Hay algunos puntos de la agenda política ciudadana que parecen no ser tratados adecuadamente por la dirigencia opositora y -como es natural- menos aún por el gobierno. En esta oportunidad nos referiremos a uno de los más relevantes, como lo es el caso de los venezolanos que están en el exterior cuyo número, según todas las estimaciones responsables, excede ya los 6 millones.
Si aceptamos esa elevada cifra, que representa 20% de la población estimada del país, y si convenimos en que al menos la mitad está constituida por ciudadanos venezolanos mayores de 18 años y por tanto aptos para votar, concluiremos que son unos 3 millones de votantes que por estar fuera del país, en situaciones de dificultad, o en condición de ilegalidad o porque no existen consulados venezolanos en la respectiva jurisdicción o los mismos están excesivamente lejos, no podrán ejercer su derecho. Así nunca podrá haber una elección competitiva ni creíble.
El punto central del asunto es que 6 millones de personas o 3 millones de ciudadanos con derecho a votar constituyen el mayor distrito electoral de la República, mucho más numeroso que el estado Zulia, que a este respecto es el primero tanto en población como en votantes, más aun que el Distrito Capital o el estado Miranda. Toda esa gente no puede elegir ni presidente ni sus diputados nacionales ni autoridades regionales ni locales (gobernadores o asambleas legislativas estadales).
Ese importante segmento no es afecto al proceso chavista-madurista-comunista que reina en Venezuela. No todos son exiliados, ni perseguidos ni turistas, pero no cabe duda de que una muy amplia mayoría es gente que, de haber podido, hubiera permanecido en la patria donde tienen a sus familias, sus recuerdos, sus valores, sus intereses, etc. También significa que en el padrón electoral de sus lugares de origen faltarán votos de oposición. El venezolano -hasta ahora- nunca tuvo vocación de emigrante como sí es el caso de muchas nacionalidades europeas y algunas latinoamericanas que en determinados procesos históricos optaron por cambiar de residencia.
Adicionalmente, esta misma gente, según lo revelan estadísticas confiables de los lugares preferidos por los venezolanos, son poseedores de un nivel educativo de alta preparación siendo que en varios países -incluyendo Estados Unidos- son reconocidos como los inmigrantes de mayor nivel de educación formal. Quienes son producto de la educación pública venezolana y emigran, constituyen una sangría que transforma en regalo para otras naciones el costo de formación pagado por Venezuela. También es cierto que las últimas olas de emigrantes suelen tener mayor nivel de necesidades y menos preparación. La amarga diferencia se constata diciendo que unos emigraron por Maiquetía y los otros por las trochas, en buses o a pie, pero todos con el sueño de mejorar ellos y sus familias. Dramático pero no exento de verdad.
Es el caso de que todo ese “inventario” de gente es depositaria de un cúmulo de conocimientos y experiencias profesionales que se restan a Venezuela y se suman gratuitamente al resto del mundo. Es así como petroleros han dinamizado la explotación en Colombia convirtiéndola de importadora en exportadora; igual docentes, científicos, administradores y pare usted de contar.
Todo ese contingente en forma colectiva se conoce como la diáspora y representa un activo que Venezuela pierde a medida que con el paso del tiempo cada quien se va acomodando en su lugar de destino y rehaciendo su vida, mientras ven con decreciente interés la posibilidad del retorno a menos que les vaya muy mal.
Así, pues, es el caso de que por ejemplo en Estados Unidos existe una amplia red de organizaciones abocadas a pensar sobre este tema, como también las hay homólogas en casi todo el continente y en Europa. Entre ellas una muy respetable y respetada llamada Venamerica, que tiene personalidad jurídica registrada en el estado de Florida, que ha emitido una proclama que fue reseñada en primera página de este mismo periódico días atrás, en la cual se reflexiona acerca de la interacción que debe existir entre quienes están en el exterior y la dirigencia que permanece en Venezuela. Tal necesidad -mal que pese reconocerlo- se origina en el hecho cierto de que la diáspora (que ya dijimos es el mayor distrito electoral del país) no ha podido tener oportunidad de ser escuchada casi nunca por quienes ejercen el interinato (Guaidó & Cía. partidos políticos, etc.) pese a haber hecho planteamientos y aportes de alto valor para tratar de transitar mejor el presente y prepararse para un futuro promisor. Por eso, en fecha 12 de este mismo mes de abril El Nacional publicó la proclama de los venezolanos en el exterior llamando a ese esfuerzo.
Lo mismo, así de malo, pasó con el exilio cubano. A veces los que estaban fuera aspiraban a que una vez depuesto el comunismo ellos regresarían a mandar. Los que se la estaban calando dentro de la isla naturalmente no compartían esa visión. No se trata de eso sino de coordinar esfuerzos en pro de un objetivo común, como lo es la recuperación de la democracia y el despegue económico necesario para sustentarla. Diferente el caso de la diáspora judía, que no solo consiguió generar el nacimiento del Estado de Israel sino que desde antes y también ahora comparten y coordinan las acciones necesarias con un solo propósito, aun cuando ello implique el respeto a la pluralidad necesaria dentro y fuera.
¿Será posible aún que quienes han desperdiciado la inercia que en su momento tuvo el interinato disminuyan su tribalismo en aras de un objetivo común? Para hacerlo debe deponerse o negociarse lo que divide y presentar nacional e internacionalmente un frente unitario. Si otros lo han conseguido, ¿por qué nosotros no?
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