la Cooperación Iberoamericana.

Antecedentes de las Cumbres Iberoamericanas

Pese a haber sido el descubrimiento y la colonización de América por parte de la Corona de España la más positiva -o la menos negativa- de las colonizaciones de las Indias por potencias occidentales, éstos han sido denigrados desde el comienzo por sus enemigos merced a la Leyenda Negra. Como ha señalado Elvira Roca en su espléndido libro Imperiofobia y Leyenda Negra, la historia del Imperio español es una cosa y otra distinta la historia propagandística e ideológica que de él se ha hecho en el caso de América, que no era una colonia sino una región más de las Españas y en la que los habitantes fueron tan súbditos de la Corona como los españoles peninsulares. Como  observó Salvador de Madariaga, la Corona española permitió que todos sus súbditos consideraran como su patria cualquier parte del Imperio donde hubieran visto la luz o que para ellos presentará especiales atractivos. La leyenda negra ha sido una prodigiosa operación de propaganda y “marketing” iniciada por los rebeldes flamencos y desarrollada por el hábil aparato propagandístico de Inglaterra, con la ayuda voluntaria de españoles, como Antonio Pérez, e involuntaria de otros, como Bartolomé de las Casas, que proporcionaron abundante munición para acusar a sus compatriotas de la comisión de grandes atrocidades.

Según Marcelo Gullo, la leyenda negra ha sido la mayor “fake news” de la Historia, como han podido probar tanto escritores españoles -Rafael Altamira, Salvador de Madariaga, Ramiro de Maeztu, Julián Juderías, Luciano Pereña, Ricardo García Cárcel, Ricardo Levene o Iván Vélez-, como extranjeros -John Elliot, Lewis Hanke, Charles Lummis, Philip Powell,  Cayetano Bruno, Antonio Caponetto, Héctor López,  José R. Sanchís o el propio Marcelo Gullo-.

La igualdad de los españoles a uno y otro lado del Atlántico quedó jurídicamente plasmada en la Constitución española de 1812, al afirmar en su artículo 1° que “la Comunidad hispánica es la reunión de todos los hablantes de español en ambos  hemisferios”. Esta bien intencionada manifestación no era del todo correcta porque, en el momento de producirse la independencia, solo una exigua minoría de indígenas hablaba el castellano, dado que -para mejor realizar su evangelización- los misioneros aprendieron las lenguas locales, y la Corona nunca impuso el español “manu militari”, como sí hizo con el cristianismo. El primer libro impreso en América publicado en 1539 fue “Breve compendio de la doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana«, y Felipe II ordenó en 1580 que se crearán cátedras de lenguas indígenas. Fueron los líderes independentistas – en su mayoría criollos descendientes de españoles- los que impusieron el español en detrimento de las lenguas de los aborígenes, a los que además privaron de la propiedad de las tierras comunales. Los próceres y los intelectuales iberoamericanos -al calor de la lucha independentista- denunciaron los “horrores” de la conquista. Especialmente virulentas fueron las palabras de Simón Bolívar  contenidas en su “carta de Jamaica” en la que se preguntaba si las bellas y ricas tierras de América “serían más tiempo la exclusiva posesión de una potencia mezquina que con sus leyes bárbaras, ha hecho la infelicidad durante tres centurias de tantos millones de habitantes”. Como ha señalado García Cárcel, frente al colonizador español, el criollo se convirtió en el colonizado, deformando la verdadera relación colonial primigenia y “esta transmutación de la autorrepresentación llevó a los criollos a recuperar la leyenda negra europea exógena”.

A ello ha ayudado el “fuego amigo” de la Iglesia de la teología de la liberación. En 1984 la Comisión de Estudios de Historia de la Iglesia en América Latina manifestó que el descubrimiento de América fue “el comienzo de una invasión, una opresión, una dominación de la que todavía no nos hemos liberado”. A esta tendencia se sumó el papa Francisco, que afirmó en 2015 que se habían cometido muchos y muy graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios, y pidió perdón “por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. También pidió perdón al presidente López Obrador  en nombre de los españoles, por los “errores muy dolorosos” cometidos durante la colonización de México, llevando su vela a un entierro al que nadie le había invitado.

Según el embajador argentino José R. Sanchís, la leyenda negra antiespañola no es solo cosa el pasado, sino que influye en lo presente, perpetúa la acción de los muertos sobre los vivos e interrumpe nuestra Historia. A los argumentos iniciales de la leyenda negra generados por motivos de inquina política y religiosa contra España, se agregaron los argumentos de los movimientos independentistas, que acumularon a las reivindicaciones validas las exageraciones históricas. A juicio del historiador peruano Héctor López, no se puede renegar de nuestra herencia cultural ni “seguir cultivando la leyenda negra, pues eso sería una actitud injusta y anacrónica, y desconocer nuestra verdadera identidad”. Para el escritor estadounidense Charles Lummis, “la razón de que no hayamos hecho justicia a los exploradores españoles se ha debido a que habíamos sido mal informados de una Historia que no tenía paralelo. Amamos la valentía en la exploración de América por los españoles, que fue la más grande, la más larga y la más maravillosa serie de valientes proezas que registra la Historia”.

Fue el primer presidente democráticamente elegido en Argentina, Hipólito Yrigoyen,  quien en 1917 declaró el 12 de octubre como “Día de la Hispanidad”, en homenaje a España, ”progenitora de naciones a las cuales ha dado -con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua- una herencia inmortal que debemos afirmar y mantener con jubiloso reconocimiento”, porque “obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones americanas”.

Las relaciones especiales entre España e Iberoamérica quedaron, sin embargo, relegadas durante años al ámbito retórico y no se concretaron en vinculaciones concretas en los ámbitos político y económico. La positiva transición de España hacia un régimen democrático reavivó y actualizó el interés de las naciones iberoamericanas por la “hermana mayor” -sustituta de las superada” madre patria”- y por su experiencia política, que incidió favorablemente en el proceso de desarrollo de la democracia y los derechos humanos en la América hispana. Las relaciones entre las dos orillas del Atlántico se intensificaron, al adoptar España una actitud más realista y contribuir con mayores medios económicos, financieros y técnicos al servicio de la cooperación con Iberoamérica, a lo que también coadyuvaron las empresas españolas con una considerable inversión en los mercados iberoamericanos.

En esta coyuntura favorable, España y México propusieron la creación de una organización panhispánica -a la que se sumarían Portugal y Brasil- inspirada en el modelo de la Commonwealth, y en 1991 se celebró en Guadalajara (México), una Reunión de Jefes de Estado y de Gobierno, que decidió crear la Conferencia Iberoamericana. Por la “Declaración de Guadalajara”, los Estados iberoamericanos se comprometieron “a resolver las controversias internacionales por medios pacíficos, a consolidar la democracia y a fortalecer los mecanismos para garantizar los derechos humanos y las libertades fundamentales”. Un año más tarde tuvo lugar en Madrid la I Asamblea de la Conferencia, en la que se creó la Secretaría General Iberoamericana. Cómo señaló Juan Carlos I, la Comunidad Iberoamericana era una ilusión y un proyecto común cuyo desarrollo debían cuidar al máximo. “Debemos concentrarnos en conocernos más y mejor, seguir explorando y poniendo en práctica nuevas formas de trabajo conjunto, profundizando nuestra cooperación y escuchando a nuestros ciudadanos”. Las Conferencias se han reunido anualmente hasta que la Cumbre que tuvo lugar en Cádiz en 2012 decidió celebrar las reuniones cada dos años e intentar revigorizar la actividad de la Conferencia, que había ido perdiendo intensidad.

La Comunidad Iberoamericana se ha basado fundamentalmente en la lengua común. Para Luis García Mantero, la lengua española es territorio común que ha mantenido a lo largo de los años su unidad, respetando los matices de 500 millones de habitantes. Es un buen punto de referencia para plantearnos de qué materia están hechos los sueños y las realidades que llevan nuestro nombre. Debemos seguir reflexionando sobre los lazos de mestizaje hispánico que pueden abrirse a Europa y al norte de África. Según Juan Luis Cebrián, “a lo largo de dos siglos, frente a los particularismos lingüísticos, los hispanoparlantes hemos desarrollado un internacionalismo cultural que es el mayor tesoro de nuestros pueblos”. La unidad del español está encomendada a la sociedad civil -escritores y académicos- y ello permite a americanos y a españoles sentirnos parte de una misma cultura, una misma Historia y un destino común. Ya lo expresó Julián Marías en su libro “España inteligible”, al preguntarse “si existe en el mundo actual una comunidad comparable, un grado de vitalidad, una capacidad creadora, un marco de referencia de medio milenio de Historia compartida, de memoria colectiva, si no estuviera dilapidado por el olvido. La empresa de nuestro tiempo no puede ser otra que la recomposición de las Españas, que constituye la única posibilidad de que tengan porvenir”. Estos valores son los que constituyen realmente el fundamento de la Comunidad Iberoamericana.

Sombras de la Cumbre de Santo Domingo

A la reunión de Santo Domingo han faltado 9 jefes de Estado o de Gobierno de los 22 Estados miembros. A algunos de ellos -como Nicolás Maduro, Daniel Ortega o Nayib Bukele- no se les ha echado de menos, antes del contrario. El gran ausente ha sido Lula da Silva, que prefirió viajar a China en vez de asistir a la Conferencia, lo que pone de manifiesto la escasa relevancia que concede a este cónclave. Mención especial merece la ausencia de Andrés Manuel López Obrador, que ni siquiera se ha dignado enviar a su Canciller. AMLO se ha dejado llevar por la demagogia y ha asumido el liderazgo del indigenismo con escasos títulos, como puso de manifiesto de forma  sarcástica José María Aznar, al comentar que era Andrés por parte de los aztecas, Manuel por los mayas, López por una mezcla de las dos etnias y Obrador por Santander.

La labor de disensión y obstaculización que solía hacer la Venezuela de Hugo Chávez ha sido asumida por la delegación cubana, que dificultó la adopción de resoluciones amparada en la necesidad del consenso, con su táctica habitual de hacer propuestas desorbitadas y -ante su rechazo- presentar otras menos radicales y decir que había que transar. En la reunión se ha puesto de manifiesto el avance en Iberoamérica de los Gobiernos de izquierda, pero se ha mostrado la división existente entre las tradicionales izquierdas bolivarianas -Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua- y las nuevas izquierdas progresistas -Chile, Brasil, Colombia-. Así, Gabriel Boric defendió los valores democráticos y criticó con firmeza la “dictadura familiar” de los Ortega.

Según El País, la Cumbre ha revelado las flaquezas e insuficiencias de la Conferencia y la necesidad de potenciar este organismo de coordinación regional. Los consensos alcanzados fueron mínimos y la reunión no llegó a un acuerdo sobre el establecimiento de una nueva arquitectura financiera para ayudar a Iberoamérica a recuperarse de las consecuencias de la pandemia, afrontar las dificultades creadas por las crisis internacionales y mitigar la deuda externa. La cuestión ha pasado a manos de los ministros de Hacienda para que sigan estudiándola.

Para Mariano de Alba -asesor del ”Crisis Group”- es evidente que la  coordinación regional en Latinoamérica vive un mal momento, no solo por las tensiones dentro del vecindario, sino también por la diversidad de opinión sobre temas fundamentales como el cambio climático, la seguridad internacional, el fortalecimiento de los sistemas de salud, el impacto económico de la situación geopolítica, la reacción ante las violaciones de los derechos humanos o la actitud hacia Rusia o China.

En relación con el inapropiado término de “Latinoamérica” -que ha adquirido carta de naturaleza-, España ha conseguido un modesto triunfo, de carácter más bien simbólico, al haber conseguido que se mantenga la denominación de Comunidad “Iberoamericana” y no “Latinoamericana”. Es el término impuesto para minusvalorar la actuación histórica de España y Portugal en América. La incidencia de Francia es marginal -Haití, Guayana y Antillas menores- y la de Italia inexistente -salvo la influencia de los emigrantes italianos que llegaron a partir del siglo XIX a América-. Sin embargo, se sigue falseando la Historia y el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, tuvo el cuajo de afirmar de forma institucional, con motivo de la celebración del Día de la Hispanidad –Columbus’ Day” para los yankis-, que, con su llegada a las costas de las Bahamas, Colón se convirtió en “el primero de muchos exploradores italianos en llegar a lo que más tarde se conocería como las Américas” (¿?).

Alberto Núñez Feijóo cometió un grave error al contraprogramar una reunión con iberoamericanos en Madrid bajo el lema “Europa es hispana, y pegó un patinazo al mostrarse orgulloso de “estar con el pueblo hispanoamericano y de no rendir pleitesía a gobernantes aprendices de autócratas y realmente autócratas que utilizan al pueblo, no para que mejore y prospere, sino para mejorar y prosperar ellos. Por eso no echo de menos reunirme con algunos gobernantes de las naciones hispanoamericanas”. El Gobierno lo criticó por su desafortunado comentario y, aunque luego trató de matizar, el daño ya estaba hecho, pues puso de manifiesto su inexperiencia al criticar una reunión de la Conferencia Iberoamericana a la que asistía el rey Felipe VI. 

Luces de la Cumbre de Santo Domingo

Mi opinión no es tan negativa y -aún admitiendo las insuficiencias de la Conferencia, la necesidad de potenciarla y el exceso de palabrería- creo que la Cumbre de Santo Domingo ha ofrecido resultados positivos. Su primer mérito ha sido el hecho de que se haya podido celebrar -pese al paréntesis provocado por la pandemia y la disminución de las actividades de la Comunidad-, y que hayan participado en ella todos sus miembros. A pesar de la diversidad de posiciones y las dificultades para lograr el consenso, la Cumbre adoptó una importante Declaración de contenido político, en la que -aunque sin nombrarla- se condenaba la guerra de Ucrania, condena a la que se habían opuesto en la ONU siete de los Estados representados en Santo Domingo. Hay que saber leer entre  líneas. Los Estados participantes afirmaron que “trabajaremos por una paz justa, completa y duradera en todo el mundo, basada en los principios de igualdad soberana e integridad territorial de los Estados, que contribuirá además a poner fin a los efectos adversos de las guerras, incluidas las pérdidas de vidas humanas y la crisis de seguridad alimentaria, financiera, energética y medioambiental”. ¿Qué guerra reúne esas condiciones? Blanco y en botella. Ha sido el único organismo regional capaz de hacer una condena de este tipo.

Reafirmaron su compromiso con los principios y propósitos de la Carta de la ONU y el Derecho Internacional, el apoyo al multilateralismo, la solidaridad, el diálogo y la cooperación Internacional para promover la paz y la seguridad, el desarrollo y los derechos humanos. Manifestaron que “el bilingüismo es una característica distintiva y constituye un patrimonio común de Iberoamérica, en un contexto de diversidad lingüística, de extraordinario valor. Destacamos que el español y el portugués actúan como generadores de cohesión e identidad regional, y constituyen un eje transversal para todo el trabajo de la Comunidad Iberoamericana”.

Afirmaron que, “para superar las brechas producidas por la pandemia, se requiere implementar acciones de investigación y adaptación para combatir los efectos del cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y la contaminación, revertir el aumento de la seguridad alimentaria y la crisis energética, y atender a los flujos masivos de la movilidad humana que impactan a nuestros pueblos”. Supone un lenguaje en las antípodas de las políticas seguidas por Jair  Bolsonaro.

En el ámbito económico, reafirmaron el rol del sistema de comercio multilateral basado en normas, abierto, no discriminatorio, inclusivo, transparente y equitativo, de conformidad con lo estipulado por la OMC. Destacaron que era imprescindible contar con un sistema financiero internacional más justo, democrático, inclusivo y solidario, que ampliara y fortaleciera la participación de los países en desarrollo en la toma de decisiones, y que les permitiera acceder, en condiciones favorables y transparentes, a los recursos financieros necesarios. La Cumbre adoptó también los siguientes documentos:

1.-Carta Medioambiental Iberoamericana: Su objetivo es lograr compromisos nacionales ambiciosos en materia de desarrollo sostenible para hacer frente a los desafíos globales, el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la contaminación, la desforestación, la desertificación, la pérdida de los glaciares, la sequía, la degradación de los suelos, la escasez de recursos hídricos, el deterioro de los océanos  y el aumento de riesgo de desastres. Se consagra el principio de responsabilidad común, pero diferenciada según las capacidades, a la luz de las diferentes circunstancias nacionales.

2.-Carta Iberoamericana de Principios y Derechos en los Entornos Digitales: Es el referente que debe guiar los procesos de actualización de las normas nacionales sobre los derechos digitales, para que la construcción de la sociedad de la información esté centrada en las personas, se protejan en los entornos digitales los derechos ya consagrados en los respectivos marcos jurídicos, se fomente el acceso universal, equitativo y accesible a los TIC, y no se discrimine a las personas que no puedan o no quieran integrarse en el proceso de transformación digital. Se promoverán en el ámbito iberoamericano la cooperación técnica, la transferencia de tecnología y la creación de capacidades, rechazándose las medidas coercitivas unilaterales contrarias al Derecho Internacional, que impidan el ejercicio pleno de los derechos digitales.

3.-Ruta crítica para alcanzar una seguridad alimentaria incluyente y sostenible en Iberoamérica: Propone acciones para enfrentar el enorme impacto sobre los sistemas agroalimentarios, la creciente inequidad social y económica, y las crisis climáticas que dificultan el desarrollo de una seguridad alimentaria incluyente y sostenible. Hay que trabajar de forma conjunta en la seguridad alimentaria regional, de modo que -haciendo uso del potencial de las tierras, de la producción de alimentos y de la intensificación de un sistema alimentario sostenible- pueda beneficiar a todos los habitantes de forma equitativa y, de esta manera, evitar el aumento del hambre en Iberoamérica.

4.-III  Plan de Acción Cuatrienal de Cooperación Iberoamericana: Establece los lineamientos para contribuir al desarrollo sostenible desde el diálogo político y la cooperación, así como para enfrentar los desafíos que supone el actual escenario internacional, a través de acciones multisectoriales que fortalezcan las políticas públicas de los países iberoamericanos y promuevan el cumplimiento de la Agenda 2030.

Estos documentos son -como no podía ser de otra manera- declarativos y no vinculantes, ya que son recomendaciones adoptadas por una Comunidad “sui generis” poco estructurada, y no cláusulas de un tratado internacional. Son, a lo sumo, expresiones de ”soft law”, que deberían servir de inspiración para la actuación a nivel nacional de los Estados miembros.

El secretario general de la Conferencia, Andrés Allamand, expresó su deseo de que la presidencia española de la UE constituyera un impulso en las relaciones entre la Comunidad y la Unión, que llevan 8 años sin reunirse. La próxima reunión entre los dos organismos se celebrará en Bruselas el próximo 17 de julio, y el alto representante,  Josep Borrell -que asistió a la Conferencia y pronunció un excelente discurso- le tomó la palabra y afirmó que quería aprovechar el impulso de la Cumbre Iberoamericana para seguir avanzando con más diálogo político e impulsar las relaciones con Latinoamérica.

Felipe VI también echó su cuarto a espadas y abogó por la unidad iberoamericana con la UE para hacer frente a los desafíos comunes existentes. La UE ha descuidado estos últimos años su presencia en Iberoamérica -al igual que ha hecho Estados Unidos-, y el vacío creado ha sido colmado en buena medida por Rusia y, especialmente, por China. Una de las principales tareas el Gobierno español durante su presidencia de la UE, será la de profundizar en la asociación estratégica entre la Unión e Iberoamérica, que son cuña de la misma madera ¡Que Dios reparta suerte!

Artículo publicado en Sevillainfo